Empezamos un nuevo tiempo litúrgico. Nos preparamos para la llegada del Señor. Bueno, la doble llegada. La primera, la de Belén; cuando las reglas obvias se rompen, cuando Dios hace que su infinitud sea como nosotros y más aún, porque llega como un bebé recién nacido.
Y la segunda, la Parusía; cuando el Señor vuelva como Señor de todo y de todos. Y esa bien podría ser mañana.
Por eso siempre, y más el Adviento, se convierte en tiempo de preparación, de entrenamiento intensivo de lo que estamos llamado a vivir. Es tiempo de cambiar las cosas de nuestra vida que impiden que el Señor nazca en nuestra vida, que tenga su pesebre en nuestro corazón, aunque a veces seamos tercos como bueyes y mulas. Es tiempo de cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne y de fe. Y de amor.
Es tiempo de cambiar
Y la segunda, la Parusía; cuando el Señor vuelva como Señor de todo y de todos. Y esa bien podría ser mañana.
Por eso siempre, y más el Adviento, se convierte en tiempo de preparación, de entrenamiento intensivo de lo que estamos llamado a vivir. Es tiempo de cambiar las cosas de nuestra vida que impiden que el Señor nazca en nuestra vida, que tenga su pesebre en nuestro corazón, aunque a veces seamos tercos como bueyes y mulas. Es tiempo de cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne y de fe. Y de amor.
Es tiempo de cambiar
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