Cuaresma, el puente de luz

Llevamos practicamente una semana de este tiempo litúrgico tan especial. Uno de los tiempos fuertes. Uno de los que más presencia histórica ha tenido. Tanto que era normal que hubiera varias cuaresmas. Periodos de cuarenta días que servían para preparar una fiesta. Por ejemplo, para san Francisco eran, al menos varias las Cuaresmas a vivir: La de Navidad, la que va de la Epifanía a Miércoles de Ceniza, y la Gande, la que celebramos ahora mismo.

Y para Francisco, como para nosotros, tiene que haber una cosa clara. Estos cuarenta días no importan, no sirven para nada. Dicho así no sé como sonorá, pero no podemos olvidar que estos días son una preparación. Por lo tanto lo que no podemos perder de vista es lo para lo que nos estamos preparando. La Pascua, la gran fiesta de la Resurrección del Señor. La fiesta que nos hace ser Cristianos, la fiesta que da sentido a la Cuaresma, a la Navidad, a cada día de nuestra vida.

Por eso creo que es justo que coloquemos la Cuaresma en su sitio. En unos días en los que entrenamos para algo más grande. Tanto que necesitamos tantos días. Una triduo sería irrisorio, una novena insuficiente.

Cuarenta días que no pueden ser sólo sobrellevados. Dejar que pasen sin más; total el año que viene tendremos otros cuarenta. No es justo. No debería ser una cuaresma más. Tiene que ser LA CUARESMA. Tiene que ser lo que nos lleve a celebrar en nuestra vida que el Señor está con nosotros, siempre, cada día, también en esta época.

Por eso llevo unos años pensando en eso que significa lo de "tiempo penitencial". El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su edición vigesimoseguna la define como: "Dolor y arrepentimiento que se tiene de una mala acción, o sentimiento de haber ejecutado algo que no se quisiera haber hecho". Más dura es la cuarta acepción: "Serie de ejercicios penosos con quien alguien procura la morificación de sus pasiones y sentidos" (las negritas son mías)

Supongo que esa definición es aplicable a nuestra Cuaresma y sus prácticas penitenciales. No seré yo quien lo ponga en duda. Bueno, no mucho, quizás lo justo para tratar de explicarme.

Y digo que es algo, quizás muy poco, cuestionable esta definición por una razón muy sencilla. Vamos a celebrar la Pascua, la vida del Señor. ¿Cómo una fiesta tan gozosa, tan feliz, tan importante puede ser preparada de forma penosa y mortificada? La tentación con la que he crecido, que sigo viendo a mi alrededor, en algunos casos, es ver este tiempo como algo negativo, como la época, por excelencia del "NO": NO puedo comer carne, NO puedo comer, NO puedo ver la tele (puede sustituirse por algo que nos guste), NO puedo faltar a misa, NO puedo dejar de confesarme. Una lista en la que esas dos letras suele estar presentes.

La alegría no puede nacer del dolor. Eso sería masoquismo. Y si la felicidad de celebrar nuestra fe es algo "obvio", en el sentido que es lo que da sentido a nuestra fe; quizás lo necesario sea entender la Cuaresma acorde con la Pascua.

Y más aún cuando la otra tentación es ser fariseos. Fariseos cristianos. Que no puedo comer carne los viernes, vale, sin problemas, me como un mero fresco que tiembla el misterio. O quizás una mariscada. Total no es carne. O rizando el rizo puedo tirar un cerdo al mar y comerlo, total lo he pescado, por lo que ya no es carne. Si, antes de alguien me diga nada, estoy siendo algo sacrástico. Pero eso está ahí. El fariseismo no es algo extinguido o histórico. Es una tentación presente y frecuente.

La vivencia de la Cuaresma tiene, debe, ir más allá de lo que marca la letra de la ley. Porque seamos sinceros, que ofende más a la ley, ¿comer un viernes meroo besugo, o comerse una pechuga de pollo y dar la diferncia de precio con el mencionado pescado a una ONG?.

Por eso mismo no me sirve ver la Cuaresma como un tiempo de privación sin más, y si me apuras con normas anacrónicas. A la fuerza tiene que haber algo más, algo que nos sirva de una preparación para la alegría. Quizás sea por eso que cuando llega el Miércoles de Ceniza aparencen pronto dos lecturas que debería definirnos qué es para nosotros este tiempo penitencial. Por un lado la lectura del Profeta Isaías, que se lee en Misa el viernes:

El ayuno que yo quiero de ti es éste, dice el Señor: Que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano. (58, 6b-7)
 Nada negativo, ninguna prohibición. Al contrario, para el Señor, por medio de su profeta, ayunar no es encerrarse en lo que yo puedo o tengo que hacer. Es abrirse al hermano, al necesitado, al que vive una Cuaresma de 360 días al año. El ayuno no es privarme. El ayuno es darme. Entregrarme desinteresadamente como Cristo lo hizo. En este momento recuerdo la imagen de Jesús de Medinaceli. El hombre entregado por amor, de forma radical, el "hombre", el que nos da la medida de cómo tenemos que ser nosotros.

Si queremos acompañar a Cristo hasta el Domingo, ese primer día de la semana tan especial, no podemos hacerlo desde la comodidad. Tenemos que hacerlo desde el compromiso, desde la entrega, desde la acogida, desde el ser instrumentos de su paz, como en esa oración tan sanfranciscana.

De esa forma la Cuaresma cambia. Mucho. Cuarenta días de entrenamiento intensivo para el resto de nuestra vida.

¡Ojo! No digo que el ayuno material, la caridad, la oración; esas tres actividades tan especiales de esta época, y que el propio Señor recomienda no tengan sentido o no sirvan. Sirven, y mucho, si no Jesús no las recomendaría. Es aquí donde entra el segundo texto importante:

En el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio. Corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones. Ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita.  (1Co 9,24-25)
Dicho de otro modo. Si tengo una boda pronto y quiero entrar en el traje, haré un poco de dieta, para disfrutar mejor en esa boda. Por eso mismo, la preparación no es triste, no es penosa, al contrario está preñada de esa esperanza. Por eso mismo se hará de forma alegre, aunque cueste un poco.

Si lo vemos de esa forma, como un entrenamiento no estoy renunciando a nada. Al contrario, no es que NO quiera hacer algo, es que estoy liberando lastre. Me despego de todo aquello, o por lo menos de una parte, de lo que me impide acercarme a Jesús. Cosas y sentimiento que no me dejan ser seguidor. Cosas que, como mucho, me dejan ser "espectador", perdiéndome lo mejor de estar cerca de Jesús.

Por eso creo que merece la pena cambiar el chip, o si ya lo tenemos cambiado recordarnos que estamos en una época de crecimiento; para nada de cercenamiento (si es que existe esa palabra).

Es la época en la que se nos invita a convertir muchas cosas de nuestra vida en otras mejores. Cambiar nuestros egoismos por la generosidad radical de Jesús, cambiar nuestros elitismos por la acogida radical de Jesús, cambiar nuestra soledad por la comunidad de Jesús.

Es la época en la que tenemos que estamos llamados a cambiar, desde el amor de Jesús, la noche en día, la soledad en encuentro, lo malo en creación. Eso es la Cuaresma. Y ahora que me doy cuenta toda nuestra vida. Eso es otra cosas bonita de este tiempo, que no tiene porqué durar cuarenta días. La conversión es un trabajo de toda la vida.

Quisiera acabar proponiéndoos algo. Una canción. No es la primera vez. Espero que no sea la última. Es una canción que resume todo lo que he dicho hasta ahora. De hecho ha sido gracias a esta canción que me he decido a escribir esto.

Es de la banda sonora de "Happy Feet. Two". Tiene versiones curiosas y, al menos, una canción original. Se titula "Bridge of light", Puente de Luz, cantada por Pink. Una canción que habla de esperanza, de deseo y de compromiso personal por algo mejor. Espero que os guste tanto como mí, por lo menos.




 


Comentarios

  1. Querido hermano Emilio: la Cuaresma puede ser todo lo que dices y más, estos días son para arrepentirse de lo que hemos dejado de hacer bien (porque realmente lo que Dios quiere es que no hagamos el mal y hagamos todo el bien que podamos) y poner el corazón en espera de esa Resurrección que nos trae la luz. Pero sin dejar de entender que a la luz llegamos después de pasar por la oscuridad del dolor y la muerte. Ahora es la hora de convertirnos y "usar" esa conversión para volcar el amor, que se nos dio gratuito, en los demás.
    Un abrazo.

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  2. Bienvenida hermana.

    Estoy de acuerdo con lo que dices. No he pretendido negarlo ni mucho menos. De hecho, siempre he entendido que "el propósito de enmienda" era precisamente las dos cosas, lo que tu dices y lo que yo digo. Arrepentirse sin querer cambiar para mejor no sirve para nada. Avanzar sin saber de donde se viene es la mejor forma de meter la pata.

    Para serte sincero no acabo de entender una frase tuya: "Pero sin dejar de entender que a la luz llegamos después de pasar por la oscuridad del dolor y la muerte". Sin duda la oscuridad es una experiencia que puede pasar a todas la personas; y es en la oscuridad donde mejor podemos ver la luz que nos puede sacar de ella. Pero no sé si entiendo en tu frase que es un lugar obligado de paso.

    Si fuera a así, que no creo, sería algo que me chocaría, ya que precisamente la muerte de Jesús fue para que tuviéramos vida. La oscuridad no es vida, aunque puede aparecer en momentos malos.

    Siempre bienvenida

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