Resucitó como amó

(Jn 15, 9-17: Domingo 6 de Pascua)


Las palabras de Jesús que nos ofrece hoy el Evangelio son una declaración de amor: “Yo os amo, como el Padre me ama a mí”. La constitución de una geografía: “Permaneced, pues, en el amor que os tengo”. La justificación de una existencia gozosa: “Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa”. Un tratado de política distinta: “Ya no os llamo siervos, os llamo amigos”. Un nuevo código legal: “Mi mandamiento es éste: Que os améis unos a otros como yo os he amado”. La razón de leerlo en Pascua tiene que ver con el sentido mismo del tiempo pascual: la reorientación de la existencia según el Evangelio.

Se podría pensar que esto es más propio de la Cuaresma, aparcada hasta el año que viene, y que la Pascua exige júbilo y celebración. Si atendemos, sin embargo, a los discípulos, protagonistas de los relatos pascuales, descubrimos que la Resurrección de Jesús altera, más que alegra, sus vidas, inaugurando una página escrita con renglones de incertidumbre. Y es que la Resurrección (que apunta verdaderamente a nuestro destino divino) es para los discípulos el criterio para reconsiderar su humanidad. Jesús resucitó como amó: con la herida que el amor causa y no se oculta; destruyendo las distancias sociales y religiosas creadas por los hombres; con la simétrica experiencia de que amar a Dios y mostrar ternura son la misma cosa. Es decir: su manera de amar le resucitó.

Ante la herida del desamor que producen el individualismo, la soledad o el dogma desencarnado, la vida en fraternidad es un bálsamo curativo y pascual. La apuesta franciscana por la misma no se circunscribe a los límites de nuestras casas, conventos, parroquias o grupos específicos. De igual manera que los discípulos abandonan las cuatro paredes del cenáculo, también nosotros somos llamados a habitar en medio de un mundo herido, captando las relaciones de desamor (su porqué y su impacto) y proponiendo otra forma de humanidad posible.

Sólo así la Pascua será objeto de deseo, sólo así lo que se proclama en la liturgia será un gesto de vida. Nuestra convicción nace del amor de Jesús, que siente (no hace ideología: siente) a Dios como fuerza creativa en su vida. Como nos describe un hermoso poema de Jesús Mauleón:

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