“Estrellas en la Noche” de Carlos Bazarra (capuchino) I


De nuevo compartimos otro libro de Carlos Bazarra. Un libro infantil, quizás por eso para los adultos no sea un poco más fácil entenderlo. Esta vez sobre las obras de misericordia. Un tema difícil, pero que el Capuchino gallego resuelve con maestría. El libro fue publicado en el 2000. Los beneficios que se obtuvieron de su venta se utilizaron para ayudar a los damnificados de la "Tragedia de Vargas", suceso que pasó en las Navidades de 1999 cuando las lluvias provocaron el deslave de varios de los montes que rodean la ciudad de Caracas  provocando destrucción y muerte. Carlos explica lo que supuso esa tragedia para los caraqueños, para los vargueños y los venezolanos. En esta primera entrega aparece el prólogo y parte del primer capítulo


0.- Prólogo





El año 1992, estando en Bogotá, comencé a escribir el libro "Vivir la misericordia". Decía en el primer capítulo. "Hoy ha estado lloviendo torrencialmente durante todo el día aquí en Bogotá. Las calles se inundaron y el tráfico se puso imposible. Detrás de los cristales de mi ventana, recordé espontáneamente a Macondo, el pueblo de "Cien Años de Soledad", cuando llovió cuatro años, once meses y dos días. Cuando llueve mucho y el cielo está encapotado, se hace difícil pensar que el sol volverá a lucir en un cielo límpido y azul".


Y ese es lo que ocurrió precisamente aquel año en Colombia: como efecto del fenómeno El Niño, se produjo una sequía espantosa,, los pantanos quedaron sin agua, y teníamos restricciones de luz hasta 8 horas al día. Un gran trastorno para el desarrollo del trabajo profesional.

Ahora he comenzado a escribir otro libro, también sobre la misericordia, para explicar a los niños la gran fuerza transformadora de la compasión. Estamos en diciembre de 1999. Son las últimas navidades del siglo XX; se diría que este fin de siglo es el fin del mundo en Venezuela. Ahora padecemos el fenómeno de La Niña: llueve y llueve, crecen las quebradas, las aguas tumban árboles y postes de la luz y de teléfono, se derrumban los cerros, se hunden los ranchos, el barro cubre carros y casa, se rompen puentes, las carreteras son devoradas por la fuerza hidráulica, personas y animales son arrastradas, miles de desaparecidos, muertos…






Imagen de la zona afectada


Las estadísticas son escalofriantes. El 24 de diciembre resumía la prensa:

        Personas damnificadas: 300.000
        Personas desaparecidas: 7.200
        Personas fallecidas: 50.000
        Viviendas afectadas: 64.000
        Viviendas destruidas: 24.000

¿Volverá a lucir el sol? ¿Se levantarán del lodo las casas destruidas? ¿Volverás a jugar los niños en las plazas, hoy convertidas en montones de chatarra y en basureros inmundos? Tengo una firme esperanza en la misericordia de Dios, que levantó de la confusión ("caos") un mundo hermoso ("cosmos"), y de la muerte afrentosa del viernes santo, la resurrección espléndida del domingo de Pascua.

La quebrada de Catuche en 2008
Ayer visité la quebrada de Catuche, donde compartí hace años momentos entrañables con sus pobres habitantes. Todo desolación y ruinas. Casualmente en medio del barro, descubrí una monedita de cinco céntimos, sin valor ya en la devaluación galopante del bolívar. La recogí, la limpié y me la guardé. No vale materialmente, pero es un rayito de esperanza. Como la moneda de la viuda que Cristo elogió más que los puñados de billetes de la gente rica. Centavo a centavo, tenemos que reconstruir una nueva tierra.

Hoy Venezuela es un Belén decrépito, un inmenso campo de refugiados, símbolo de un siglo que se está muriendo. Pero nacerá un nuevo siglo, reconstruido desde sus cimientos, precisamente por obra de la misericordia. Y los niños de hoy serán mañana hombres y mujeres, agentes de un mundo más humano y fraterno. Esa es mi esperanza al escribir, para los niños, el relato de "Estrellas en la noche".








1.- Caminante sin camino



Querida Blanca, te voy a contar una historia verdadera. Llovía mucho aquella tarde. Y cuando se está en casa abrigadito, entonces no apetece salir a la calle. Uno se sienta cómodamente a ver su programa de televisión favorito, comiendo palomitas y tomándose una Coca-cola. Pero me habían avisado que llegaba un amigo desde México, y había que salir a buscarlo al aeropuerto. El avión llegaba a las 10 de la noche. Seguía lloviendo. Le dije a Garik que sacara el carro del garaje, y a las 8'30 nos dirigíamos hacia Maiquetía. Nos acompañaba Luis, que había llegado de Argentina. No había mucho tráfico y pensé: "¡Menos mal!" La lluvia empapaba el parabrisas y dificultaba la visión de la autopista. Teníamos que ir limpiando con un paño los cristales, y ratos descubríamos cómo la cuneta arrastraba agua y barro que se deslizaba del monte. El piso de la carrete se estaba embarrando y el tránsito se hacía peligroso. "Maneja con cuidado" –le dije- "podemos colearnos". Ya cerca de las primeras viviendas, nos sorprendió ver el lodo acumulado con ramas y desechos. "Esas casas están en serio peligro", pensé.

Llegamos sin novedad al aeropuerto. Se veían bastantes pasajeros de diferentes vuelos que estaban aterrizando, y salían de la zona internacional con sus maletas. Se encontraban con sus familiares y amigos, se abrazaban col alegría, se contemplaban felices y se dirigían hacia sus vehículos para regresar a Caracas, charlando animadamente.

Autopista de la Guaira. Carretera que comunia Caracas con
el Aeropuerto de Maiquetía
El vuelo que esperábamos, venía retrasado Anunciaba su llegada para las once de la noche. No había más remedio que esperar. Al fin salió Efrén. Le saludamos fraternalmente y subimos al carro. Cuando desembocamos en la autopista y estábamos llegado al puesto de peaje, vimos una enorme cantidad de carros detenidos y esperando. Un militar se nos acercó para informarnos: "La autopista está obstruida por derrumbes y no hay paso". Pregunté: "¿Tardarán mucho en abrir camino?". "SI deja de llover, en cinco horas quedará despejada" "¡Cinco horas!" – exclamamos asustados.

El militar nos aconsejó: "Les recomiendo que regresen al aeropuerto. Allí estarán bajo techo, podrán comer algo en los restaurantes, hay servicios higiénicos y otras comodidades. En cambio aquí en la autopista, no tendrán ninguna comodidad".

Le hicimos caso. Dimos la vuelta al carro y aparcamos delante de una de las entradas, que habitualmente ocupan los taxistas. En aquella ocasión no había taxis a la vista. Y sin otra cosa que hacer, nos dispusimos a dar "unas cabezaditas" en los asientos del carro. Seguía lloviendo. La perspectiva era sombría. Cinco horas esperando para regresar a la ciudad, si no llovía. Pero la lluvia era persistente y tenaz, no había trazas de que fuera a escampar. No había otra solución que esperar con paciencia.

Yo apenas dormí. Hacia las dos de la madrugada, salí a dar una vuelta por el interior del aeropuerto. Muchísima gente dormía en el suelo, en medio de sus maletas. Otros hablaban entre sí. Algunos niños correteaban despreocupadamente: la demora resultaba una apasionante aventura.

Cuando amaneció, aprovechamos para llamar por teléfono y comunicar nuestra situación. En los baños todavía había agua corriente. Pudimos comprar un café con leche grande para entrar en calor. Afuera continuaba la lluvia.

A la siete de la mañana, ya los baños carecían de agua y estaban inutilizables, con un hedor intenso. Los teléfonos dejaron de funcionar. Y casi todos los centros que despachaban alimentos, habían agotado sus existencias y habían cerrado. En el sótano había un contenedor que decía "Abierto las 24 horas". Una cola larguísima se formó por el pasillo para comprar algún alimento. Yo comenté: "Si queremos comer algo, hay que comenzar a ocupar un puesto en la cola". Eran las 10'30 de la mañana. A las dos del mediodía llegábamos al mostrador: Unas bandejitas de aluminio con pasta italiana y salsa de tomate, eso era lo que quedaba.

Como yo al salir de casa pensé que regresaríamos pronto, apenas llevaba dinero. Al querer pagar
las cuatro raciones, no me alcanzaba. Tuve que dirigirme al joven que venía detrás de mí y pedirle prestados mil bolívares. Sin conocerme de nada, se apresuró a darme ese dinero.
Efrén me ofreció dos dólares para restituir al joven su préstamo. En "Abierto las 24 horas" ya no estaba. Recorrimos el aeropuerto buscándolo. No queríamos que pensara que habíamos abusado de su buena fe.
Por casualidad lo encontramos en uno de los pasillos. Pero en modo alguno quiso aceptar los dólares. No actuó interesadamente. Practicó la misericordia. Fue como una estrella en la noche de la catástrofe venezolana.
Seguía lloviendo. Y con la lluvia se esfumaba la posibilidad de volver a Caracas.
Hacia las 4 de la tarde, un taxista nos comentó: "Oficialmente la autopista Maiquetía-Caracas está cerrada. Pero en realidad se puede pasar a través de un carril que ha quedado más o menos despejado. Bajo su su responsabilidad tal vez puedan regresar a Caracas”.
No lo pensamos dos veces. Subimos al carro y emprendimos el retorno. La autopista seguía en muchas partes bloqueada con desprendimientos de ramas caídas, peñascos, huecos horadados por la fuerza del agua. En ocasiones teníamos que pasarnos al canal de bajada. Afortunadamente no había tráfico. Gárik manejaba con sumo cuidado. Durante el trayecto dejó de llover. En la cercanía de la ciudad ya encontramos maquinaria pesada y camiones limpiando la vía; circulaban algunas motocicletas, y nos encontramos con el carro del gobernador y su escolta que inspeccionaba el estado de la carretera.
El espectáculo era dantesco: barrios enteros derrumbados por la falda de la montaña, ruinas, escombros, árboles caídos, torrentes de lodo por las quebradas, y en las orillas de la autopista grupos de gente con las cosas que habían podido salvar de sus viviendas: cocinas, neveras, televisores, colchones, maletas...
Querida Blanca: estas cosas son increíbles para quien no las ha visto de cerca. A uno le entraban ganas de llorar. Ya en la ciudad el tráfico era normal. A las 5 de la tarde llegábamos a casa: cansados, sucios, hambrientos y con ganas de dormir. Desde las 8 de la noche del 15 de diciembre hasta las 5 de la tarde del día 16. Casi 24 horas. Pero contentos porque teníamos morada segura, a diferencia de tanta gente que salvó su vida pero perdió sus casitas.

Comenzaba para Venezuela una noche oscura, cubierta de nubes negras. La tarea era sembrar estrellas y que la noche perdiese su aspecto amenazador y se transformase en un cielo estrellado. Que las estrellas venciesen la oscuridad.
Mi pequeña Blanca, tu nombre es el símbolo que he buscado para que este mundo de violencia y de egoísmos encontrados, de discordia y de muerte, se transforme en una tierra de concordia y armonía. Sólo lo lograremos practicando la misericordia, como el joven de los mil bolívares y como tantos otros que dieron su tiempo, sus energías, sus bienes, sus conocimientos  para ayudar a los damnificados.
Estas obras de misericordia son las estrellas en la noche de un trágico diciembre venezolano que entre todos los niños vamos a ir colgando de las nubes.
Mi experiencia de caminante sin camino me hizo pensar que, cuando no hay camino, se puede hacer un nuevo sendero. Lo dijo el poeta: "Caminante, no hay camino; se hace camino al andar" (Machado).
Blanca, vamos a sembrar estrellas. Verás qué bonito es el cielo de nuestro pesebre navideño.

Comentarios