Me gusta el anuncio

La verdad es que no veo mucho la televisión. Son pocos los programas que consiguen engancharme. Además, con tanto anuncio se te puede olvidar lo que estabas viendo.Las poquitas cosas que me convencen las suelo ver en el ordenador.

Pero estos días de atrás los he pasado con mis padres en su casa. Han sido unos días de descanso en los que el calor no permitía salir a la calle por lo que ver la televisión era una alternativa. Lo mejor ha sido darme cuenta que salvo alguna excepción lo de no ver televisión sigue siendo una buena decisión.
Pero hubo algo que si me gustó . Un anuncio. Los publicistas son una de las profesiones que más envidia me dan. Tienen cinco segundos para atrapar la atención y 20, como mucho, para convencer de que su producto es genial. Más de una vez he sorprendido viendo resúmenes de concursos de publicidad. y disfrutando de su originalidad.

El anuncio que me ha gustado no lo ha hecho por el producto que vende, que sigue sin convencerme, quizás sea por los nombres que les dan estos productos. Me ha gustado porque me hizo pensar, cosa rara, en mi opinión, si estás viendo la televisión. El anuncio es la última campaña de IKEA. un anuncio que a mis padres no convencía y yo al principio no entendía. Tuve que verlo varias veces para empezar a preguntarme qué estaba viendo.



Es un anuncio raro, todo has que decirlo; un señor mayor que, en compañía de otros amigos, se dedica a dar de comer a las palomas. Algo que se ve en muchos sitios y en muchos momentos. Siempre la misma rutina y siempre la misma gente. Como diría la Biblia: "Nada nuevo bajo el sol" ("Nihil novum sub Solem") (cf. Qo 1,9) no parece que le proporcione muchas cosas, pero es parte de su día a día.
Pero la cosa cambia cuando una nueva persona aparece en la historia. No hace nada diferente. No hace nada extraño, ni nada escandaloso. No es alguien que se presente como rival o enemigo. Posiblemente ni siquiera sabe que le está quitando el sitio u ocupando su lugar. Simplemente hace lo que está acostumbrado a hacer. No fuerza a nuestro protagonista a buscar una silla. No sabe si la señora volverá a aparecer, que no lo hace; pero para él la cosa ha cambiado. Ya no puede ver lo que estaba haciendo de la misma forma. A partir de ese momento el hecho de dar pan a las palomas pasa a ser algo distinto. comienza su aventura.
Ese es el momento del anuncio que más he hecho pensar. Ese "accidente "que cambia la historia y la vida de una persona. Me sirvió para pensar en mi propia vida. en cómo cambió por un accidente. Es posible que las personas que lo provocaron no sepan cuánto.

Hubo un momento de mi vida en la que, con orgullo, me definía como "ateo, comunista y anticlerical". Un momento de mi vida en el que quise sacar a Dios de mi vida por verle innecesario. Tanto que cuando empecé a cuestionarme el tema vocacional tenía un problema. Las personas con las que me encontraba hablaban de su experiencia de Dios, de cómo Dios les guiaba por el camino de la fe. Mi única experiencia de Dios en ese momento había sido, precisamente, denunciar su ausencia. El preguntar a un  novicio cómo Dios permitía que una persona engañara a una invidente.

Se puede pensar que esa un mal comienzo para la aventura de llegar a ser fraile. Para mí sigue siendo algo que me sorprende. Sólo después de algunos años he podido ver el rastro de Dios en aquellos momentos y las decisiones que tomé. Para mí, descubrir el Evangelio de san Juan fue clave para entender esa años, para descubrir que alguien sin casi proponérselo, hizo que tuviera que coger mi silla plegable. Un grupo de personas con las que hoy comparto mi vida. Tanto que ahora vivo en la misma fraternidad que casi todos ellos.
Mi experiencía en el Seminario de El Pardo, donde estuve estudiando dos años, es esa. Aprender no solo Matemáticas e Inglés, sino, sobre todo, tratar de ver porque esas personas eran felices cuidando a 114 chavales sin esperar mucho a cambio. Reconozco que en aquel momento no lo conseguí. Pero cuando me preguntaron, de forma oficial, porqué quería al Postulantado, lo que dije fue que había visto en los frailes una posibilidad de encontrar mi lugar para ser feliz.

Quizás no encontré a Dios, pero si encontré personas que me señalaron dónde estaba. como Juan Bautista cuando le dijo a Juan y a Andrés "Ese es el Cordero de Dios" (Jn 1,36) o cuando Andrés le dijo a Natanael "Hemos encontrado al Mesías" (cf. Jn 1,45). Quizá pensamos que nuestra vida cristiana sólo será posible cuando, como Pablo, nos encontramos con el Señor para que nos pregunte qué estamos haciendo con nuestra vida. No niego que esa posibilidad exista. Conozco gente que ha tenido precisamente esa experiencia. 

Pero tampoco tenemos que cerrarnos a la posibilidad de qué los que están a nuestro alrededor, las personas que conocemos, o con las que nos tropezamos, o incluso aquellas que nos complican la vida pueden ser instrumentos de Dios. O que nos estén señalando el camino que no puede llevar a Dios si entramos dispuestos a salir de nuestra rutina. Personas que nos invitan a empezar algo nuevo. O a empezar algo de nuevo, pero mejor.


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