Diarío de Jesús -8-

Azarías es un niño de siete años, hijos de nuestros vecinos. Viene con frecuencia por la carpintería, observa lo que estoy haciendo, y suele preguntarme: “¿Te ayudo?”. “No, que te puedes lastimar”. Alguna vez, para no desairarle, le pido que barra las virutas que han caído en el suelo. Y lo hace con la mejor buena voluntad.
Pero hoy Azarías no me preguntó si me ayudaba. Me dijo directamente: “¿Me cuentas un cuento, Jesús?”. La verdad es que no tenía mucho trabajo y me agradó la confianza del niño. Me sacudí el aserrín de las manos, senté al pequeño en el banco de carpintero, y comencé: “Había una vez un niño que se llamaba Samuel. Vivía en el Templo como ayudante del sacerdote Elí. Y una noche oyo una voz: '¡Samuel! ¡Samuel!'. Creyó que era el sacerdote el que lo llamab y corrió a su presencia. 'No, yo no te he llamado'. La misma voz lo llamó varías veces, y entonces Elí le aconsejó: 'Si te llaman, di: Habla, Señor, que tu siervo escucha'. Y así fue. Dios le hablo y aquel niño llego a ser el gran profeta Samuel”.
Azarías quedó pensativo. Y preguntó: “¿Dios me puede hablar a mí?”. “¡Claro! Lo que hace falta es prestarle atención”. “¿Y a ti Dios te habla?”. La pregunta del niño me pilló por sorpresa. ¿Me estará hablando Yahweh sin darme yo cuenta? ¿Me querrá decir algo?
Los niños tienen el don de cuestionar a los adultos. ¿Por qué no tomamos en serio a los pequeños”.

(Foto: Padre palestino con su hijo. Tomada a las afueras de Jericó. Foto de Marta Rodríguez Ameneiro)

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