¿Qué testimonio estamos dando?

Leía hace no mucho, en varios medios, que la violencia aumenta en nuestros jóvenes. La noticia es triste, sin duda. Algunos comentarios decían que la clave está en la educación de valores en la escuela como base.

Supongo que es cierto, pero me preguntaba si eso es suficiente. Puede que nuestros niños y jóvenes estén ya recibiendo esos valores; por lo menos en mí época se daban, tanto en la clase de Religión como en la de Ética, que era la que había en mi tiempo. No creo que ahora la cosa haya cambiado mucho.

Sin duda que la solución es complejísima, si es que esta existe, y quiero ser optimista, por lo creo que sí. Pero también hay otros factores que han de tenerse en cuenta y que nadie introduce en la ecuación, o por lo menos no lo vi en las noticias que leí.

Uno de esos factores, en mi opinión, es la tentación, y casi realización, de uno de los "derechos sociales" que nuestra sociedad está fomentando: La libertad de expresión. No voy a negar su valor y su necesidad en nuestro mundo. La apoyo, por eso tengo un blog.

Pero el problema es cuando percibo que este derecho se está sacralizando. La libertad de expresión se ha magnificado de tal manera que más de uno la está usando para fines nada cívicos. En Internet, en las conversaciones, en los programas de televisión, con nuestros conocidos. Todo vale. Soy libre de decir lo que quiera. No hay nadie que pueda limitar mi derecho a dar mi opinión.

Así nos encontramos con situaciones que me parecen que se escapan del propio derecho. O lo que creo que debería ser el derecho. "Je sui Charlie Hebdo", actores, que por su nombre parecen de Ohio, con diarrea mental, insultos que son "humor negro", frases "mal entendidas", el límite de 140 caracteres.

Demasiadas cosas en las que lo que veo es una violencia con gabardina de libertad inalienable. Todo se puede decir sin que nadie necesite un freno. Ni siquiera el del sentido común, la educación o el respeto. Mi opinión es la única que importa. Y si no aceptas mi verdad es que eres un fascista.

Y ese testimonio se transmite. Más bien se contagia. Cómo pedir mesura a nuestros jóvenes si puedo hacer chistes contra todos, cómo pedir tolerancia cuando me siento un héroe de la libertad al invadir el espacio íntimo del otro. Cómo hablar de diálogo cuándo sólo veo el porcentaje que se lleva "el de tu partido". Cómo aceptar al otro si sólo le insulto por sus ideas.

Creo que deberíamos empezar a asumir la responsabilidad que tienen nuestras palabras. La de todos. Más aún las de personas con eco mediático o social. Yo sé porqué digo lo que digo, y con la intención con la que la digo. Peo eso no significa que todos lo vayan a entender. A lo mejor quiero contar un chiste, pero a lo mejor el otro entiende que matar y quemar judíos es algo bueno. O a lo mejor sólo quiero defender mi libertad de pensamiento, pero el otro va a entender que atacar a los cristianos es bueno, casi un deporte. Quizás sólo quiero ensalzar a mi partido, pero lo que el otro entiende es que el 100 % de los otros son unos delincuentes que han de ser perseguidos.

Creo que deberíamos empezar a poner filtros a nuestras palabras. No me refiero a la censura. Sino a pensar en los otros. Y no en el sentido de "yo y lo míos pensamos que....". Creo que hay que hablar en comunidad, dialogar en comunidad, debatir en comunidad, discrepar en comunidad. Yo no tengo que estar de acuerdo con lo que dices, piensas o sigues. Pero comunidad significa que todos podemos encontrar cosas que nos unen. Dignidad, humanidad, libertad, solidaridad, democracia, diversidad, humildad, aprendizaje, evolución....

Muchas cosas podemos construir juntos. Muchas cosas podemos enseñar a las siguientes generaciones. Pero mientras que lo mío sea lo definitivo; mientras que quiera denigrar al que no es como yo; mientras que me niegue a prejuiciar que el otro no puede decir cosas sensantas; ¿cómo le voy a pedir a un niño que no insulte o agreda o margine a otro niño?

Pablo VI decía que la primera forma de evangelización es el testimonio de vida (cf EN 21(. Lo que hacemos convence más que lo que decimos. Quizás sea el momento de pensar que nuestro jóvenes no necesitan otra reforma educativa, sino que los adultos les demos un testimonio, aunque sea imperfecto, de la sociedad en la que nos gustaría vivir. Por que si no les enseñamos nuestra utopía, se van a quedar con nuestra miseria. En vez de profundizar en los ideales, van a profundizar en nuestras miserias.

Y así nos va.

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