La Fraternidad en San Francisco. Homilía de la Novena en Vigo

Paz y bien a todos hermanos, me gustaría empezar compartiendo, con todos vosotros, una historieta, un cuento que dicen que le ocurrió a Francisco al comienzo de su vida, y que nos sitúa en el tema de hoy, junto con las lecturas que hemos escuchado: la fraternidad, cómo construirla de manera real en nuestra vida con los que nos rodean.


En cierta ocasión, al principio de la Orden, cuando el bienaventurado Francisco empezó a tener hermanos, moraba con ellos en Rivo Torto. Una vez, a media noche, cuando los hermanos descansaban, un hermano exclamó, gritando: «¡Me muero! ¡Me muero!» Todos los hermanos se despertaron aturdidos y asustados.
El bienaventurado Francisco se levantó y dijo: «Levantaos, hermanos, y encended la lámpara». Cuando tuvieron luz, preguntó Francisco: «¿Quién es el que ha gritado: "Me muero"?» Un hermano respondió: «He sido yo». El bienaventurado Francisco le dijo: «¿Qué te ocurre, hermano? ¿Por qué te vas a morir?» «Me muero de hambre», contestó él. El bienaventurado Francisco, hombre lleno de caridad y discreción, no quiso que aquel hermano pasase vergüenza de comer solo. Mandó preparar en seguida la mesa, y todos comieron con aquel hermano.
Salvando las distancias de la redacción del texto y sin entrar en que fuera o no un hecho real, si me gustaría que nos fijásemos en dos ideas que dan una visión bastante acertada y real de lo que para Francisco era la fraternidad. La descripción del hecho, de la historieta, puede resultarnos, incluso, algo cómica, pero una visión más detenida nos ofrece toda una serie de características y comportamientos, que más allá de ser palabras vacías, Francisco las llena de una realidad palpable, hasta casi casi, hasta darlas forma material.
La primera idea es que, para Francisco la fraternidad tiene que ver con reconocer la necesidad del hermano. No podemos construir fraternidad, si no estamos atentos a las necesidades de los hermanos.
Francisco no siente la fraternidad como algo vacío, un concepto teórico o carente de sentido. Si hablamos de la Fraternidad como algo esencial en Francisco de Asís, es porque Francisco ve, siente, sufre y se preocupa… por cada hombre en particular. A todos ve como hermanos, porque todos somos hijos de un mismo Padre.
La fraternidad, desde este punto de vista, se construye como un camino de ida y vuelta con dos elementos fundamentales: la confianza del que expone su necesidad, su sufrimiento, desde la apertura del corazón; y, por otra parte, la acogida incondicional, sin juicio, sin reproches, sin castigos, sin avergonzar al hermano delante de otros…, con delicadeza, con respeto, con cariño. Este camino de ida y vuelta tiene mucho que ver con la INTERDEPENDENCIA, con tomar conciencia de que necesitamos de las personas y que necesitamos de Dios. La autosuficiencia, nada tiene que ver con la creación de fraternidad. Tal vez, es este un buen termómetro, para ver la temperatura que tiene nuestra acogida y si realmente tomamos conciencia de la necesidad de los hermanos o de si estamos tan inmersos en nuestro orgullo, que no necesitamos de nadie, O LO QUE ES PEOR, cuando le necesitamos, lo utilizamos como una mercancía desechable.
Decíamos que para crear fraternidad hay que estar atentos a la necesidad del hermano y ayudarlo, pero, OJO, ayudar al hermano en su necesidad, no significa darle todo que pide para acallar, quizá nuestra conciencia, ayudar al hermano en su necesidad significa implicarse en qué es REALMENTE LO QUE NECESITA, y estar atentos de si lo que pide le va a hacer más bien que mal. Por poner un ejemplo, concreto, a un hombre o mujer que tiene problemas con el juego y pide dinero, no se le ayuda dándole dinero, sino que el problema lejos de solucionarse, se agrava. Y para llegar a conocer realmente lo que el hermano necesita, eso requiere perder cierta ingenuidad, observar mucho y gastar nuestro tiempo con él.
La segunda idea, que me gustaría compartir, la encontrábamos en la primera lectura que hemos hecho, de la carta a un ministro, cuando decía: “Y ámalos tal como son; y no pretendas que sean mejores cristianos para ti”.
La fraternidad franciscana no es crear hermanos a nuestra imagen y semejanza, con nuestras mismas inquietudes o modos de pensar. La fraternidad franciscana universal no sólo implica el aceptar o tolerar al otro en su diferencia, sino que implica amarle más que a Francisco, para que como dice él, lo atraigamos a Dios. No es, por tanto, una fraternidad ingenua, idílica o fantástica, sino una fraternidad que toca barro, que toca la realidad de cada hermano en su diferencia, incluso en su oposición a nosotros.
Hasta ahora han ido apareciendo elementos para construir esa fraternidad universal (la acogida, la confianza, el saber reconocer la necesidad real del hermano, el evangelio hablaba de la compasión y el perdón), pero sin duda que el elemento fundamental para llegar a esa utopía de fraternidad son: esos “los ojos de misericordia” de los que habla Francisco a ese Ministro, a ese guardián, que podríamos ser cualquiera de nosotros, y seguro que sabía muy bien de lo que hablaba, porque no fue nada fácil para él, ver cómo ese ideal de vida evangélica que tenía, se iba poco a poco desvirtuando por los propios hermanos (os animo a que veáis, si tenéis ocasión, la película de Francesco, ahí se refleja muy bien esa incomprensión que Francisco sentía por parte de sus propios hermanos hasta el punto de que le obligó a renunciar a ser el General de la Orden).
Quiero insistir en ese partir de la realidad del hermano para hacer fraternidad, porque muchas veces, al menos a mi me pasa, gastamos más tiempo y energías en fantasear e imaginar una fraternidad fantástica, no en el sentido de buena, sino en el sentido más negativo de la palabra, como se suele decir “construyendo castillos en el aire”, perdemos más el tiempo, ya digo, en eso, que construir fraternidad desde la realidad, desde lo que el hermano, el que tenemos al lado es: con sus límites que nos sacan de quicio, pero también desde las posibilidades que nos dejan sorprendidos. Y muchas veces hemos cambiado esos ojos de compasión y sorpresa, por unos ojos de resignación e, incluso, de indiferencia hacia el hermano.
Pues pidamos a Dios, que nos conceda tener esos ojos de misericordia, que no hace falta que vayamos al oculista para que nos los cambie, pero sí que es necesario que pasemos tiempo “mirándole” a Él y de ese modo podrán ver en nosotros la alegría de ser cristianos con los pies en la tierra, hablando de los problemas que preocupan a los hombres y ofreciendo una esperanza real y efectiva, no palabras vacías o carentes de sentido.

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