San Leopoldo Mandic de Castelnuevo


San Leopoldo Mandic

  “Algunos dicen que soy demasiado bueno, pero si usted viene y se arrodilla delante de mí, ¿no es suficiente prueba de que usted implora el perdón de Dios? La misericordia de Dios sobrepasa todas las expectativas”

San Leopoldo es uno de los frailes que siempre me impresionó. Lo conocí cuando era novicio en Estella, cuando cayó en mis manos una biografía escrita cuando todavía era beato.
Nació en un lugar díficil en un momento complicado. Ya que su pueblo sufrió todos los cambios político y religiosos de la Europa del principios del siglo XX. Cuando el nació el pueblo se llamaba Herceg-Novi, perteneciente a Croacia. Más tarde pasaría a formar parte de Italia, llamándose Castelnuovo. Después la zona limitrofe se convertiría en Yugoeslavia y hoy es un pueblo vecino de Bosnia-Herzegovina. Por lo tanto ha vivido dos guerras mundiales, dos o tres regionales. Además de ser una de las puertas que unían o separaban tres mundos: el católico italiano, el ortodoxo oriental y musulmán bosnio. Todo un panoráma.
De familia numerosa, era el undécimo de doce hermanos, sintió la llamada de Dios, para buscar esa unión entre vecinos, sobre todo entre los ortodoxos y los catolicos. Por eso, con dieciséis años ya estaba en la zona de Venecia, más concretamente en Udine, donde empezó el proceso que le llevaría a profesar como capuchino. Desde entonces su sueño fue volver a su tierra como misionero entre sus hermanos, para ese ecumenismo tan necesario entre hermanos. Pero una salud delicada y un problema de dicción hicieron de ese sueño utopía. Fue destinado a Padua, donde se dedicaría a labores varias, hasta que acabó centrándose en una de las actividades que más tiempo le llevarían: El confesionario.
La realidad de Padua hizo que tuviera este servicio todos los días durante bastantes horas, llegando a extremos de 14 y 16 horas. Además de la peculiaridad de la época, donde la confesión era algo serio, muy serio. Tanto que, a pesar de todos los cambios teológicos y pastorales, sigue estando vivo. En ese sentido Leopoldo es un ejemplo para todos, para confesores y para cristianos en general. En vez de buscar la humillación y el “dolor de los pecados” Leopoldo se esforzaba por dar una palabra de ánimo y centrar el sacramento en lo que es importante, el perdón y el amor que vienen del que quiere perdonarnos. Toda una “revolución” que le dieron problemas entre los frailes, que no siempre le entendieron y del clero en general, que le acusaban de todos. Pero, gracias a Dios, como buen capuchino tenía un gran sentido del humor. Cuentan que un día, no recuerdo si fue fraile o no, alguien le acusó de “tener la manga ancha”, en el sentido de que sus penitencias no eran nada duras. Leopoldo, en vez de entrar en estériles polémicas se volvió al Cristo que estaba en la pared y contestó: “y ese, ¿que manga tiene?”.
Todo esto sin olvidar que su sueño era el encuentro entre ortodoxos y católicos. Su oración, sus cartas, sus diálogos son base humilde de todo ese trabajo que se ha conseguido este siglo pasado y que sigue vivo.
Es un fraile que ha dejado huella en los capuchinos italianos. La pena es que es casi coetáneo de otro capuchino norteño, que también vivió una espiritualidad de servicio en el confesionario: Pio de Pietrelcina. Sabemos que Pio conoció la figura, y la persona de Pío y que también le marcó en su desempeño pastoral. Figura un poco apagada, pero creo que Leopoldo, pequeño de estatura, humilde y capuchino así lo querría.
Para más información: www.sanleopoldomandic.it

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