Diario de Jesús -20-

Me parece que el mundo que habitamos no es justo con las mujeres. Los varones actúan caprichosamente con ellas. Son objeto de satisfacción sexual, o simplemente como esclavas para el servicio doméstico o el cuidado de los niños. Eso no es justo. La mujer, juntamente con el hombre, es imagen de Dios. Tengo que hacer ver que el Reino no es solamente para los hombres, sino también para las mujeres, en igualdad de condiciones, así también para los niños, los pobres y los pecadores.

Siento compasión por las mujeres. No son más pecadoras que los hombres. Tengo que luchar contra esa discriminación, aunque no será fácil por el machismo imperante.

Lo vi claramente ayer. Me indignó. Un hombre y una mujer adulteran. Los escribas y fariseos me traen a la mujer. ¿Qué se hizo del hombre? Los maestros de Israel sólo ven pecado en el género femenino. Y me quieren involucrar. Siento que la enemistad hacia mi persona va creciendo día a día. Se aferran a sus tradiciones y les asusta la libertad de los hijos de Dios. ¡Pobre mujer! Con la cabeza inclinada, no se atreve a levantar los ojos. Sus enemigos, mis enemigos, gritan: «Moisés manda apedrearla». La irritación me hace temblar. No me puedo contener, Mirándoles directamente a la cara, y poniendo mi mano izquierda sobre el hombro de la mujer, digo con firmeza: «El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra».

¡Cobardes! Miran para otro lado, se dan media vuelta y desaparecen. Se repite la historia de los viejos verdes y la casta Susana, en tiempos del profeta Daniel.

Hemos quedado solos. Recuerdo aquella muchacha de mi juventud, Raquel. Era límpia, honesta. Y siento un gran respeto por ésta y por todas la mujeres.

—«¿Nadie te ha condenado?»

—«Nadie, Señor».

— «Pues yo tampoco. Vete en paz y no vuelvas a pecar».

El aire se llenó de perfume de azucenas. Y yo vislumbré una sociedad masculina y femenina regida por el amor y el respeto mutuo. Un amor indisoluble hasta la muerte. Una comunidad de vida, en que, sin diferencia de sexos, todos seamos hijos y hermanos. No más subordinaciones. Y un solo Dios, Padre de todos.

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