Máscaras

Hay veces que explicar un evangelio es algo difícil, hay un montón de posibilidades de encontrarse con expresiones o situaciones complicadas. Y más si tienes que hablar con niños. Eso los catequistas y padres lo sabrán mejor que yo. Pero ayer yo me enfrenté a esa situación, ya que, como algo excepcional, tuve la misa de familia o de catequesis. Y es algo a lo que no estoy acostumbrado.

Además el evangelio no era de los más fáciles: la Transfiguración. Si no es fácil con los adultos con los niños es, ciertamente, un reto. También hay que decir que ayer me defendí bien de ese morlaco. Por lo menos los niños me atendieron, así que muy aburrido no fuí.

Pero más que de eso quiero compartir con vosotros una de las ideas que utilicé para explicarles a los chavales de que iba ese episodio. No sé como surgió, no lo tenía planeado de esa manera, pero surgió. El Espíritu me echó una mano, no hay duda.

La idea es que pocas veces nos mostramos a los demás. Hay veces que tenemos que disimular nuestros verdaderos sentimientos. Vamos, que tenemos que usar máscaras. Hay veces que tenemos que sonreír cuando estamos tristes, asombrarnos ante algo que no nos dice nada o incluso aparentar estar cabreados para conseguir algo que queremos. Es algo humano, y no creo que sea bueno. Las máscaras, las "personam tragicam" (creo que era así en latín) hacen de nosotros unos hipócritas, en el sentido etimológico de la palabra, es decir, un actor. Y de ahí a la hipocresía, en el peor sentido de la palabra hay un paso demasiado pequeño. La posibilidades de dar ese paso son altísimo.

Lo mejor es evitar llegar a esa situación. No creo que haga falta llegar a esa situación.


Pero también hay una segunda parte que hay que tener en cuenta. Y es cuando llevamos las máscaras sin darnos cuenta. Cuando forman parte tanto de nuestro ser que no sólo olvidamos que las llevamos, sino que no sabemos usar otra. Y de esa forma nos mostramos a los demás sólo de una forma. Quizás sea la máscara de la alegría, o la de la nostalgia, o la de la formalidad, o la de vagancia, o la del pesimismo... infinidad de posibilidades. Mostramos a los demás sólo una parte de lo que somos. No significa que el gracioso no sea formal, o nostálgico. Lo que pasa es que no sabe expresar a los demás esa faceta de su propia vida.

Y la cosa creo que se puede complicar un poco más. Dicen que la realidad es según el color con el que se mire. Con las personas pasa lo mismo. Si alguien nos parece chistoso, siempre, o casi siempre, nos parecerá que quiere contarnos un chiste, o un chiste sonará muy raro en boca de aquel que pensamos que es muy formal. Vemos sólo una parte de lo que es la persona y olvidamos que es mucho más complicada, más rica, hacemos de la parte el todo.

Y con Jesús esto también nos puede pasar. Le vemos con máscaras. Le colocamos algunas de ellas, normalmente la que nos interesan. Algunos le verán como un médico, o como un curandero, o como un soñador, o un iluso, o un maestro, o como un juez, o como un mago, o genio de la lámpara, o "la que sea". Sabemos que Jesús es más, pero nos quedamos con la parte que más nos gusta o nos convence.

Por eso tenemos un evangelio como el de la Transfiguración. Precisamente para recordarnos que él es más, que Jesús es tan complicado como cualquier persona y además tiene el plus de que es Dios además de hombre. Por si fuera poco complicado conocerle.

Y al mismo tiempo la invitación es precisamente a eso. No es cuestión sólo de seguirle. Nos invita a estar con él, en intimidad, viéndole en su totalidad, todas y cada una de sus facetas, cada una de las máscaras que le podamos colocar. Verle como Dios y como hombre. Una plenitud de encuentro. un encuentro en lo íntimo de su presencia.

Y al mismo tiempo que nos encontramos a Jesús tal cual es, el requisito que nos impone la Transfiguración es la de presentarse delante de Jesús tal cual somos. Es decir, tener el valor de abrirnos, de quitarnos las máscaras que nos ponemos y que nos ponen para ser lo que somos, para ser el "Emilio" que el quiere (pon tu nombre si quieres).

Al fin y al cabo nuestra vocación es la de ser como Jesús, para algo somos sus discípulos. No sólo aprender de él, sino ser como él. Por lo tanto la invitación a esa conversión radical que nos haga como Jesús. Y eso tiene una segunda parte, lógica por otra parte. Es posible que ya lo sepamos, pero siempre es bueno recordarnoslo una vez más. La Transfiguración no es algo sólo reservado a Jesús. Si estamos llamados a ser como él también estamos llamados a transfigurarnos, mostrarnos a los nuestros tal cuales somos, sin máscaras, sin partes. Mostrarnos desde nuestra naturaleza, desde nuestros dones y nuestras limitaciones, con nuestras tentaciones y nuestras bienaventuranzas. Aunque nos dé miedo, aunque sea difícil. Mostrar el Jesús y al Dios que hay en nosotros, al que los demás esperan encontrar.

Y además verlo no como un privilegio, sino que la invitación es a ver ese cambio como un servicio a los demás. Si en el otro está Cristo no puedo ser yo el que les niegue a los demás esa posibilidad. Sin olvidar que esa transfiguración sólo sucede en la intimidad, cuando la cercanía al otro es especial. No es sólo estar con los demás, es estar cerca de ellos, tener una confianza tal que nos permita tener el encuentro de Cristo a Cristo, de mi todo al todo del otro.

Poca cosa, sin duda. Es sólo conseguir la santidad. Pero no se nos puede olvidad en ningún caso que esa es nuestra vocación. Yo creo que merece la pena luchar por encontrarnos a Jesús transfigurado y que ese encuentro sea la posibilidad de poder invitar a otros a tal transformación.

Comentarios

  1. Mi reflexión de principio ante el evangelio fue ¿que cara me quedaria a mi si viera el rostro de Jesús? Si a sus mismos discipulos les cambió el rostro. Pero viendo tu análisis es bien cierto lo que dices, pues todos jugamos con varias máscaras ante los demás, menos ante Dios aunque con El juguemos al gato y el ratón
    Juan

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  2. Es cierto que estar delante del Señor, el real y no el que miramos nosotros, incluso si lo hacemos con la mejor intención, tiene que ser algo especial, tanto que tiene que dar miedo. Eso me recuerda lo que le sucedió al profeta Elías y a Moisés, tuvieron miedo de ver al Señor, y curiosamente son ellos los que le acompañan en el Monte de la Transfiguración.

    Incluso Pedro y compañía estaban tan asustados, que "no sabían lo que decían"

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