Diario de Jesús 23

    Siempre me ha gustado caminar. El ejercicio es sano. Y nunca estuve convencido de la explicación rabínica, de que Dios prohibiera caminar más allá de cierto número de pasos en sábado. No me preocupé jamás de contar los pasos que daba el séptimo día.

    Aquel día era sábado. Mis discípulos tenían hambre. Y allá estaban las mieses maduras, ofreciendo sus frutos como don del cielo. Y ellos, ni cortos ni perezosos, arrancan espigas, las desgranan y comen las semillas con verdadera fruición. Yo disfrutaba viendo su avidez. Maravillosa combinación la del hambre y comida. Lo triste es hambre sin nada que comer. ¿De dónde salían los fariseos siempre dispuestos a murmurar? "No es lícito segar en sábado". ¡Qué exagerado calificar de siega el recoger un puñado de espigas! Son unos pobres miopes que no ven más allá de sus narices. Se ahogan en un vaso de agua.

    La ley no es la panacea universal de santificación. EL amor y la necesidad están por encima de la ley. El esclavo está obligado a cumplir la letra del contrato. Pero el hijo se rige por el amor, no por documento escrito alguno. El sábado ha sido instituido para los hombres y mujeres. Ni la mujer ni el hombre están subordinados al sábado. ¡Qué miedo a la libertad! No comprendo la estrechez de miras farisaica. Escrúpulos de conciencia que deshumanizan a las personas. Se pasan el día advirtiendo: "No toques", "no tomes", "no gustes". Llegarán incluso al extremo de decir: "No respires", "no ames", "no vivas". Mis queridos hermanos, no tengan miedo a la vida. Vivan intensamente cada minuto, porque la mayor alabanza al Dios de la vida es vivir. Esta gente dolo comprende al Padre como un Dios sádico, sediento de sangre y envidioso de la alegría humana. Si comprendieran lo que significa escuchar: "Tú eres mi hijo amado", saltarían al son de la cítara. Y si no tuvieran arpa para sonar, tomarían dos palos y los rozarían como si fuera un violín celeste. La creación entera baila la gracia de la existencia: las estrellas en el firmamento, los pájaros en las ramas, los peces en el mar, los niños en la plaza. Sólo los hipocondríacos disfrutan con sus lamentos noche y día. ¡Dios nos libre de los neuróticos!

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