Diario de Jesús -32-

Mi madre sonrió al verme. Nunca dudó de la resurrección. Mis besos y abrazos la consolaron de las tres horas al pié de la cruz. Juan la ha tomado en su casa.
María Magdalena  no se cansaba de abrazar mis pies: "Bueno, María, vete a darle a los hermanos la buena noticia".
Pedro comenzaba a comprender que la cruz era la condición para una vida nueva.
A los que me siguieron en los trabajos de la existencia terrea los llené de consuelo: "Reciban mi Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados. No se dejen llamar "padres" en sentido espiritual. Sólo Dios es Padre. Ni se dejen llamar "maestros" porque el Espíritu es el que les lleva a la verdad completa. Ni pretendan ser "jefes", suprimiendo la libertad de los hijos de Dios. Todos ustedes son hermanos. Eliminen cualquier subordinación forzada, y únicamente compitan humildemente por el último lugar. No quieran ser servidos, sino sirvan con alegría. Den la vida voluntariamente, pero que nadie les quite la vida. Si el grado de trigo no muere, queda solo. Pero si muere, da mucho fruto".
Comenzaba una semana, la semana de la nueva creación. Los tiempos mesiánicos llegaron a su cumplimiento y eran una realidad gozosa. Mereció la pena fatigarse por el Reino. Y de mi corazón brotó espontánea la plegaria: "Se gozan mis entrañas, y mi carne descasa serena, porque no me has dejado conocer la corrupción. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. Y conmigo, toda la creación vive la esperanza de ser liberdad de la muerte para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios".

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