SALMO 20 (19): “Que el Señor te conceda todo lo que pides”

2. Que te escuche el Señor el día del peligro,
que te sostenga el nombre de Dios de Jacob;
3. que te envíe auxilio desde el santuario,
que te apoye desde el monte Sión;
4. que se acuerde de todas tus ofrendas;
que le agraden tus sacrificios;
5. que cumpla el deseo de tu corazón,
que dé éxito a todos tus planes.
6. Que podarnos celebrar tu victoria,
y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes
-Que el Señor te conceda todo lo que le pides­
7. Ahora reconozco que el Señor
da la victoria a su ungido,
que lo ha escuchado desde su santo cielo,
con los prodigios de su mano victoriosa.
8. Unos confían en sus carros,
otros en su caballería;
Nosotros invocamos el nombre
del Señor Dios nuestro.
9. Ellos cayeron derribados,
nosotros nos mantenemos en pie.
10. Señor, da la victoria al rey
y escúchanos cuando te invocamos.


1. AMBIENTACIÓN.

“Ya han pasado los tiempos de las guerras santas; pero es una vergüenza para la humanidad que los hombres sigan ma­tándose por dominar un puñado de tierra” (J. Collantes). Estas palabras escritas en el comentario del Sal 20, perteneciente al grupo de los llamados salmos reales, resul­tan de máxima actualidad en estos mo­mentos. Cuando escribimos estas notas, de nuevo suenan tambores de guerra entre los hombres. En la angustiada tierra del Pró­ximo Oriente vuelve a resonar el grito de llamada a la guerra santa. Los medios de comunicación nos hacen llegar las imá­genes y las palabras de estas llamadas: “Es la guerra entre la fe y la técnica. Pero ga­nará la fe, porque Dios está con nosotros”, repite una y otra vez uno de los implicados en este conflicto absurdo e inexplicable. No podemos dejar de pensar en este con­texto al comentar el Sal 20 cuya situa­ción vital, según los comentaristas, es una liturgia colectiva para rogar por el rey que salía a la batalla. El tono marcial y los de­seos expresados en favor de la victoria nos hablan de esta guerra, guerra, por lo demás, desigual, ya que, mientras los enemigos disponen de un fuerte ejército en el que existe caballería y carros de combate, los ejércitos de Israel cuentan sobre todo con una gran dosis de confianza en el Señor. ­

Por otra parte, como señala Von Rad, la posición del rey entre Dios y el pueblo hacía más necesaria esta intercesión. Debemos, pues, tener en cuenta este contexto bélico al enfrentarnos a este salmo, “arcaico testimonio de la liturgia mo­nárquica hebrea” (G. Ravasi). Cronológica­mente se sitúa antes del destierro babiló­nico. Según el título hebreo el salmo pertenecería a David, pudiendo entonces leerlo a la luz de lo que nos cuenta 2Sam 10,1ss.


2. ANÁLISIS.

Situado en este contexto, el salmo es una “plegaria extremadamente simple y de fácil comprensión” (Ravasi). Los autores in­dividualizan la intervención de distintos participantes. M. García Cordero hace esta distribución: en una función litúrgica pre­via a una campaña, una voz surgida de en­tre la multitud desea al rey la victoria (vv. 2-6b), adhiriéndose a ese deseo toda la asamblea (v. 6c). Un sacerdote o el rey mismo comunican la respuesta que es un anuncio de victoria (vv. 7-8), ante el que toda la asamblea responde confesando la razón de su fuerza (vv. 9-10).
Así esquematizado, puede dar la impre­sión de que la figura central del salmo es el rey. Sin embargo es fundamental para en­tenderlo tener en cuenta la observación que hace G. Ravasi: "La figura determi­nante es la de Yahvé que, sin embargo, no aparece directamente, sino de forma mediata". Estas mediaciones son los símbolos de los que podemos destacar tres:

A) Hay un simbolismo espacial que une el santuario de Sión (v.3) y "su santo cielo" (v. 7): se hace la invocación en el santuario del monte Sión, lugar de la presencia amo­rosa y salvadora de Yahvé, y la respuesta en forma de ayuda viene desde "su santo cielo".

B) El segundo simbolismo a través del cual Dios se hace presente es el del nombre que aparece como hilo conductor del salmo (vv. 2.6.8). El nombre es "símbolo de la persona y del dinamismo de Dios, signo casi perceptible de la energía misteriosa de Dios que se desborda en la Shekinah del arca de Sión" (G. Ravasi). El nombre del Señor es para el rey fuente de confianza, ayuda, salvación, alabanza.

C) La presencia central de Dios aparece también en una tercera categoría simbólica llamada por Ravasi la de la “guerra santa”, que aparecería en los vv. 8-9. En ellos des­taca una contraposición evidente: mientras los otros pueblos ponen su confianza y ha­cen gala de su fuerza porque tienen caba­llos, Israel confiesa que él se mantiene en pie porque ha puesto su fuerza en quien es su auténtica "roca y salvador".

Analizando brevemente el contenido del salmo, tenemos lo siguiente:

- vv. 2-6b: nos hablan del ritual sacrificial de intercesión: se abren con una invocación confiada al "nombre del Dios de Jacob" para que le envíe el auxilio que necesita; a la invocación acompañan las ofrendas y sacri­ficios, capaces de agradar a Dios y hacerle recordar (v.4);

- v. 6c: la asamblea toda se une a la sú­plica del rey, pidiendo confiadamente su victoria;

- vv. 7-9: a la petición sigue una profe­sión de confianza en la victoria porque con ellos está el más fuerte, el Señor: "La invo­cación de su nombre es el arma decisiva en esta guerra sagrada" (Alonso Schökel);

- v. 10: el salmo termina con una invoca­ción de toda la asamblea que intercede confiada por el rey.

3. PISTAS PARA LA ORACIÓN.

Después de lo dicho al principio, ¿po­demos señalar algunas pistas que nos ayu­den a hacerle oración en nuestros labios cristianos hoy? Por supuesto que sí, pero teniendo presente la observación de G. Ravasi: “Salvando el valor de la historicidad de la revelación y de la presencia real histórica de Dios, el creyente que lee hoy esta oración no debe ser fundamentalista, considerando, como entonces, a la guerra como una obra de religión”. Desde aquí podemos señalar estas pistas:

A) La primera nos viene sugerida por la teología del "nombre del Señor". Para no­sotros el nombre de Dios es Jesús, el Cristo, el Salvador. En ese nombre y sólo en él encontramos la salvación, porque "ningún otro nombre debajo del cielo es dado a los hombres para salvarnos" (Hech 4,12); en cambio, "cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán" (Hech 2,21). Él es quien ha "venido en nombre del Padre" (Jn 5, 43) y ése es el nombre que noso­tros debemos invo­car para ser escu­chados ante el Padre: "Lo que pi­dáis al Padre ale­gando mi nombre, os lo dará" (Jn 15, 16). Es el nombre que nos dará la vic­toria en la lucha decisiva contra el demonio: "En mi nombre echarán de­monios" (Mc 16, 17). Es el nombre, en fin, que nos lle­vará a la victoria definitiva hacién­donos exclamar con Pablo: "¡Demos gracias a Dios que nos da esta vic­toria por medio de nuestro Señor Je­sucristo!" (1Cor 15, 57);

B) También pue­de ser para noso­tros una oración confiada y gozosa para que llegue el reino de Cristo, "el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gra­cia, el reino de la justicia, el amor y la paz". Un reino que no se impone por la fuerza de las armas, de ángeles (Mt 26, 53), sino con la fuerza, sino con la violencia del amor, la comprensión, la amabilidad. De este modo pedimos que su victoria, conseguida no por legiones de ángeles (Mt 26,53), sino con la fuerza insobornable de la verdad, que le lleva a la muerte, pero también a la resurrección, se extienda a todos los seres humanos.

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