Momo no sería una "fanboy"

Cuando vine a Madrid, a traer las primeras cosas, lo hice en autobús. Para entretenerme durante el viaje "se me cruzó el cable" y decidí leer "Momo" de Michael Ende. Recordaba haber visto la película, pero no recordaba haber leído el libro.

Lo leí del tirón. Me encantó. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo. Quizás sea por la magia infantil o por lo hábil que es Ende. O porque es un libro que sigue teniendo una actualidad terrible. Y eso que ya tiene algunos años.

Hubo un momento en el que paré de leer. Y me puse a pensar que me sonaba haber oído algo similar en un contexto completamente diferente. Es al escuchar la publicidad de algunas marcas y la política de ventas que tienen. Y la verdad es que pensé en Apple, la empresa de Steve Job, que tanto éxito esta teniendo últimamente.

Y recordé a la gente que ha hecho cola en las tiendas para ver o para comprar alguno de los productos estrella de la marca de la manzana mordida. Esos son los "fanboys"; los que viven pensando en el siguiente producto Apple.

Apple ha sabido hacerlo bien. Sus productos van creciendo en capacidad y prestaciones. Cada generación que surge hace que la anterior sea obsoleta. Un ejemplo, la última gran mejora de programas no es compatible con la primera generación de Ipod e Iphone. Casi te sientes obligado a comprar un aparato nuevo para estar a la última. También es justo decir que no es la única empresa que tiene ese tipo de polítcas. Pero si es bastante representativa

Algo parecido le ocurre a Momo. En un momento determinado uno de los Hombres Grises se enfrenta a la niña para evitar que siga deshaciendo sus tácticas empresariales. Para tratar de convencerla le regala la muñeca "Bebebín". Y le enseña a jugar con ella. La conclusión de Momo me sigue impresionando:

—Qué muñeca tan bonita tienes —dijo con una voz sorprendentemente monótona [el Hombre Gris]—. Todos tus amiguitos te la envidiarán.
Momo sólo se encogió de hombros y se calló.
—Seguro que ha sido muy cara, ¿no? —continuó el hombre gris.
—No lo sé —murmuró Momo con timidez—, la he encontrado.
—¡Qué cosas! —respondió el hombre gris—. Me parece que eres muy afortunada.
Momo volvió a callar y se arrebujó más en su chaquetón demasiado grande. El frío aumentaba.
—Pero no tengo la impresión —dijo el hombre gris con una minúscula sonrisa— de que estés demasiado contenta, pequeña.
Momo agitó un poco la cabeza. Le parecía que de pronto había desaparecido toda la alegría del mundo, como si jamás hubiera existido. Y todo lo que había tomado por alegría no hubieran sido más que imaginaciones. Pero al mismo tiempo sintió que algo la avisaba.
—Te he estado observando todo un rato —continuó el hombre gris—, y me parece que no sabes cómo hay que jugar con una muñeca tan fabulosa. ¿Quieres que te enseñe?
Momo miró sorprendida al hombre y asintió.
—Quiero tener más cosas —sonó de repente la muñeca.
—¿Lo ves, pequeña? —dijo el hombre gris—, ella misma lo está diciendo. Con una muñeca tan fabulosa no se puede jugar igual que con otra cualquiera, esto está claro. Tampoco está hecha para eso. Hay que ofrecerle algo, si uno no quiere aburrirse con ella. Fíjate, pequeña.
Fue hacia su coche y abrió el maletero.
—En primer lugar —dijo—, necesita muchos vestidos. Aquí tenemos, por ejemplo, un precioso vestido de noche.
Lo sacó del coche y lo tiró hacia Momo.
—Y aquí hay un abrigo de pieles de visón auténtico. Y aquí una bata de seda. Y un traje de tenis. Y un equipo de esquí. Y un traje de baño. Y un traje de montar. Un pijama. Un camisón. Un vestido. Y otro. Y otro. Y otro...
Iba tirando todas estas cosas entre Momo y la muñeca, donde poco a poco se formaba una montaña.
—Bueno —dijo, y volvió a sonreír mínimamente—, con esto ya podrás jugar un buen rato, ¿no es verdad, pequeña? Pero al cabo de unos días también esto se vuelve aburrido, ¿no crees? Pues bien, entonces tendrás que tener más cosas para tu muñeca.
De nuevo se inclinó sobre el maletero y tiró cosas hacia Momo.
—Aquí hay, por ejemplo, un bolso pequeñito de piel de serpiente, con un lápiz de labios pequeñito y una polvera de verdad, dentro. Aquí hay una pequeña cámara fotográfica. Aquí una raqueta de tenis. Aquí un televisor de muñecas, que funciona de verdad. Aquí una pulsera, un collar, pendientes, un revólver de muñecas, medias de seda, un sombrero de plumas, un sombrero de paja, un sombrerito de primavera, palos de golf, frasquitos de perfume, sales de baño, desodorantes...
Hizo una pausa y miró expectante a Momo, que estaba sentada en el suelo, entre todas esas cosas, como paralizada.
—Como ves —prosiguió el hombre gris—, es muy sencillo. Sólo hace falta tener más y más cada vez, entonces no te aburres nunca. Pero a lo mejor piensas que algún día la perfecta “Bebenín” podría tenerlo todo, y que entonces volvería a ser aburrido. Pues no te preocupes, pequeña. Porque tenemos el compañero adecuado para “Bebenín”.
Con esto sacó del maletero otra muñeca. Era igual de grande que “Bebenín”, igual de perfecta, sólo que se trataba de un joven caballero. El hombre gris lo sentó al lado de “Bebenín”, la perfecta, y explicó:
—Éste es “Bebenén”. Para él también hay interminables accesorios. Y si todo eso se ha vuelto aburrido, hay todavía una amiga de “Bebenín”, que también tiene un equipo completo que sólo le va bien a ella. Y para “Bebenén” hay también el amigo adecuado, y éste a su vez tiene amigos y amigas. Como ves, no hace falta aburrirse, porque se puede seguir así interminablemente, y siempre sigue habiendo algo que todavía puedes desear.
Mientras hablaba, iba sacando una muñeca tras otra del maletero del coche, cuyo contenido parecía ser inagotable, y las colocaba alrededor de Momo, que seguía inmóvil y miraba al hombre más bien asustada.
—Y bien —dijo el hombre por fin, mientras expulsaba densas nubes de humo—, ¿comprendes ahora cómo se ha de jugar con una amiga así?
—Sí —contestó Momo. Empezaba a tiritar de frío.
El hombre gris asintió satisfecho y aspiró su cigarro.
—Ahora te gustaría quedarte con todas estas cosas, ¿no es verdad? Pues bien, pequeña, te las regalo. Recibirás todo esto —no en seguida, sino una cosa tras otra— y muchas, muchas más. Sólo has de jugar con ellas tal como te he explicado. ¿Qué te parece?
El hombre gris sonrió esperanzado a Momo, pero como ella no dijo nada, sino que sólo respondió con una mirada seria, añadió:
—Entonces ya no necesitarás a tus amigos, ¿entiendes? Ahora ya tendrás bastantes diversiones, pues tendrás todas esas cosas bonitas y recibirás cada vez más, ¿no es verdad? Y eso es lo que quieres, ¿verdad? Tú quieres tener esta fabulosa muñeca, ¿no? La quieres, ¿verdad?
Momo presentía oscuramente que habría de mantener un duro combate; y que ya estaba metida en él. Pero no sabía por qué iba a ser la lucha ni contra quién. Pues cuanto más escuchaba a ese visitante, más le ocurría lo que antes le había pasado con la muñeca: oía una voz que hablaba, oía palabras, pero no oía al que realmente hablaba. Movió la cabeza.
—Qué, ¿qué pasa? —dijo el hombre gris, enarcando las cejas—. ¿Todavía no estás contenta? Vosotros, los niños de hoy, sí que sois exigentes. ¿Quieres decirme qué le falta a esa muñeca perfecta?
Momo miró al suelo y reflexionó.

Creo —dijo en voz baja— que no se la puede querer.

Durante un buen rato, el hombre gris no dijo nada. Miraba ante sí con la mirada vidriosa de las muñecas. Finalmente hizo un esfuerzo.
—No es eso lo que importa —dijo con voz gélida. Momo le miró a los ojos. El hombre le daba miedo, sobre todo por el frío que salía de su mirada. Por curioso que parezca, también le daba pena, aunque no hubiera podido decir por qué.

—Pero a mis amigos —dijo—, los quiero.


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