Abrirse a la misericordia (por Carlos Bazarra)

Hay una cita paulina que tengo siempre en mi mente: “No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia” (Rm 9, 16)..
La idea sería que la salvación no es fruto de nuestro esfuerzo (querer o correr) sino de la gracia divina que se manifiesta en la misericordia de Dios.
El problema surge con lo que Pablo dice a continuación: “Así pues, usa de misericordia con quien quiere, y endurece a quien quiere” (Rm 9, 18). La misericordia divina, según eso, no sería universal, sino para los privilegiados. A otros Dios los endurece y los condena.
Esto debe ser entendido de otra forma, y me explico:

“No se trata de querer o de correr” = la salvación no es fruto únicamente del esfuerzo del hombre. Es fruto de la misericordia de Dios. Estoy de acuerdo. Pero Dios en algún sentido requiere nuestra colaboración. Cuenta con nuestra libertad. Dios no es un tirano. Correr como obra excluyente de la gracia, es inútil. Querer y correr colaborando con la gracia y la misericordia divina, es necesario.

“Dios usa de misericordia con quien quiere, y endurece a quien quiere” = Esta forma de hablar se ha de entender de la siguiente manera:

a) Dios ofrece su misericordia. Si yo, libremente la acepto, me salvo por su misericordia. Mi aceptación no es causa de salvación, sino únicamente condición.

b) Dios ofrece su misericordia. Si yo, libremente no la acepto, rechazo la salvación y me endurezco en el mal. No es que Dios me endurezca. Dios respeta mi libertad y lamenta que me endurezca en mi necedad, no aceptando el regalo maravilloso de salvación que me está haciendo.

La misericordia es lo fundamental y la única causa de salvación. Es como si yo estuviera enfermo y sólo me curaría tomando una medicina determinada. Querer tomar la medicina es necesario, pero no es mi querer lo que me cura, sino la medicina en sí misma.

Lo que me salva no es querer o correr. No se trata de eso, aunque querer es fundamental. La misericordia es la única fuerza de salvación. Tenemos que colaborar con la misericordia divina, queriendo y corriendo.

¿Cómo se acepta la misericordia divina, de Dios a favor del hombre? Practicando la misericordia humana, del hombre a favor de los hombres? “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). No es la misericordia humana la que salva para la eternidad, sino la misericordia divina. Pero la misericordia humana viene a ser el modo concreto como yo acepto la misericordia divina.

Creo que es necesario no detenerse en la materialidad de las palabras. El mismo Pablo escribió: “La letra mata, mas el Espíritu da vida” (2 Co 3, 7). Y un poco antes: “No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios” (2 Co 3, 5).

La misericordia de Dios no falla. Somos nosotros los que podemos fallar.

En Santa Elena de Uairén, 19 abril 2009, Domingo de la Divina Misericordia.


Hno. Carlos Bazarra, capuchino.

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