Santa María de la Rutina

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Madonna de Greccio (Italia)
En la historia de nuestra fe la figura de María ha sido fundamental. También ha sido y, creo yo, seguirá siendo un tema de debate y, por desgracia, de enfrentamiento. Es poco lo que se sabe y mucho lo que se ama.

No falta el que dice que si en el Nuevo Testamento aparece escasamente es porque no era una persona que necesitara presentación. Y puede ser cierto. 

Cuando uno viaja a Tierra Santa y conoce Nazaret puede ver la llamada casa de María. Una cueva con mil reformas que no se parece nada al lugar donde viviera nuestra Señora. Cierto es que detrás de la gran basílica se puede ver una cueva mucho menos retocada. Uno se puede hacer una idea de cómo pudo ser la cueva de la familia. Pero más importante, en este sentido, son los restos dejados por peregrinos vándalos y que las ciencias arqueológicas sitúan a finales del siglo I. Uno de ellos es un grafiti en piedra en el que se puede ver un “Ave María” en griego muy significativo.

Desde hace muchos años estoy en un debate conmigo mismo. No sé cómo ver esa ausencia de información. A veces me gustaría saber más de la historia de nuestra Madre. Otras veces agradezco no saber, dejando que ella tenga su intimidad.
Sea como sea la cristiandad, o por lo menos parte de ella, ha expresado su amor a María de muchas formas y con muchas tradiciones. Solo hay que pensar que en los primeros siglos se escribieron varios Evangelios Apócrifos donde, desde la mentalidad de la época, se trata de dar a conocer a María, entre otros personajes. Visto desde el hoy algunas cosas resultan muy simpáticas de leer. Pero también se ve el amor que aquellas comunidades y autores sentían por ella.
Desde entonces la cosa no ha parado. Gran cantidad de teólogos, místicos y pastores se han referido a ella para ayudar a todos los cristianos, incluidos nosotros, a vivir mejor nuestro seguimiento del Señor. No han faltado los que se han pasado de la raya y los que han negado su valor. “De todo hay en la viña del Señor”. Dogmas, encíclicas, tratados, cartas. Toda forma ha sido utilizada para hablar de María. Y María ha sido usada como base para entender muchas cosas de nuestra vida y nuestra forma de ser. Todo por amor.
Y a nivel popular, ese que no necesita saber la fórmula oficial de dogmas, ni se sabe al dedillo las eclesiologías, también ha estado muy presente. Solo hay que recorrer, por ejemplo, el arte para ver su presencia desde muy pronto y de muchas maneras. La gente ha sentido necesidad de poder acercarse a una mujer que es como nosotros, pero que, al mismo tiempo, es tan especial.
Y por si fuera poco está el tema de las advocaciones. Reconozco que no sé cuántas puede haber a lo largo de la cristiandad, y no sólo católica. Casi cada pueblo tiene su Virgen. Miles de nombres que hablan de amor y de aspectos concretos de lo que es Nuestra Señora. Algunos conocidos como Pilar, Socorro, Dolores, Inmaculada, etc., están entre nosotros como nombres habituales. Tampoco faltan algunos locales, como Alarilla o Cama.
Tampoco faltan los pueblos que se acogen a su protección llevando el nombre de María en el topónimo. Creo que serán pocas las localidades que no celebre de alguna manera el nombre de María en su calendario.
Cuando era novicio uno de mis formadores, decía, no sin sentido del humor, que ni el Espíritu Santo sabía cuántos Institutos y Congregaciones franciscanas había en la Iglesia. Me da que, sin que falte el sentido del humor, tampoco ha de estar muy seguro de cuántas formas se llama a la Madre de Dios (que fue el primer título que se le dio a María).
Hay para todos los gustos. Y todo el que quiere acercarse a aquella que nos lleva al Señor, puede encontrar una advocación que le pueda gustar. Poner una lista sería un trabajo larguísimo. Y tampoco faltan, por desgracia, los que la utilizan para dar peso a sus propias ideas. Lo malo es que tienen seguidores, que por amor caen en el error de buscar a María donde ella no creo que esté.
Todo esto viene a que en esa lista larguísima de amor falta una advocación. Una a la que yo tengo especial cariño. Es posible que ya esté, pero no la he encontrado. Por eso propongo, desde la humildad y la determinación, que en nuestro calendario debería estar la fiesta de Santa María de la Rutina.
Como decía antes, es poco lo que sabemos de la vida de María. La imaginación puede hacer de las suyas atribuyendo cosas que no son. Pero también nos puede ayudar a vislumbrar, con un manto denso de tiempo, lo que podría ser la vida de María en aquellos largos años en los que los Evangelios la dejaron tranquila en su cueva de Nazaret.
La vida en aquellos años debería ser dura, sobre todo comparada con nuestros avances. Pero sería una vida que se podría vivir, no solo sobrevivir. Según nuestros parámetros le faltaría de todo, pero también se irían consiguiendo esas pequeñas cosas que hacen la vida un poco más fácil.
T
odo parece indicar que vivían en una cueva. Pero no como un cavernícola. Sería una sola estancia, más o menos amplia, de suelo de tierra. Seguramente había unas esterillas vegetales para cubrirlo, a forma de alfombras. En la parte más profunda, escavado en la pared un par de estanterías para colocar los enseres domésticos. En una esquina, con ventilación en el techo, un pequeño hogar que serviría de cocina y de calefacción para la estancia. Al otro extremo, una puerta bloquearía las inclemencias del tiempo y daría seguridad a toda la familia por la noche. No habría camas, si unos jergones de paja que se retirarían cada mañana donde dormirían todos. José cerca de la puerta. Jesús al fondo, en la parte más protegida.

La rutina diaria empezaría al amanecer o un con el primer clarear. José iría a trabajar y María se quedaría en casa. Pero sin parar. Primero ir a buscar el agua a la fuente o el pozo que todavía se conserva en la parte baja de Nazaret. No sería la única y el trabajo permitiría el encuentro con otras mujeres del pueblo. En casa limpiaría y prepararía la comida. Cuántas veces no molería el centeno o el trigo, sólo en las fiestas importantes, para ponerlo en las brasas. A veces endulzado con miel. Y, como bien sabemos, el trabajo se duplicaría los viernes. Ese día también había que dejar todo preparado para el sábado. Día de oración en el que el trabajo estaba prohibido.

Tampoco faltarían otros trabajos manuales que ayudaran a la economía familiar. Hilar, sembrar, trillar, recolectar, ayudar a su marido en distintos trabajos que les permitieran ganarse el jornal para continuar adelante.

Una vida normal de su época. Algunas cosas puede que nos chirríen, pero para ella fue lo normal.
Pero lo más importante no es que realizara esas cosas. Cualquier mujer de su tiempo hacía prácticamente lo mismo. No es por eso que sea importante para nosotros. Su vida, durante mucho tiempo fue rutinaria. Lo cotidiano era eso. Ya llegaría el tiempo de ver cosas más grandes, como diría su hijo.
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Esa rutina es para mí la clave. Donde María nos da una gran lección que nos ha de servir. Porque en esas cosas ella fue una mujer creyente. Sin duda en la Anunciación hubo fe, cuando proclamó el Magnificat en la Visitación había fe. Cuando no entendía a su hijo, había fe. Por no hablar de todos los episodios que tuvo que vivir acompañando a su Hijo.

Pero esa fe heroica sólo se pudo vivir porque María fue creyente cada momento. No fue una mujer de cumplimiento. Que sólo rezara los sábados en la sinagoga. Ese era el mínimo, pero no creo que sea suficiente para ser capaz de abrirse a Dios de la manera que hizo. Su fe en Dios y en las promesas de la Alianza le hizo entender que el visitante que recibió era un ángel que hablaba en nombre de Dios. Pero el ángel no se quedó con ella. Enfrentó “sola” todo lo que sucedería a continuación. Y en entrecomillado es precisamente porque lo vivió desde la fe.
Su gran herramienta. Y el gran riesgo. La puso en el límite de vivir de una existencia abierta a la voluntad de Dios. Y eso se reflejó en cada aspecto de su vida. Y ese “entrenamiento” de cada día fue lo que le posibilitó responder desde la fe a los momentos más duros de su vida. En especial cuando “la espada le atravesó el alma” al ver a su Hijo muerto en la cruz.

Por eso soy defensor de que debería estar en nuestro calendario la festividad, por lo menos, de Santa María de la Rutina. Para aplicarlo también en nuestras vidas.

Resultado de imagen de cotidianoEl ritmo que marca nuestra sociedad, así como algunas ideologías que relegan lo religioso a lo privado, está provocando una cierta esquizofrenia en nuestras vidas. En las cosas ordinarias nos vemos “obligados” a vivir atéamente, y lo religioso lo reducimos a la misa diaria, en el mejor de lo casos, o, siendo generalista, a celebrar sólo desde la fe el “cristianismo de ruedas” (bautismo, matrimonio y funeral).

Esa reducción de nuestra vivencia de Dios sólo se puede definir como una degradación de nuestra fe. Como dice Jesús en el Libro del Apocalipsis es lo que nos convierte en “tibios”. Sabemos qué es lo nuestro, pero no hacemos nada para mejorarlo. Y en el mismo texto Jesús nos da su opinión sobre los tibios.

María es el ejemplo, como en tantos otros aspectos, de que la fe no es algo accesorio, sino que ha de ser el motor de nuestra vida. Nada nos impide que cosas tan habituales como limpiar, cocinar, comprar, estar con la familia, sean actos de fe. De confianza en Dios y en sus promesas. Momentos de dar un testimonio de nuestra fe. De “dar razón de nuestra esperanza”. En las pequeñas cosas es donde le decimos continuamente al Señor que “sí”. Sólo de esta manera nos estaremos preparando adecuadamente, para oír su palabra cuando nos pida algo más, cuando nos complique la vida de tal manera que sólo desde la fe le podamos dar una explicación y un esfuerzo de vida cristiana.

Si no somos capaces de responder al Señor desde la fe en lo cotidiano, ¿cómo vamos a ser capaces de responder cuando la exigencia sea mayor? ¿Cómo correr una maratón si no somos capaces de correr los cien metros lisos?

María de la Rutina se convierte en modelo y también en compañera. Su vocación de Madre de Jesús y nuestra es la que nos sigue motivando a que, día a día, “hagamos lo que tenemos que hacer”, tal como Jesús nos enseña. Sólo desde el día a día es como nos preparamos para vivir la oscuridad de la dificultad, de los problemas. Sólo cuando la fe es “rutinaria” es cuando podemos saber que, en la oscuridad, que no nos deja ver nada, está Dios que nos acompaña. Sólo cuando soy cristiano siempre, lo podré ser en cada momento.

La rutina tiene el riesgo de poder matar la fe. Si todos los días hago lo mismo puedo conectar el piloto automático. Es lo lógico, pero nos puede hacer perder muchos detalles que pueden suceder a nuestro alrededor. La fe en la rutina nos permite vivir el día a día. Y nos permite fijarnos en esas pequeñas semillas que Dios siembra a nuestro alrededor y que nos permiten hacer crecer el Reino de Dios. Sin la fe diaria, ¿cuántas semillas no dejaremos sin regar, sin germinar?

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La rutina puede llegar a matar la fe. Es uno de los riesgos a los que nos enfrentamos cada día. Por eso es necesario hacer de la fe algo rutinario. Algo que nos salga sin pensarlo. Que lo obvio sea ser cristiano. Y lo excepcional no serlo.

La fe rutinaria puede que no sea espectacular. Fijo que ningún biógrafo diría en su escrito “lavaba cristianamente los platos”. No conozco ninguna hagiografía que diga tal cosa o similar. Así nos pasa con María. De los todos los años que vivió sólo se nos recuerdan unos cuantos episodios. El silencio de fe es la tónica. Pero sabemos que todo ese silencio no es sinónimo de increencia. No destaca. Pero si prepara, alimenta, fundamenta. Una fe hecha rutina hace cristiano el adagio latino: “Carpe Diem”; aprovecha el momento.

Una fe diaria no saldrá en los periódicos. Pero es la que nos permite ser capaces de llegar más allá. La que nos saca del adormilamiento y nos abre al mundo, al hermano necesitado y a Dios. Una fe rutinaria es la que hace que nuestros rezos se conviertan en oración. Y que nuestra oración se convierta en un instrumento que cambia el mundo, que, como María, es capaz de que la “Palabra de Dios habite entre nosotros”. Que permite que otros “vean su gloria”.

Resultado de imagen de ave maria nazaret graffitiSanta María de la Rutina se puede convertir en esa motivación que necesitamos cada día para poder decir con la misma confianza y, por qué no, con la misma necesidad de aprender de Pedro: “Dónde vamos a ir. Sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

Por eso la única conclusión que puede tener este artículo es: “Santa María de la Rutina; ruega por nosotros. Haz que nos parezcamos más a ti, para ser más como Jesús”.

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