Esos sabios domésticos

Artículo publicado en la Revista "Mensajero Seráfico" del mes de Julio 2009. Publicado con permiso del autor.

Hubo un religioso capuchino de esos que no se desvanece tan fácilmente su memoria. Y no lo digo porque escribió varios libros, sobre todo de Historia de la Orden y nombrado Académico de la Historia –era un verdadero ratón de biblioteca–, sino por su vida normal, fraterna, conventual. Manejaba la conversación con interés, con gracia, con humor. Me tocó conocerle ya en su edad avanzada. Conservo historietas, anécdotas, que mostraban el talante jovial de su trato. Pero hay una expresión que sólo esa sería suficiente para guardar de un grato recuerdo. Un recuerdo y una enseñanza muy práctica.

Cuando ya en su ancianidad y con sus limitaciones a cuestas se le preguntaba para saludarlo en la mañana: "¿Cómo amaneció, padre Cayetano?" Y la respuesta era invariable: "Bien, bien, bien, no. Pero bien". Y en esa respuesta había toda una filosofía, y sobre todo, un tratado de espiritualidad. No le daba la oportunidad al interlocutor para sacar a relucir acaso lo mal que durmió en la noche, o ese dolor de lumbago que pudiera tener, o imaginar.

El "bien" rotundo de este religioso, del que se sabía que podría invocar muchas limitaciones, dejaba sin palabras al ocasional hipocondríaco acostumbrado a exhibir sus innumerables dolencias.

Han pasado muchos años desde que el hno. Cayetano de Carrocera emigró a la casa de Padre, y sin embargo esta frase de él de manera especial ha quedado flotando y yo me la he tomado para mi consumo diario. Ese ver en medio de las nebulosas o sombras que se pudieran presentar, de forma transitoria y hasta crónica, la luz que siempre penetra mucho más profundamente que las oscuridades. Ver, analizar, asimilar y vivir cada uno de esos "bien" con todo el sentido de alegría que se nos ofrece cada mañana.

¡Cuánta sabiduría ha permanecido enredada, remansada, en los recuerdos que nos dejaron esos ejemplares que nos precedieron! Nuestro buen religioso fue uno de esos sabios domésticos, cuyo paso dejó una marca de jovialidad, de sencillez franciscana, de optimismo ante la vida.

Juan Francisco Santos



(La primera foto corresponde a la del auotr del artículo. La segunda corresponde a un capuchino de Liechtenstein, ambas enconrtadas en Flickr


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