Queridos hermanos, Paz y Bien
El mes de febrero tiene siempre, como primera referencia, la fiesta de la Presentación del Señor. Una festividad que pasa un poco desapercibida con la afición que tenemos los mediterráneos de ponerlo todo en torno al fuego, siendo, para muchos, la fiesta de las candelas.
Lucas es el que nos trasmite este episodio de la vida de Jesús. José y María llevaron al niño, a los cuarenta días de su nacimiento, para presentárselo al Señor como primogénito que era. La idea original era que el niño, tras asegurarse que no moría al nacer, quedaba al servicio de Dios. La familia podía recuperarlo pagando un tributo dependiendo de los ingresos familiares.
Creo que es una fiesta que puede aportar muchas cosas a nuestra vida. La primera es que la Sagrada Familia vivió su seguimiento del Señor desde las leyes de su época. No necesitaron inventar cómo relacionarse con el Dios en el que creían y al que querían servir desde sus respectivos “sí”.
Ellos tuvieron la fuerza personal para dar un giro a la norma establecida. Porque lo que era una presentación del niño a Dios se convirtió en la presentación de Dios a los judíos. Simeón y Ana son los primeros beneficiaros de ese cambio.
Además, lo hacen desde la pequeñez. El libro del Levítico (Lv 12,1-8) establece que esa ofrenda sea un cordero, dos tórtolas o dos pichones. Ellos no “gastaron” mucho para hacer de ese viaje al Templo algo significativo. La fe suplía todo el exorno que ahora parece ser indispensable. Solo hay que pensar en bautizos, comuniones y similares.
De Simeón y de Ana también podemos aprender cosas. Del anciano la valentía de proclamar públicamente la fe: “Mis ojos han visto tu salvación” y de Ana, que el camino que Jesús nos presenta, y que cada uno de nosotros está llamado a seguir, no es un camino de rosas. O sí, si tenemos en cuenta las espinas que adornan tal belleza.
Y de vosotros he aprendido que esa es vuestra seña de identidad. Y me encantaría que fuera también el camino a profundizar. León, por no decir España y Europa, necesita la valentía de cristianos comprometidos con lo importante: vivir el amor de Dios amando a los hermanos. Vuestro compromiso como cofrades os ha de complicar la vida. No os acobardéis siendo solo un evento turístico de Semana Santa. Sed fieles, sed comprometidos, sed sal y sed luz. Y sobre todo, sed felices porque os sabéis “siervos inútiles que hacéis (bien, añado yo) lo que tenéis que hacer” (cf Lc 17,10).
Como sabéis me voy a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) pero me llevo el buen sabor de boca de haber aprendido una lección valiosa de vosotros. Por eso acabo pidiéndoos una cosa. No os conforméis, seguid buscando como mejorar vuestro compromiso y vuestra vocación cristiana.
Un fuerte abrazo a todos los hermanos. Paz y Bien
El mes de febrero tiene siempre, como primera referencia, la fiesta de la Presentación del Señor. Una festividad que pasa un poco desapercibida con la afición que tenemos los mediterráneos de ponerlo todo en torno al fuego, siendo, para muchos, la fiesta de las candelas.
Lucas es el que nos trasmite este episodio de la vida de Jesús. José y María llevaron al niño, a los cuarenta días de su nacimiento, para presentárselo al Señor como primogénito que era. La idea original era que el niño, tras asegurarse que no moría al nacer, quedaba al servicio de Dios. La familia podía recuperarlo pagando un tributo dependiendo de los ingresos familiares.
Creo que es una fiesta que puede aportar muchas cosas a nuestra vida. La primera es que la Sagrada Familia vivió su seguimiento del Señor desde las leyes de su época. No necesitaron inventar cómo relacionarse con el Dios en el que creían y al que querían servir desde sus respectivos “sí”.
Ellos tuvieron la fuerza personal para dar un giro a la norma establecida. Porque lo que era una presentación del niño a Dios se convirtió en la presentación de Dios a los judíos. Simeón y Ana son los primeros beneficiaros de ese cambio.
Además, lo hacen desde la pequeñez. El libro del Levítico (Lv 12,1-8) establece que esa ofrenda sea un cordero, dos tórtolas o dos pichones. Ellos no “gastaron” mucho para hacer de ese viaje al Templo algo significativo. La fe suplía todo el exorno que ahora parece ser indispensable. Solo hay que pensar en bautizos, comuniones y similares.
De Simeón y de Ana también podemos aprender cosas. Del anciano la valentía de proclamar públicamente la fe: “Mis ojos han visto tu salvación” y de Ana, que el camino que Jesús nos presenta, y que cada uno de nosotros está llamado a seguir, no es un camino de rosas. O sí, si tenemos en cuenta las espinas que adornan tal belleza.
Y de vosotros he aprendido que esa es vuestra seña de identidad. Y me encantaría que fuera también el camino a profundizar. León, por no decir España y Europa, necesita la valentía de cristianos comprometidos con lo importante: vivir el amor de Dios amando a los hermanos. Vuestro compromiso como cofrades os ha de complicar la vida. No os acobardéis siendo solo un evento turístico de Semana Santa. Sed fieles, sed comprometidos, sed sal y sed luz. Y sobre todo, sed felices porque os sabéis “siervos inútiles que hacéis (bien, añado yo) lo que tenéis que hacer” (cf Lc 17,10).
Como sabéis me voy a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) pero me llevo el buen sabor de boca de haber aprendido una lección valiosa de vosotros. Por eso acabo pidiéndoos una cosa. No os conforméis, seguid buscando como mejorar vuestro compromiso y vuestra vocación cristiana.
Un fuerte abrazo a todos los hermanos. Paz y Bien
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