Ficción espontánea

Si te preguntaran cuál es el momento más feliz de tu vida, ¿cuál elegirías? Si sólo pudiera ser uno, si toda tú vida dependiera de esa elección, ¿sería fácil?

Es posible que mucha gente eligiera el día de la boda, o el del nacimiento del hijo, o día de la graduación, o cuando se conoció a esa persona tan especial. Muchas opciones para un único primer puesto. No me parece una solución elegir rápidamente. Como dirían los científicos: "demasiadas variables para una sola ecuación". Pero aún así, imagina que tienes que hacer la elección, que hay alguien apuntando a tu cabeza con una pistola y te da cinco segundos para determinar qué pasado va a marcar tu futuro.

Esa es la primera regla del juego, la segunda es que sólo se conocerán las reglas cuando las violes y seas castigado y penalizado por ello. Y la tercera es que estás obligado a participar.

Sin duda un juego así no merece la pena ser jugado. Las estadísticas están en tu contra, las probabilidades apuestan a ver cuánto tiempo vas a resistir jugando. El destino se prepara para ser cumplido. La parca afila la guadaña. Átropos, Cloto, Láquesis ya no encuentran la cuerda, esta se ha roto por ser obvio el final. Y sin embargo sientes la necesidad de intentarlo, de darlo todo, de ver que hay al otro lado de la puerta que pone: "Sin Salida, Sin Retorno. Es el Final".

Cuándo todo está perdido, ¿qué se puede apostar? ¿El resto? Esa es la situación definitiva, la partida que no se puede ganar, la angustia que escala la garganta para morir en la forma de grito, el miedo que se hunde en lo profundo del alma. El vello que se enrosca para no llamar la atención; la voluntad se convierte en locura y la razón en una pregunta sin respuesta.

Y sin embargo ahí estás tú haciendo la única pregunta que puedes hacer: ¿Es la persona de la que me tengo que enamorar?

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