La parábola de la torre

Todo el mundo tiene un trocito del Evangelio preferido. Ese que nos dice algo especial. O que nos recuerda un momento único de nuestra vida. O el que despertó nuestra vocación.

Cada uno tiene el suyo; de eso no tengo duda. Y si alguien no lo tiene ya tiene una razón para leer con tranquilidad la Biblia.

En mi caso son dos los trozos que más me gustan: La parábola del Padre Misericordioso (Lc 15, 1-3 . 11-32) y otro también de Lucas en el que Jesús nos recuerda cómo hemos de vivir: "Vosotros en cambio decid: Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Este segundo evangelio es el que elegí para mi profesión perpetua como capuchino.

Pero poco a poco, con el paso del tiempo hay otros evangelios que van ganando importancia en mi vida. Supongo que el ir creciendo, conociendo más el Evangelio, tratando de vivir mi seguimiento... y también viendo como está el ambiente general ha hecho que lo importante cambie para mí.

Ver cómo la cristianofobia aumenta, la ideología de genero, la demonización de todo todo lo que sea fe. Ver como personas que se dicen cristianas defienden el aborto sin ningún tipo de crítica... hace que me afiance en mi visión de la maldición oriental... "vivimos tiempos interesantes".

Tiempos en los que ya no sirve el ser cristiano anónimo. Sino cristiano creyente, es decir, cristiano que vive lo que tiene que vivir viviendolo como lo tiene que vivir. Sin llegar a ser ISIS cristianos que no negocian con Jezabel (cf. Ap 2,20).

Creo que estamos en la época del MARTIRIO.... no de sangre, sino de traducción. Tiempo de testimonio (μάρτυρας/martyras=testigo), tiempo de vida, tiempo de identificarse con unos valores concretos, que requiere el liberarse de algunos por incompatibles y que se muestran como amor, misericordia y, sobre todo, valentía.

Por eso me ha gustado el evangelio de este domingo (XXIII ciclo C), y de los últimos domingos. Un evangelio directo en su parábola... "¿tienes lo que hay que tener para ser cristiano?". La construcción de esa torre es exigente. Unos cimientos sólidos, en roca firme (cf. Lc 6,48), con una buena piedra angular (cf. 1Pe 2,7-9),  unas paredes sólidas (cf 1Pe 2,5), aplomadas y que aguanten todos los embates.

No es fácil. Para nada. Hay muchos que ni siquiera saben que tienen que construir algo. Muchos no sabemos cómo lo tenemos que hacer. Pero, gracias a Dios, para mí hay una cosa clara. Es posible hacerlo. Santos como Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Felix de Cantalicio... y todos los que están en nuestro calendario nos demuestran que la torre se construye. Cada uno la suya, a su manera, con su tamaño, altura y espacio personal e irrepetible. Pero torres en las que da gusto estar, acercarse. Sólo verlas motivan a seguir luchando.

Por eso la segunda parte, la risa ante el fracaso, es algo que me parece lejano. Sé podemos meter la pata, que podemos dejar de construir, que directamente la tiremos al suelo. O que no nos parezca importante en comparación con otras... todo eso y algo más es humano. Pasa. Por eso el Señor nos sigue amando y siendo misericordioso con todos; porque sino nadie construiría. 

Pero lo que no quiero es que me vean como un fracasado. Alguien que sólo es cristiano de nombre, o por estatus social, pero no su cristianismo es tibio, cobarde, silencioso o a la carta. Sin duda eso es un cristianismo risible.

Puede que sea pecador. Quizás en indicativo es más real: Soy pecador. Meto la pata. Me equivoco. Incluso hay momentos en los que prefiero los ídolos a Nuestro Señor Jesucristo. Pero no quiero dejar de intentarlo, de luchar, de aprender de los errores y de los aciertos. De estar preparado para dar razón de mi esperanza (1 Pe 3,15), de decir bien claro que soy cristiano, que lo voy a seguir siendo y, si llegara a hacer falta, que el Cesar nunca será mi Dios.

Comentarios