SUEÑO DE PERDÓN Y AMOR

Hoy es lunes 23 de marzo de 2009. En contadas ocasiones ocurren cosas que superan nuestra capacidad de entender las circunstancias que nos salen al encuentro. Y esta que os voy a contar es una de ellas que quiero compartir con mis hermanos en la fe.
Como cada día, a las 21:15 horas, por una vocecilla interior, los hermanos menores, somos llamados por nuestro Padre Dios para darle gracias con los salmos en la oración de vísperas. A continuación, y después de saborear la Palabra, nos dirigimos a compartir los alimentos de la cena en el refectorio. Para llegar a él, tenemos que atravesar un largo pasillo y bajar dos pisos por una de las escaleras. Casi siempre lo hacemos en silencio, porque todavía nos quedan esas palabras de Dios que nos saben a miel.
Antes de cenar, colocamos las bebidas en la mesa, agua y vino, rezamos y vamos pasando el pan, el primer plato, el segundo y el postre. Recogemos la mesa y fregamos según los turnos. Pero esa noche yo me sentía agitado, cansado, trémulo, como expectante de algo que me iba ocurrir y no sabía qué. Mientras servía y miraba a mis hermanos, en mi interior les iba diciendo que les amaba por ser mis hermanos y les iba pidiendo perdón por todos mis pecados, mi ausencia de amor a ellos. Algunos hermanos notaron el desazón en mi semblante y me preguntaron si había tenido un buen día, les respondí que no. Incluso tuve un pequeño traspiés al recoger los platos. Todos se me quedaron mirando con preocupación, pero yo les sonreí como cuando un payaso tropieza en el circo.
Cuando terminamos de rezar y despedirme de ellos con las pertinentes buenas noches, yo ansioso, me dirigí a mi habitación con rapidez por el sueño y la inquietud. Me acosté, escuchaba mi música y poco a poco, mis párpados iban cerrándose como se cierra una tarde arrebolada en una noche del silencio enamorado.
Ya en un profundo sueño, balbuceaba una llamada:

- Dios mío, Dios mío dame la plenitud de esa paz que solo tú puedes regalar.

En un instante de misterio y realidad ambiguo, me sentí viajero de un sueño que me transportó a un acogedor cuarto de estar con su estilo de casa rural, austero y familiar, con su chimenea ofreciéndome su calor amable de bienvenida, unos confortables sillones de piel, de color marrón vetusto y sabios que me ofrecían su descanso de paz, una gran mesa redonda de la comunión y unas humildes sillas de mimbre alrededor de la mesa que debía reunir una gran fraternidad. El suelo era de madera, roble, fortaleza que sostiene esta hoja caduca, y las paredes no estaban encaladas, era la piedra desnuda de la verdad sin máscaras. Era extraño, pero no sentía nada de frío, todas las cosas de este cuarto me acogían con un original y templado afecto que nunca había sentido antes. Después de mirarlo todo, me senté incómodo de mi mismo en un sillón, esperando que algo ocurriera o que alguien apareciera. Y así fue. Por la única puerta, llamada “árbol de la vida”, de este enigmático salón, comenzaron a entrar un grupo de personas conversando entre ellas con una gran paz y alegría, se fueron sentando alrededor de nuestra mesa redonda de comunión. Y me invitaron a sentarme con ellos. Los fui reconociendo como cuando tienes palabras que describen imágenes desconocidas pero que se van convirtiendo en realidad de vida. Se fueron presentando uno por uno con una tal amabilidad que nunca había recibido en mi vida, y estos eran: El Padre Dios, su Hijo, Jesús de Nazaret, y el Espíritu de Dios, la Madre de Jesús de Nazaret y S. José, S. Francisco y Santa Clara, su plantita, y mis cuatro hermanos menores generales de las tres familias, mi familia de sangre y mis amigos.
No sé como narrar el temor que se había apoderado de mí en ese instante, sentía la fuerza de la santidad bondadosa que me golpeaba y me deshacía como cromo, el más duro metal.
Cuando se hizo el silencio, nuestro Padre Dios tomó la palabra de paz creadora, y me dijo:
- ¿Sabes por qué estás aquí?
Yo le respondí tembloroso, tenía miedo:
- No lo sé, Padre…
En ese momento, todos me miraron en silencio agradecido durante… ¿Durante?
Sus miradas eran mi paz y no podía dejar de sentir sus miradas como un consuelo de primavera donde la compasión se posa en mi interior como copos de nieve volcánica. Cerré los ojos, y mis manos contra sí mismas, incliné mi cabeza porque la tristeza y el miedo del dolor del pecado se clavó como una espada en toda mi persona. Necesitaba misericordia…
El Padre Dios me invitó a pasar por la puerta que llamaban “árbol de la vida”. La crucé detrás de mi Padre Dios y pude vislumbrar una sala rectangular de piedra, como un templo románico, recogido, con tenue y sutil luz, de la cual no sabía su procedencia, sin asientos. Tras unos… - ¿por qué no puedo decir el tiempo? Me preguntaba extrañado – el Padre Dios me tomó de la mano y me sentó junto a Él en el suelo, pero Él detrás de mí. Yo me sentía confuso e impredecible, sin saber cómo reaccionar ante semejante experiencia. En ese instante, yo dirigí mi mirada al frente y en el fondo de la sala aparecía un espacio abierto, por donde venía una ligera y suave brisa, como una gran ventana al universo lleno de estrellas brillantes donde la esperanza musitaba mi propia paz.
Todo de repente, se hizo oscuridad, pero no me sentía solo, y comenzó a proyectarse mi propia vida hasta este momento. Se hizo silencio sobre el silencio. Mis lágrimas comenzaron a brotar como un reflujo estentóreo de dolor donde las palabras se deshacían y sin orden nadaban por mis lágrimas: soberbia, ira, odio, mentiras, violencia, tristezas, miedos y complejos, máscaras, faltas de fe-esperanza-amor-minoridad-fraternidad… Todo mi pecado iba desapareciendo. Ahora comprendía el sentido de mi presencia en esta intimidad divina…
Dios Padre nunca había dejado de acompañarme ni nunca había retirado su mano de mi corazón herido. Sin entender como, estaba en los brazos del Padre, como una madre, escuchando los consuelos de eternidad de su corazón. No quería marcharme. La paz ya era mi sangre y mi espíritu, la misericordia y el perdón eran mi alegría y desde lo hondo de mi ser un grito liberador de exclamación inundó ese espacio: ¡PERDÓN, PADRE DIOS! Después vino el silencio sosegado del amor junto a Dios…
Me levantó del suelo y sin dejar mi mano me devolvió al salón donde estuve por primera vez, cruzando de nuevo la puerta “árbol de la vida”. Y allí estaban todos y más, esperándome para celebrar la fiesta del perdón con una acción de gracias como nunca lo había vivido. En la mesa de comunión había toda clase de alimentos, pero apartados estaban el pan y el vino y la Palabra de Dios. Todos me abrazaron y me besaron, el mismo Jesús me contaba su vida con sus hechos y palabras, el Espíritu de Dios me inundaba de alegría y amor, María, la Madre de Jesús me enseño de sus labios su Magníficat, S. Francisco y S. Clara no dejaban de cantar y bailar durante toda la fiesta, me dieron la paz y el bien, mi familia reconocía a su hijo, a su hermano, a su tío tantas veces con el rostro del alma deformado. Mis amigos se regocijaban por nuestra amistad, eran mis confidentes. Los generales de las tres órdenes franciscanas, no se separaban de S. Francisco y Santa Clara, su plantita, pero se acercaron también a felicitarme con entusiasmo por esa nueva humanidad reconciliada y me animaron a contagiarla por toda la familia franciscana. Y al dejarles para tomar un poco de agua, me di cuenta que por una de las ventanas había dos grupos: uno, era mi fraternidad de San Antonio, estaban exultantes y querían pasar a la fiesta con sus hábitos, cordones y sandalias nuevas para la ocasión, porque alguien les había avisado de todo lo que me estaba sucediendo, y el otro, eran los apóstoles que también querían participar de la fiesta por el mismo motivo. Y así sucedió, todos me abrazaron, ya no podía más, mis sentimientos rozaban la pureza del amor pleno. De esto se dio cuenta el Padre Dios, mi Dios y mi todo, se acercó a mí y me dijo que había llegado la hora del viaje de retorno. Yo no le entendía, se estaba tan bien que le dije si podía quedarme a vivir en esta casa y sonrió… me fui despidiendo de todos y cuando iba a partir a no sé donde, S. Francisco me hizo una señal para que me acercase a él, quería confiarme algo:
- Jesús me gustaría que llevaras algunas palabras a toda la familia franciscana. Mira, diles que les quiero a todos y que sueño quererles a todos en una misma familia, sin divisiones. Diles que busquen su identidad en el origen de mi conversión, Dios hizo algo en mi vida, con las palabras sencillas que les dejé, con las palabras que otros han contado sobre mi vida. Que nunca dejen de arriesgar sus vidas por el desprendimiento, la itinerancia, la minoridad, la fraternidad universal alegre, el amor a los débiles como débiles… Que no dejen nunca de arriesgar, de buscar caminos nuevos en medio de los hombres cotidianos; que no dejen que la seguridad les llevé al aburrimiento, a la apatía, a la desesperación, a la falta de fe teologal. Que no dejen de transitar por los caminos de nuestra Historia con la libertad de los hijos de Dios, defendiendo la justicia y el amor. Vivid dentro de la Iglesia como peces en el agua o aves en cielo. Ya sabes que nuestro Padre Dios llora de alegría divina cuando mira a toda nuestra familia franciscana. Que no dejen de orar, soñar, de crear, de cantar y bailar, de amar la creación. Que no olviden que seguimos a Cristo, pobre, humilde y crucificado…

De repente, paró de hablar, me miró y comenzó a sonreír, alabando y bendiciendo al Altísimo. Se despidió, y yo no me quería marchar a ningún sitio, ¿por qué habría de irme?, y en un momento donde la realidad y el misterio se encuentran sin distinción, aparecí en mi habitación acostado y sonando el despertador a las seis de la mañana como todos los días. Me desperecé y rápidamente, en un instante de lo real, comprendí todo lo que me había pasado, mi vida había vivido una fiesta de la misericordia de Dios, me sentía amado y amante, con una alegría que desbordaba, me tuve que contener un poco, y me puse a cantar “el Omnipotente” mientras me duchaba. Cuando salí de mi habitación me dirigí a rezar los laudes con mi fraternidad y les comuniqué todo lo que había soñado o ¿vivido realmente en las entrañas de Dios?...
PAZ Y BIEN

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