La princesa que tenía los dedos mágicos

La princesita que tenía los dedos mágicos

Hay en Castilla un valle hermoso y lleno de luz. Alo largo del valle corre un río pequeño y alegre. En la orilla derecha del río, sobre una colina verde, hay un castillo en ruinas. Hace muchos años había otro castillo en la orilla izquierda; pero ya no queda ni rastro de él.

En el tiempo en que estaban en pie los dos castillos vivían en ellos dos reyes muy poderosos. Eran enemigos: no se querían nada.

Uno era bondadoso y dulce. Amaba los árboles, las flores y los animales. Tenía grandes bosques en su territorio, y, alrededor de su castillo, crecían toda clase de flores, que él mismo cultivaba. En sus jardines y bosques vivían tranquilos y; espetados los pájaros, los corzos, todos los animales. El rey no permitía que se tocara a la5 mariposas siquiera. y había tantas en sus bosques, que parecía una fiesta, con aquellos colorines alegres y revoloteando por todas partes.
El otro rey, su vecino, era cruel y sólo disfrutaba destruyendo. Había hecho grandes matanzas de hombres, y, no contento con eso, se dedicaba a destruir todo lo bello que había en sus dominios: arrancaba los árboles, pisoteaba las flores, se divertía matando pobres animalitos inofensivos.
Todos los pájaros habían huido a los bosques del rey bueno. Todos los corzos y las ardillas y las mariposas habían huido también, atravesando el río. Nada quedaba en aquel reino desolado: sólo rocas y zarzas y cardos y animales feos: murciélagos, alacranes y serpientes. Y algunos lobos también.
En los bosques del rey bueno vivían las hadas. Protegían al rey, su amigo, y le llenaban de regalos.
En los páramos del rey malo vivía el brujo Tragacaritos. Ayudaba a su señor en todas sus maldades.
Ninguno de los dos reyes tenían hijos. Los dos deseaban tenerlos. El rey malo llamó al brujo Tragacantos.y le dijo:
-Hazme un hijo, fuerte y duro, que sea capaz de odiar sin compasión, como yo, para que prosiga mi obra cuando yo muera.
El brujo esculpió una peña, y, con unos filtros mágicos hechos con veneno de alacrán y de serpientes, hizo, vivir a aquel monstruo. Era un niño fuerte y feo, y todavía más cruel que su padre. El rey malo estaba encantado con él, y le llamó Peñasco.
El rey bondadoso llamó a sus amigas las hadas y les dijo:
-Hacedme una hija hermosa y buena.
Las hadas se lo prometieron, y fueron al bosque a reunir las cosas más bellas para formar con ellas a la niña.
Un hada recogió entre las ramas de los pinos la luz de la luna llena, que brillaba en hebras finas. Serían el pelo para la niña.
Un hada tomó en sus manos dos gotas de agua, de un arroyo iluminado por la luna. Serían los ojos de la niña.
Un hada cortó de un rosal silvestre una flor blanca y rosada, muy suave, para la piel de la niña.
Un hada hiló hebritas de telaraña, para las pestañas.
Otra buscó piedrecitas blancas, para los dientes.
Otra, esquirlitas de cuarzo rosa, para las uñas.
Hicieron la niña más hermosa del mundo, y la vistieron con una túnica perfumada de jara, tomillo y romero.
Estaban las hadas muy satisfechas de su obra, y, para celebrar el nacimiento de la niña, se pusieron a danzar por el bosque.
Era de noche. El brujo Tragacantos, desde el otro lado del río, oía cantar a las hadas.
«¿Qué estarán celebrando?», se preguntó curioso. Y, poniéndose sus alas de murciélago, voló sobre el río y pasó al otro reino. Cuando vio la niña que acaban de hacer las hadas, se puso verde de envidia, porque él no era capaz de crear una cosa sí. Quiso hacer daño a las hadas y a la niña, en venganza, y, en un descuido de las hadas, tocó con sus manos feas los ojos de la niña y la maldijo, diciendo:
-Tú eres bella.
Todo es hermoso en tu reino.
¡Ah, pero tus ojos descubrirán todo lo feo que hay en el mundo!
¡Tus ojos verán el dolor!
¡Tus ojos verán la maldad.
Las hadas acudieron, desoladas, y el brujo voló, huyendo hacia su triste país. Las hadas se pusieron a deliberar. Querían deshacer el maleficio del brujo, pero no tenían poder para ello. Entonces, la reina de las hadas, el hada Sol, besó uno por uno los dedos de la niña, y le dijo:
-Yo seré tu madrina. Te llamarás como yo. Y todo lo que toquen tus dedos se convertirá en luz, se convertirá en belleza. Llevaron la niña al rey bueno. El rey se quedó maravillado. Nunca había visto una niña tan hermosa. La princesita Sol creció en el castillo y todos la querían mucho.
Pero su padre empezó a notar que la niña estaba triste.
Mandó que le trajeran regalos, para alegrarla.
Trajeron un ramo de rosas. El rey dijo a la niña:
-Mira qué rosas, son las más bellas del mundo.
-Pero tienen espinas, padre -dijo la niña muy triste.
Trajeron un corzo rubio. El rey dijo a la niña:
-Mira qué corcito, hija. No lo hay más gracioso en el mundo.
Pero se come las hierbecitas, padre: destruye las lindas hierbecitas del campo.
Trajeron bailarinas y bufones para alegrar a la niña.
Dijo el rey:
-Mira cómo bailan y qué piruetas hacen. No los hay mejores en todo el mundo.
-Pero son vanidosas, padre, puedo verlo. Bailan y cantan por vanidad.
Y el rey estaba triste, porque no podía alegrar a su hija.
Sacaba a la niña de paseo por su reino, y le enseñaba todo lo que creía que iba a gustarle. La niña se quedaba quieta y triste, porque en todas partes descubría algo de fealdad o de maldad.
Un día llegó al castillo un niño delgado y sucio, que pedía limosna. La princesita, que era bondadosa, salió a darle de comer, y acarició, compasiva, la cabecita del niño. Y entonces vio con asombro que aquel pelito sucio se volvía rubio y hermoso, y que aquella carita triste se iluminaba y sonreía, y se volvía muy bella. La princesita se llenó de alegría al ver el milagro que habían hecho sus dedos.
Otro día le cayó un saltamontes en la falda. No le gustaban nada los saltamontes, pero como era tan buena, lo tocó con mucho cuidado para que se marchase, y vio con asombro que el insecto, al tocarle, se volvía azul y bello y saltaba con brinquitos muy graciosos por el jardín.
La niña se puso muy contenta. Empezó a ver que todo podía volverse hermoso, con sólo tocado con los dedos. Si una piedra le parecía fea, la tocaba, y en seguida descubría en ella brillos de oro y colores muy bonitos.
Si una flor carecía de gracia, al cogerla descubría dibujitos y colores preciosos en sus hojas.

La princesita era ya feliz.
Pero un día llegaron los guardabosques del rey, anunciando que, junto al río, habían encontrado pájaros heridos y plantas destrozadas. Y habían visto a Peñasco, el feo hijo del rey malo, que, cansado de sembrar la destrucción en el reino de su padre, cruzaba el río para maltratar los animales y las plantas del país del buen rey.
Los guardabosques pidieron permiso a su señor para castigar a Peñasco, si le veían. Pero la princesita, que era tan buena, dijo a su padre:
-No le castiguéis. Yo iré al encuentro de ese niño malo y le volveré bueno.
La princesita se sentaba todos los días a la orilla del río, esperando a que Peñasco apareciese por allí. Una mañana le vio venir. Era tan feo y tenía una expresión tan malvada, que, al principio, la princesita se asustó mucho.
Vio que Peñasco empezaba a arrancar las ramas de las madreselvas y a tirar piedras a los pájaros. La princesita corrió hacia él, y le dijo dulcemente:
-No hagas eso, niño, no hagas daño a las flores tan hermosas ni a los pobres pajaritos que cantan tan bien.
Peñasco se rió abriendo su boca grande y feísima.
- Ja, ja, ja; qué niña más boba. Ahora verás lo que hago contigo, y agarró' a la niña por sus hermosos cabellos y empezó a zarandeada. La princesita lloraba, y le decía:
-¿Por qué me haces daño, niño? ¿En qué he podido ofenderte?
-Eres guapa, y me molesta. Eres buena, y me da rabia. ¡Ahora verás quién soy yo! -y la maltrataba.
La princesita sufría mucho y lloraba. Se acordó de sus manos, que tantos milagros habían hecho, y acarició con ellas al niño que la hacía sufrir.
Pero el niño se reía y pegaba cada vez más fuerte a la princesita. Cuando se cansó de hacerle daño, se fue, saltando por las peñas del río, a su castillo.
La princesita volvió llorando al castillo de su padre. Todos se asustaron mucho al veda llegar con el vestido destrozado, el pelo en desorden y tantos cardenales por el cuerpo. El rey preguntó furioso:
-¿Quién te ha puesto así?
Pero la princesita no quiso acusar al niño malo. Dejó que la curaran y la pusieran limpia, y, cuando la dejaron sola, salió del castillo y se fue al bosque a buscar a su hada madrina.
La encontró en una pradera, muy ocupada en pintar de oro las plumas de un pájaro.
-¿Qué te trae por aquí, ahijadita? --dijo el hada.
-Vengo a pedirte un consejo, madrina. He comprendido que en mis dedos has puesto tú una virtud, y que todo cuanto tocan se vuelve hermoso.
Pero hoy no he podido con la maldad del príncipe Peñasco.
-¿Has probado a tocarle?
-Sí, le he acariciado, a pesar de que él me hacía mucho daño, pero sólo he conseguido enfurecerle.
-Ese príncipe tiene feo y malvado el corazón. Tendrás que tocarle el corazón --dijo el hada.
-Pero, ¿cómo se puede tocar un corazón? -preguntó la niña.
El hada se quedo pensativa y dijo:
-Hay una palabra. Es una palabra mágica, para tocar los corazones. Pero yo no puedo decírtela. Tendrás que adivinarla tú misma.
La, niña se volvió al castillo muy preocupada. ¿Cuál sería la palabra mágica? Pensó muchas palabras" y decidió decírselas todas al príncipe cuando le viera, hasta que una de ellas le hiciera efecto;
Al día siguiente bajó hasta el río. Iba temblando de miedo, porque ya sabía qué cruel era el príncipe del reino vecino. Apenas había llegado a la orilla cuando vio venir a Peñasco. El príncipe malo corrió hacia la niña, la agarró por el pelo, como el día anterior, y empezó a maltratada.
La niña se tragó las lágrimas, reunió todo su valor, y fue diciendo al príncipe las palabras que había pensado:
-Niño malo.
y el príncipe se reía y le pegaba cruelmente.
-Cruel.
y el príncipe se enfurecía más, y su mirada era perversa. -Perverso.
y el príncipe se ponía hecho una fiera.
-Fiera.
y el niño tenía una expresión tan feroz que la princesita se echó a llorar.
Peñasco la golpeaba con furia. La niña no sabía qué hacer. Aquel príncipe era peor que los perros más fieros de los pastores. Recordó que a ella los perros nunca le habían hecho daño. ¿Por qué? Recordó que, cuando venían ladrando hacia ella, les decía palabras cariñosas y los perros se volvían mansos y le lamían las manos. Entonces dijo con mucha dulzura al niño que la maltrataba:
-Hermano, no me hagas daño.
El príncipe soltó a la niña; asombrado y conmovido le dijo:
-¿Cómo me llamas hermano a mí, que soy feo y malvado, siendo tú
buena y hermosa?
-Hermano, hermano -repetía la niña- Y entonces el príncipe se echó a llorar.
-Esa palabra me ha tocado el corazón.
Entonces la niña acarició la cabeza del príncipe, para consolarle, y la fea cabellera de Peñasco se volvió brillante y suave. Tocó su frente arrugada, y la frente se volvió luminosa, y era bella.
Tocó sus ojos, que habían tenido siempre una mirada torva y cruel, y los ojos miraban ahora dulcemente a la niña.
Tocó su boca, que siempre había estado torcida en una mueca de burla y de maldad, y la boca empezó a sonreír cariñosamente.
El príncipe Peñasco era ya hermoso. Se había vuelto bueno.
-No quiero volver, ya al país de mi padre -dijo el niño-. Me, iré contigo, si tú me dejas, princesita Sol.
Y la niña le cogió de la mano, y le llevó al castillo del rey bueno. Todos se asombraron al ver cómo había cambiado Peñasco. La princesita sonreía y callaba su secreto. Desde entonces vivieron los dos niños juntos en el castillo del buen rey, y se querían como hermanos, y eran muy felices.
El rey malo cometió tantas crueldades, que sus súbditos se levantaron contra él, quemaron y destruyeron su castillo y hubieran matado al rey, a no ser por el brujo Tragacantos, que se lo llevó volando con sus alas de murciélago, sabe Dios adónde.
El país del rey malo quedó desierto. Peñasco era el heredero, y cruzó el río con la niña, para ver lo que le había quedado.
-Sólo hay ruinas, vacío, desolación -dijo el príncipe al ver su reino.
Pero la princesita, compadecida de él, acarició los cardos de su reino. Y los cardos se abrieron y dieron flores azules. La princesita acarició los duros peñascos. Y las peñas se volvieron hermosas, con tonos azules, y verdes, y morados; y motitas de oro.
La princesita subió a los montes que el rey malo había dejado tan pelados. Los tocó con sus dedos, y los montes se llenaron de luz. Y todavía están allí, en la orilla izquierda del río, sin árboles ni flores, pero con una luz tan hermosa a cualquier hora del día, que todo el que pasa por el valle no sabe ya si mirar hacia los frondosos bosques de la orilla derecha o hacia los montes iluminados y transparentes de la otra orilla del río.
Es el milagro de una princesita buena, que vivía hace muchos años y tenía los dedos mágicos.

Comentarios

  1. Un bonito ejemplo de lo que podemos conseguir si llegamos de verdad al corazón de los demás.

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