Creencia o… Experiencia de Dios

Creencia o… Experiencia de Dios

Un hombre preguntaba a un monje qué razón le había llevado a vivir retirado del mundo, en un monasterio, lejos de diversiones y entretenimiento, de manera tan austera y ruda. El monje le escudriñó, y aun sabiendo que su pregunta no se formulaba con sencillez y sinceridad, sino por la pura curiosidad de tener una anécdota que contar, le respondió con cariño: Yo era un hombre como tú, más un día, mi corazón dejó de ser de piedra.

Recientemente he mantenido sendas largas conversaciones con personas muy queridas, y ambas, que ni siquiera se conocen entre sí, me han expresado, con distintas palabras, una misma sensación, un mismo ánimo. Las dos tienen una cierta convicción sobre Dios, aunque muy escasa, “muy personal”, pero cuando digo personal me refiero a un esquema de Dios: Dios es Alguien que creó esto, quiere que seamos buenos, y poco más, es decir, Dios no significa nada en sus vidas.

Sin embargo sus planteamientos, sus consultas en las citadas conversaciones, hacían inevitable el abordar el asunto de la fe. Ambos tenían en común el tener vidas relativamente satisfactorias, con cierta madurez personal y su vida sentimental y laboral resuelta, parecería que en los tiempos que corren habrían de considerarse personas envidiables… y sin embargo ambos necesitaban algo más. Uno iba a abordar la práctica del yoga como medio para alcanzar la paz interior… es decir, en conciencia, comprendía que carecía de ella y además percibía que dicha carencia no obedecía a razones materiales. El otro planteaba lo irremediable de la muerte, no como una angustia insoportable, sino como un final de camino que, sin duda, hacía que su vida presente contara ya con un apreciable deslucimiento, algo que en suma, le impedía vivir en paz. Resultaba curioso que esta insidiosa idea surgiera ahora, pues su vida parecía definitivamente bien encaminada y diríase que nada debía enturbiar su existencia.

Y en ambas consultas al mencionarse a Dios, inmediatamente salen a colación una colección de creencias personales que se confrontan con la doctrina de la Iglesia… en una especie de convención teológica, de escaso nivel, pero en la que parece que uno acepta y rechaza cuestiones… creencias… como si la vida espiritual fuera una serie de razonamientos, de enunciados, en los que al creer, se obtienen determinados beneficios de paz, alegría o serenidad… Sucede que muchos agnósticos, o incluso simpatizantes del cristianismo, consideran que, por ejemplo, a resueltas de creer en la vida eterna del alma, nuestro temor a la muerte se reduce… y si hiciera un esfuerzo brutal por creer más y más en eso, menor y menor sería mi temor a la muerte… (Por cierto, este temor no desaparece por una cuestión de fe, sino de amor) Sin embargo esta manera de abordar la fe a la que me refería, puede ser absolutamente hueca, vacía, pues se asemeja mucho al que cree en cualquier superchería y vive condicionado, esclavizado, por una serie de prácticas supersticiosas… y nada más. Por supuesto que esta vivencia infantil de la fe, basada en “creer unas cosas y no creer en otras” a partir de elucubraciones personales, lecturas, intuición y ciertas influencias familiares o sociales…, considero puede terminar por derroteros muy variopintos… Sencillamente me niego a abordar las conversaciones sobre Dios desde ese punto de vista, de las creencias.

A Dios no lo conocerás por la razón. No se trata de que des con un argumento que te convenza o que haya mil razones que no te convencen. No lo descubrirás en un libro de teología. No lo conocerás por más que digas que crees en Él ni encontrarás texto alguno sobre Él que signifique nada para ti. Podrás leer la Biblia mil veces y no sabrás de Él ni un ápice más de lo que sabías antes. Para creer en Dios verdaderamente habrás de experimentarlo en tu corazón…

Silenciados los sentidos, apagado todo deseo, recogido…, habrás de saltar un inmenso vacío que quizás percibas existe en tu interior, de una negrura tal, que de planteártelo, da vértigo sólo el pensarlo. Sólo podrás asirte a un pensamiento: ¡Amarlo a El sobre todas las cosas! que poderoso deseo y qué profundo abismo se abre a tus pies. ¿A dónde te conducirá si eres capaz de encontrar fuerzas y sinceridad para que tu alma lo pronuncie? Más allá de esa negrura existe una luz poderosísima una luz que te permitirá redescubrir las Escrituras. Así se inicia el venturoso camino del Encuentro. Y es que… si me permites expresarlo de esta manera: Dios no es un razonamiento es una experiencia.

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