Pensar de vez en cuando

Colaboración del hermano Juan Francisco Santos, capuchino, aparecida en la revista "El Mensajero Seráfico", junio de 2009


    Comencé diciéndolo en broma, sin creerlo, ni sentirlo, y ahora me voy convenciendo de que tiene mucho de verdad. Al preguntarme algunos cómo sigo, cómo está mi salud, más de una vez he respondido: "Existo, me muevo, trabajo, como, y alguna que otra vez, pienso, sin exagerar, claro".

    Esta broma he visto que no es tan broma. Que la dedicación a pensar en serio, a pensar de verdad, no se ejercita tanto. Que más que pensar en serio, acompañamos a remolque lo que va pasando, lo que está programado, lo que nos da la rutina, lo que nos dicen, lo que nos afecta, desde el calor del ambiente hasta la forma de gobierno.

    Lo que se dice pensar a fondo, lo vamos relegando. Prueba de ello es que huimos, quedamos solos con nuestra cabeza, con nuestras ideas (si es que nos brotan), con la posibilidad de tener que pensar, y preferimos apegarnos al aparato de radio, al reproductor, a la televisión.

    Ya sé que a esta mi iconoclasta afirmación me pueden poner matices, objeciones, y hasta una rotunda contradicción. Hacen bien. Los admito, porque ahora estoy pensando. Me dirán, y bien dicho, que el ejercicio de pensar tiene mucho niveles y grados de intensidad.

    Me dirán que la noble tara del pensamiento no se mide, como el ruido, en decibelios. Me dirán que aún cuando uno no quiera, no puede dejar de pensar, que esta función nos persigue como la sombra. Todo lo que quieran, pero un pensamiento no se puede llamar pensamiento si no está terminado. El sastre no puede llamar pantalón a una prenda a la que sólo le ha cortado y cosido una pierna.

    Tengamos la paciencia y la sinceridad para hacer nuestro balance al final de cada día. Para poner a un lado los tiempo que en verdad reflexionamos, bien sea con el verbo meditar, o proyectar, o escudriñar, o algún otro del gremio intelectual, y al otro lado los tiempos que nos dedicamos a mariposear, cazar musarañas, vaguear, o divagar, o también algún otro verbo de la pandilla.

    Nos sentiremos avergonzados. Tendremos que reconocer que, efectivamente no somos muy racionales que digamos, muy pensadores, sino más bien cargamos esa facultad de pensar como un fardo inevitable, sin contaminarnos demasiado por su influencia. Preferimos reducirlo a la mínima expresión o delegamos esta tarea en unos cuantos. Hasta hay empresas que lo anuncian con descaro: "Déjenos pensar por usted". ¿Qué dirá Dios de sus criaturas racionales?

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