Diario de Jesús 24

Llegué cansado de aquella caminata. Nos dirigíamos hacia Judea desde Galilea, y atravesábamos Samaría. Hicimos escala en Sicar. Me senté en el brocal del pozo y pedí a los discípulos que fueran a buscar algo de comer. Me quedé solo. Estaba pensativo ante la enorme tarea que tenía que realizar desde mi pobreza: edificar un nuevo mundo desde los cimientos. Llegó una mujer samaritana y no se dignó a saludarme, por eso de que samaritanos y judíos no se hablan. Yo romí ese silencio artificial y le pedí agua. Opuso alguna resistencia pero logramos entablar una conversación normal De pronto quiso saber qué pensaba yo de la rivalidad entre Jerusalén y Garazín, con sus respectivos templos. Fui enfático: "No en el templo de Jerusalén ni en el de este monte. ¡Ya es hora de adorar al Padre en espíritu y verdad! Ya Salomón precisó que los cielos no son capaces de contener la majestad gloriosa de Dios, y mu7cho menos ese templo que él había construido. Y el profeta Isaías transmitió las palabras de de Yahweh: "Los cielos son mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa van a edificarme, si todo es mío? Me fijaré no en los palacios o templos, sino en los pobres y humildes" Ésta es la religión que Dios espera de nosotros: hacer justicia al huérfano, defender a la viuda, hacer el bien y evitar el mal, hacer el bien y evitar el mal".

En aquella ocasión tuve oportunidad de dialogar con bastantes samaritanos, y encontré en ellos sinceridad y rectitud. Me pareció absurda la rivalidad entre los dos pueblos e inventé una parábola en la que ridiculizaba al sacerdote y al levita por preferir el culto del templo a la solicitud por el hombre necesitado, y elogiaba al samaritano por la solidaridad humana que demostró con la victima de los ladrones. El hombre es antes que el Templo, en el corazón del Padre.

Los judíos creyeron insultarme acusándome de samaritano pero no me digné responder. También los samaritanos son hijos de Dios

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