Tremendo


Me gusta el cine. Creo que los que me conocéis eso lo sabéis. Y me gusta volver a ver las mismas películas más de una vez; y a releer los libros, ya que estamos. Hay gente que no lo comprende y más de una vez me preguntan cómo puedo estar viendo por quinta o sexta vez la misma película. La razón es sencilla: me gusta. Repasar lo visto, fijarme en los comportamientos, en como el futuro condiciona el presente, ver los pequeños fallos, disfrutar o sufrir, según el caso, el lenguaje corporal. Muchas cosas.
Pero ciertamente eso hace que, a veces, se pierda la sorpresa. La escena dramática en la que el villano amenaza a protagonismo puede perder su fuerza cuando al mismo tiempo estás recordando que unos minutos el bueno va a “canear”, al que, en ese momento lleva las de ganar.

Y algo parecido pasa cuando leemos los evangelios. Nos sabemos el final. Si cada año leemos los cuatro evangelios casi enteros, eso hace que uno que tiene “taitantos” años, se “conozca” la vida de Jesús, que todo se mire desde la óptica de saber cuál es el final… y cuándo lo celebramos… y se pierde la sorpresa. Todo suena a conocido y repetitivo. Puede que, incluso, surja la tentación de desconectar cuando se empieza a escuchar la lectura (Dicho con un ejemplo: “En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña…” ¿Se refiere a: a) la Transfiguración, b) las bienaventuranzas o c) los panes y los peces?)
Es triste perder la capacidad de sorprenderse ante lo que nos cuenta la Palabra de Dios. Algo que estoy aprendiendo es que la Palabra no se agota. Es cierto que, en teoría, lo sabemos todos; así que, a lo mejor, es más correcto decir que estoy aprendiendo a vivir la novedad constante de la Palabra de Dios.
Y hay un texto que estos días está viniendo a mi cabeza y oración debido a una canción que tengo hace meses. Un texto evangélico que une la experiencia de Jesús con uno de los personajes bíblicos a lo que les tengo más cariño: el Apóstol Pedro. Pedro es sencillamente genial. Tiene la cabezonería, la sencillez, la inteligencia, la humildad, el miedo, la valentía, la sabiduría, etc. Tiene todo lo que le hace ser entrañable. Me cae bien, sobre todo por que aparece como el más humano de los Apóstoles, quizás por ser el que más habla, el que más peso tiene de todos ellos.
Esto entra dentro del campo de la imaginación, pero me da que Jesús apreciaba mucho a Pedro, no sólo porque fuera “La Piedra”, o quizás se ganó ese título por ser como era. Tenía que hacer sonreír a Jesús más de una vez. Debe ser el tipo de persona que te cae bien con poco que lo conozcas. Conmigo así ha sido.
Cierto que es que Pedro sacó más de una vez de sus casillas a Jesús. Algo cabezota si tenía que ser nuestro segundo pastor. La escena en la que Jesús regaña a Pedro habla de esa doble vertiente: la del creyente que conoce a Jesús y el obstinado que quiere ganar sí o sí.
Pero Pedro también ejerció su función de piedra. Estoy convencido que la convicción de Pedro ayudó a Jesús más de una vez. El ver la historia de Jesús como un todo no nos deja ver que el día a día del Maestro no fue fácil. La pobreza, la suciedad, el polvo del camino, las incomprensiones, las acusaciones, las denuncias, los intentos de asesinato… estaban ahí. No creo que Jesús las olvidara en los banquetes, en las fiestas o cuando conseguía convencer a alguien de la Buena Noticia.
Pero si hay un momento en los Evangelios en el que se nota que Pedro le levanta la moral a Jesús. En el camino de Jesús hacia Jerusalén ve como los suyos le abandonan. El mesianismo político que esperaban no está en Jesús. La deserción tuvo que ser masiva. Es entonces cuando Jesús le pregunta a los supervivientes aquello de: “¿También vosotros queréis iros?” (Jn 6, 67). Y entra Pedro.
Hay un chiste que me encanta, es sencillo y no muy malo. Dice Jesús: “Yo soy el que soy, vengo de donde vengo y voy a donde voy, ¿vosotros porqué me seguís?” Y el bueno de Pedro contesta: “Por lo bien que te explicas”. Pido disculpas si alguien se ha sentido ofendido, pero las frases de Jesús las dijo él en distintos momentos. Y la respuesta de Pedro me cuadra con su forma de ser: franco y cercano.
Y en ese suceso que contaba, cuando Jesús ve que su proyecto no es tan convincente como pareciera, Pedro dice algo parecido. Algo franco y cercano. Una frase que a Jesús le tuvo que animar. A mí por lo menos me animaría: “A donde vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”. Los evangelios sólo recogen un momento de tentación; tras el bautismo va al desierto. Pero el desierto no es sólo lo que rodea el oasis, es también una situación en la que los propios ideales están sitiados. ¿Tuvo Jesús la tentación de dejarlo todo y dedicarse a otra cosa? Pues creo que sí. El ver que los tuyos se van no es un plato de gusto para nadie.
Por eso la frase de Pedro me parece tan importante. Ayudó a vencer la tentación, ayudó a que Jesús pudiera decir: “No sólo de pan vive el hombre”, “No tentarás al Señor tu Dios”, “Sólo a dios adorarás”. Le ayudó a seguir caminando.
Pero no quería quedarme sólo en eso, sino más bien en el porqué Pedro dijo esa frase. Lógicamente no pretendo conocer el interior de una persona, y menos cuando ha vivido hace 2000 años.
Quizás sólo sea que me gustaría que Pedro dijera esas cosas. O mejor aún me gustaría ser como Pedro que le dice a Jesús cara a cara algunas cosas.
Y no son precisamente versos de Góngora o san Juan de la Cruz, muy bellos ellos. Pero yo iba por otro lado. Algo más moderno, pero que me parece lícito decir.
Porque una palabra que puede definir a Jesús es la de “tremendo”. Las cosas que hizo, que vivió siguen siendo válidas 2.000 años después para 2.000 millones de personas. Pocas cosas tienen tanto peso y tanta historia, por mucho que puedan decir. La presencia de Jesús debía ser fuerte para que moviera no sólo a la gente dentro de un país, sino en todos los rincones del mundo. Y lo mejor es que fue maestro, alguien que comunicó, enseñó, animó, conmovió. Una mirada lo cambiaba todo. No sé si me explico, por eso os invito a que os pongáis en la piel del bueno de Pedro, o en la de Juan, o incluso en la de Judas, antes de la traición… y si no quieres, ponte en la tuya propia y piensa, y ora, si estas palabras se las dirías tú a él.
Y si eso tampoco te sirve, piensa, y ora, las que tú le dirías.



Y hay una moraleja más sencilla que me he dado cuenta mientras que escribía esto: Una palabra de ánimo, por sencilla que sea, dicha con amor, anima al mismo Dios. No le niegues a tu hermanos sentirse animado por tus palabras

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