Salmo 28 (27): "Silencio de Dios, grito del hombre; Palabra de Dios, canto del hombre"



1. A ti, Señor, te invoco,
Roca mía, no seas sordo a mi voz;
que si no me escuchas, seré igual
que los que bajan a la fosa.
2. Escucha mi voz suplicante
cuando te pido auxilio,
cuando alzo las manos hacia tu santuario
3. No me arrebates con los malvados
ni con los malhechores,
que hablan de paz con el prójimo,
pero llevan la maldad en el corazón.
4. Trátalos según sus acciones,
según su mala conducta;
págales las obras de sus manos,
y dales su merecido.
5. Porque ignoran las acciones de Dios
y las obras de sus manos,
que él los destruya sin remedio.
6. Bendito el Señor, que escuchó
mi voz suplicante;
7. el Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón;
me socorrió, y mi corazón se alegra
y le canta agradecido.
8. El Señor es fuerza para su pueblo,
apoyo y salvación para su ungido.
9.Salva a tu pueblo y bendice tu heredad,
sé su pastor Y llévalos siempre.


1. AMBIENTACIÓN.

El título que encabeza este co­mentario, tomado de G. Ravasi, es una buena síntesis y una pista inmejorable para rezar cristiana­mente este salmo. Cuando a la voz del hombre Dios responde con su si­lencio, la oscuridad más espesa se tiende sobre aquél, porque “el silencio de Dios es el fin de la esperanza, de la fe, de la vida entera; es como estar en el sheol; es el primer anuncio de un destino irreversible en el que incluso la oración se atasca, porque "el abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni los que bajan a la fosa esperan en tu fidelidad" (Is 38, 18)” (Rava­si).

Ante el silencio de Dios el hombre lan­za al cielo su pregunta: ¿Dónde está Dios? "¿Dónde estaba el poder de Dios cuando el infierno de los campos de con­centración? ¿Tan débil era el brazo de Dios, el que es capaz de arrojar a los po­derosos de su trono? Las imágenes espe­luznantes de la película "Holocausto" han llegado a las salas de estar. La gente miraba hipnotizada. ¿Cómo fue posible que ocurriera aquello? La gente, desnuda y esperando como ida delante de las cá­maras de gas. En los estudios de TV se oyó decir: "Y Dios ¿dónde estaba?". "En medio de la gente que hacía cola lloran­do", le respondieron" (Phil Bosmans). Y esas imágenes siguen golpeando la con­ciencia aburguesada de los hombres y mujeres a pesar de los intentos desespera­dos de historiadores (?) revisionistas que quieren negarlas.

El hombre creyente sabe intuir, más que descubrir, la presencia invisible de Dios en medio de la oscuridad y del silencio; sabe, con ese saber cordial, existencia, vital que da la fe, que, a pesar de la dificultad para en­tender, en Dios estas cuestiones encuen­tran la última respuesta. El que no tiene fe, en cambio, piensa, como Camus, que es mejor luchar con todas las fuerzas con­tra la muerte sin levantar las manos al cielo donde un ser inasible, inaprensible calla.

2. ANÁLISIS.

El autor del Sal 28 es un hombre creyente. Por eso sabe que su voz no cho­ca contra la nada, que su grito no se dirige a alguien que está sordo o, peor, que se hace sordo para no oír palabras absurdas. Acerquémonos a esta plegaria que, como luego veremos, encuentra sitio y oportunidad en cualquier tiempo:

A) ¿En qué género literario ha de encuadrarse el salmo? Es susceptible de diversas interpretaciones. Los distintos autores lo clasifican como súpli­ca personal

de un enfermo, rodeado de hostilidad; plegaria de un perseguido, acusado por adversarios implacables; can­to colectivo de la comunidad que, en el silencio de Dios ante el asalto de los ene­migos, ve la condena por su infidelidad; himno real de súplica semejante a la de Ezequías (Is 38, 9-20). Entre tantas opi­niones destacamos la de G. Ravasi por lo sugerente que es en orden a una oración cristiana del salmo: para él se trata de un ejemplo claro de súplica personal de ca­rácter tradicional en caso de enfermedad, persecución, etc.; desde este punto de vista el salmo tiene un carácter genérico, difícil de situar cronológicamente (vv. 1-7). Los vv. 8-9 serían una adición posterior que dan la impresión de tener un ca­rácter litúrgico para aplicar el salmo a toda la asamblea reunida para la oración en el templo.

B) Según esto, Ravasi establece la si­guiente estructura en el salmo: los vv. 1-7 expresan la súplica personal, pero, mien­tras en los vv. 1-5 se articula la oración en expresiones desconcertadas, en los vv. 6-7 se transforma en expresiones de bendi­ción y de acción de gracias por el conven­cimiento de que la súplica ha sido escu­chada. Como señalamos antes, los vv. 8-9 son una aclamación litúrgica posterior compuesta de dos antífonas paralelas, la segunda de las cuales (v. 9) ha sido incor­porada al himno litúrgico cristiano Te Deum.

C) El lenguaje simbólico del salmo es bastante homogéneo y muy sugerente para orar el salmo. Conviene destacar, en primer lugar, el simbolismo espacial: des­de lo alto desciende el silencio de Yahvé, un silencio que, por ser divino, es eficaz, es decir, es la antipalabra de la creación, según Gén 1. Por eso mismo, ante ese silencio, el ser humano desciende, se hunde precipitadamente en la fosa, en el sheol, en la región de la oscuridad y la muerte. En sentido inverso encontramos la dirección de la súplica que asciende, sube hasta el cielo golpeando el impasible silencio de Dios. Las manos alzadas hacia el santua­rio (v. 2) son la expresión de este movi­miento ascensional. Junto a este simbo­lismo fundamental podemos destacar otros de carácter militar: Dios es roca, fuerza (= fortaleza) y escudo del orante (vv. 1-7), y de carácter jurídico-político: mientras Dios es pastor, el único y verda­dero pastor de Israel (v. 9b), éste es la heredad predilecta del Señor (v. 9a) (Éx 19,6).

D) Desde aquí podemos aproximarnos brevemente al contenido de esta preciosa oración:

- vv. 1-7: sería el salmo original, según varios comentaristas. En un doble movi­miento expresan la súplica. Aparecen los protagonistas: Dios - Yo - Enemigos. Es­tos últimos, más que datos concretos, se­rían "figuras simbólicas que quieren objetivar una amargura interior" (G. Ra­vasi). El orante desarrolla su oración, acu­mulando términos ante la sordera y el si­lencio de Dios y describiendo a los enemigos en tres pinceladas: son "malva­dos" porque desprecian a Yahvé y pisote­an a los pobres; son "malhechores", es decir, operadores de la vanidad, idólatras; son "hipócritas" porque hablan de paz con los labios pero la maldad anida en sus corazones. Para esta gente suplica el orante que venga sobre ellos el mal que traman, imprecación expresada en vv. 4-5 motivados "no únicamente por el odio o por el deseo de venganza personal, sino por la justicia, tal como el salmista la con­cibe, de medida por medida, y por el ho­nor de Dios, cuyas obras los impíos me­nosprecian" (A. González). Los vv. 6-7 son la expresión de la fe del orante: Dios no callará para siempre, romperá su silen­cio, abandonará su sordera y la súplica llegará a él. En esta acción de gracias se expresa lo que el salmista siente, cree y espera habitualmente de su Dios. Y es que "con sólo diseñar al impío y al justo y reflexionar sobre lo que Dios es para ambos, el orante abre el camino a la luz de la certeza” (A González);

- vv. 8-9: son una expresión de fe de todo el pueblo: lo que Dios es para el justo, lo es para el pueblo. Confesando así la protección de Dios, reconocen su realeza única en Israel.
3. PISTAS PARA LA ORACIÓN.

Desde las anteriores observaciones podemos obtener pistas para rezar en cristiano este salmo:

A) En primer lugar, destaquemos la lla­mada a convertir este salmo en una ora­ción de confianza, ya que "la confianza en Dios, soberano justo, es la base de toda invocación" (Ravasi). A este senti­miento hacen referencia, en la Liturgia de las Horas, tanto la antífona ("En el Señor confía mi corazón, él me socorrió"), como el título ("Padre, te doy gracias por­que me has escuchado"). Desde esta acti­tud el canto se convierte también en un canto a quien es la fuente de la verdadera alegría, Dios, a quien bendice y canta, agradecido, el orante (v. 7).

B) Alonso Schökel señala una pista cristo­lógica, poniendo el salmo en boca de Cristo el inocente injustamente acusado, y otra eclesiológica, viéndolo como oración de y por la Iglesia. Desde aquí nos resultará fácil hacer una actualización po­niéndolo en boca de tantos Cristos injustamente perseguidos y acusados.

C) Podemos convertirlo también en oración personal pidiendo al Señor que, frente al resplandor aparente de los falsos oropeles, nos ayude a mantener cada día la opción radical que hemos hecho. Pode­mos también reinterpretarlo desde las pa­labras de Jesús: "A vosotros que me escu­cháis, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian" (Le 6,27). Porque sólo el amor rompe la cadena del odio y el enfrentamiento.

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