No es una película de fantasmas

(Lc 24,35-48: Domingo 3 de Pascua)

 

Las dudas y el temor de los discípulos en Pascua son prolongación de esos mismos sentimientos, antes de Pascua. No es la muerte de Jesús la que les desconcierta: es Jesús quien les desconcierta. Son las actitudes de un hombre que, reconociéndose muy cercano a Dios, se aparta del culto oficial del templo, del sistema de pureza ritual, que más que lavarse las manos, lava los pies de sus discípulos. Un hombre que ha vivido de una forma extraña y resucita muy extrañamente.

Y es que, como nos sugiere el evangelio de hoy, los discípulos esperan la presencia de un fantasma (24,37) y no la inesperada visita de un hombre llagado que les explica, no sin cierta ironía, las Escrituras, mientras come un trozo de pescado. Se trata de una resurrección atípica: sin tambores que la anuncien, sin música de fondo ni resplandores…

Los discípulos sientan en su mesa a Jesús. Recordemos quién es el invitado: un hombre cortante y seco que proclama sin matices: “¡Ay de vosotros, los ricos…! ¡Ay de vosotros, los saciados…!”; un hombre irónico e hiriente, que ensalza al buen samaritano después de ridiculizar al sacerdote y al levita, que defiende a la pecadora pública mientras machaca al fariseo que lo ha invitado. Un hombre desconcertante, que se manifiesta en favor de los que no forman parte de su grupo y de los samaritanos que no quieren acogerlo, e inmediatamente después habla con extrema dureza a sus posibles seguidores. Un provocador que se presenta en Nazaret para enfrentarse a sus conciudadanos, negándose a realizar milagros y obligándoles casi a despeñarlo. Los discípulos sienten turbación y dudas por las noticias que de Jesús van llegando, miedo a creer: como quien no quiere entregarse a una buena noticia por miedo a ser otra vez defraudado. Demasiado bello para ser verdadero.

En las palabras del Resucitado descubrimos la insistencia en dos cuestiones: la Pascua es una invitación hacia el futuro (1 / la actividad misionera), que sólo puede hacerse desde el recuerdo de los hechos pasados (2 / la historia concreta de Jesús). No se trata de una tarea de especialistas: la búsqueda del Jesús histórico nos compete a todos. Carente de conocimientos exegéticos, heredero incluso de una teología tradicional, Francisco de Asís es un buscador del Jesús histórico. O mejor dicho: de la historia de Jesús. Quiere seguir sus huellas, pisar la tierra que él pisó, respirar el aire de Galilea. No se trata, y él lo entendió bien, del anhelo de conocimiento intelectual (saber qué lengua habló Jesús, dónde vivió, cómo se ganaba el pan, etc.), sino de comprender para conocer al que se ama.

La escuela franciscana, partidaria siempre del conocimiento afectivo, también lo ha formulado de muy diversas formas. San Buenaventura, en el prólogo del Itinerario, explica su deseo de escribir la obra en La Verna, siguiendo las huellas que condujeron hasta allí a Francisco. Se trata de un ejercicio de empatía.

Jesús no es un fantasma. Como escribió Jorge Luis Borges en un poema: “El rostro no es el rostro de las láminas. / Es áspero y judío. No lo veo / y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra”. Es el camino que se abre en la Pascua: la búsqueda cotidiana del rostro del Resucitado
fr. Jaime Rey Escapa

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