SALMO 13 (12) “¿Hasta cuándo voy a estar en este mar de gemidos y esta selva de dolores”

“¿Hasta cuándo voy a estar en este mar de gemidos y esta selva de dolores”


2. ¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome?
¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?
3. ¿Hasta cuándo he de estar preocupado,
con el corazón apenado todo el día?
¿Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo?
4. Atiende y respóndeme, Señor Dios mío,
da luz a mis ojos,
para que no me duerma en la muerte;
5. para que no diga mi enemigo: «Le he podido»,
ni se alegre mi adversario de mi fracaso.
6. Porque yo confío en tu misericordia:
alegra mi corazón con tu auxilio,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.

1. AMBIENTACIÓN.

Cuando Dios esconde su rostro, la pregunta insidiosa, la duda fatigante, el desánimo inhibidor acechan el alma de los seres humanos. Como una niebla pegada al suelo, reptan por ella los interrogantes sin respuesta.

Lo saben muy bien los hombres que nos han dejado sus lamentos en los salmos ("¿Por qué nos escondes tu rostro?", 44,25; también 10,11; 104,29). Lo sabía también Caín, cuando, después del crimen de Abel y ante el castigo que le impone el Señor, exclama: "Oculto a tu rostro habré de andar fugitivo y errante por la tierra" (Gén 4,14). También experimentaron la angustia y la soledad producidas por el silencio de Dios los hombres y mujeres que, a través de la noche oscura, caminaron hasta las altas cumbres de fa intimidad con Dios. Angustia confiada que dejaron expresada en emocionadas palabras: “¿A dónde te escondiste / Amado, y me dejaste con gemido?... / ¿Por qué, pues has llagado / a aqueste corazón, no le sanaste? / Y pues me has robado, / ¿por qué así le dejaste, / y no tomas el robo que robaste?”.

Sin estos arrebatos místicos, cada uno de nosotros está representado en el orante de esta breve, pero intensa plegaria. G. Ravasi la caracteriza con tres aproximaciones que son otras tantas pistas para orarla en profundidad: breve canto a la vida hecho desde el ángulo visual de la muerte; canto de confianza más que de protesta; “pequeño poema chorreando ansia y dolor ante la muerte amenazadora, aunque marcado por la paz, la compostura, el coraje, la serenidad”.

Esta caracterización, junto con el convencimiento de que es una "súplica intensamente personal" (A. Schökel) y “una de las súplicas más intensas y dramáticas de todo el salterio" (J Collantes), deben ayudarnos a profundizar contemplativamente este salmo.

2. ANÁLISIS.

Después de este rápido acercamiento, profundicemos un poco más en esta hermosa y ardiente oración para hacerla plegaria y súplica nuestra:

A) como en toda súplica, podemos descubrir en el salmo tres PERSONAJES:

- el YO orante: es descrito en una situación aparentemente contradictoria: su corazón está agitado por el miedo y la angustia, pero, al mismo tiempo, confiesa la existencia de una roca inconmovible en la que descansa: el Dios personal que lo escucha. Más que un yo concreto, es una presentación de cualquier yo humano. “El yo no se define por contornos exteriores... Con este yo sin asperezas personales, el salmo tiene un valor universal” (A. González).

- DIOS: su presencia es decisiva al comienzo (v. 2), en el centro (v. 4a) y al final (v. 6) del salmo. Todo él está pivotando sobre una doble realidad: la ausencia y el silencio aparentes y pesados de Dios junto al convencimiento absoluto del orante de que sólo en la actuación de Dios está su salvación. “Dios esconde su rostro haciendo sentir su lejanía, difiriendo su auxilio y ésta es una experiencia profunda en el corazón” (A. Schökel). La invocación del v. 4, empleando una fórmula de fe personal: “Señor, Dios mío”, tiene sentido desde esta situación;

- ENEMIGO: no aparece especificado. Pero, como afirma Ravasi, “la intensidad de la súplica está indudablemente causada por una angustia gravísima, que no es la simple amenaza de un peligro u hostilidad indefinidos”. De aquí que, según dicho autor, podamos identificar al enemigo con la muerte, el enemigo radical de cuya carga destructora participan los otros males y que es la auténtica barrera que se levanta entre el orante y su Dios.

B) La oración está entretejida de una SIMBOLOGÍA que ayuda a entender su urgencia y profundidad. G. Ravasi ha individuado un triple símbolo:

- la simbología VISUAL: a lo largo de todo el salmo es fundamental. La mirada de Dios o su ausencia es señal de su presencia o ausencia. Más aún, si la mirada de Dios es señal de vida, el "esconder su rostro" es indicio de muerte y abandono. Por eso, si el verdadero mal del hombre es el eclipse de la mirada de Dios (Sal 10,11; 30,8; 44,25), esa mirada activa es la señal de su vida y felicidad. Así lo recoge la bendición sacerdotal de Números: "Que el Señor vuelva a ti su mirada" (6,25-26). Por eso, con la mirada de Dios o su ausencia están relacionadas la alegría, la benevolencia, el amor o la desgracia, la tristeza, el dolor;


- la simbología VERBAL: aparece representada de una manera contradictoria: frente al silencio de Dios, el orante lanza su grito confiado: "Atiende y RESPÓNDEME" (v. 4), porque sabe que, si Dios pronuncia su palabra, esta palabra tendrá la fuerza de derrotar al enemigo y hacer el bien en el orante (v. 6);


- el tercer símbolo es denominado por Ravasi como FUNERARIO: con esta expresión se refiere él a la presentación de la muerte, a la que identifica como el enemigo del salmo, bajo dos imágenes: la del sueño (la muerte es como un sueño al que Dios abandona al hombre y que es negación de la vida) y la imagen bélica del enemigo (la muerte es el enemigo por antonomasia, vencido y destruido, sin embargo, por la fuerza de Dios).

C) La ESTRUCTURA del salmo encierra un triple movimiento, muy rápido, descrito por A. González con estas palabras: "El paso de una a otra parte se produce con agilidad, sin demoras ni rodeos. No hay apenas tiempo suficiente para seguir el movimiento. De las tinieblas de la queja se llega inesperadamente con el orante a la plena luz de la certeza, en actitud ya de dar gracias por el socorro recibido". Con lenguaje musical, G. Ravasi dirá que el salmo comienza con un fortísimo para terminar confiadamente en un piano:

- vv. 2-3: el primer movimiento está caracterizado por la pregunta, característica, por lo demás, de este tipo de plegaria y aquí repetida hasta cuatro veces para indicar la urgencia e intensidad de la oración. Es el grito del creyente que se siente abandonado por el Señor, que, aparentemente, se ha hecho indiferente y hostil. El retrato ideal del orante nos lo ofrece el salmo 27,9: “No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación”;

- vv. 4-5: a la queja sigue la oración: oración verdadera, imperativa, llena de confianza. A pesar de la pregunta impaciente y angustiada, el orante no puede ocultar la confianza y la intimidad que encierra en su vida. La invocación del Señor como "Dios mío" señala, como apuntábamos antes, la cercanía y proximidad que hacen experimentar al orante su fuerza frente al enemigo que ya había cantado victoria, pero que definitivamente es derrotado;

- v. 6: convencido absolutamente de su victoria por la presencia del Señor, el orante ve cambiadas las circunstancias de su vida: a la angustia y la tristeza siguen la alegría y la acción de gracias. Nada ha cambiado en el exterior. “Lo que ha cambiado es el sentimiento del orante: todo el proceso ha tenido lugar en su interior. El desahogo del pesar, los motivos, usados para persuadir a Dios a escuchar y el contacto con él por la oración, son los que han convencido al mismo orante de que el socorro es efectivo” (A. González). Y por eso prorrumpe en un himno de alabanza y acción de gracias.

3. PISTAS PARA LA ORACIÓN.

¿Cómo orar en cristiano con este salmo? Ya hemos hecho algún apunte más arriba. Ahora queremos abrir pistas complementarias siguiendo lo que dice la Ordenación General de la Liturgia de las Horas 108: "Quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la misma persona de Cristo". Aparece apuntada una triple dimensión:

A) No es difícil encontrar la dimensión cristológica desde la que orar este salmo. La súplica del huerto (“Padre, todo es posible para ti, aparta de mi este trago, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieres tú”, Mc 14,36), el grito desgarrado en lo alto de la cruz ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", Mc 15,34) unido a las risas y burlas de los enemigos ("Ha salvado a otros y él no se puede salvar... ¡Que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos!", Mc 15,32), las palabras de la carta a los Hebreos ("Él, en los días de su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, al que podía salvarle de la muerte", 5,7) son algunos de los muchos textos que nos iluminan para orar el salmo en esta dimensión. En los labios de Cristo resuenan con una fuerza especial los ¿Hasta cuándo? del salmo. Pero brota también con una extraordinaria viveza la confianza absoluta en aquel que tiene la palabra definitiva. Por eso la oración de Jesús (“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, Lc 23,45) y el comentario de Hebreos (“Y Dios lo escuchó, pero después de aquella angustia. Hijo y todo como era”) son la mejor expresión de esa confianza total.

B) También en nombre propio podemos elevar esta oración angustiada y confiada a la vez. ¡Cuántas veces la vida y sus circunstancias hacen subir a nuestros labios ese ¿Hasta cuándo? desconcertado que se agudiza con el silencio de Dios, silencio que convierte nuestra vida en una pesada noche! Pero también ¡con cuánta frecuencia vuelve a brillar la luz cuando el Señor "da luz a mis ojos" (v. 6), cuando realiza y actúa en nosotros su misericordia y su auxilio realizando el bien en nuestra vida! Y es que “la aceptación del dolor no lleva necesariamente a la desesperación; remite también a la nostalgia de lo totalmente otro" (J. J. Tamayo).

En este sentido, pensamos en la situación de un Francisco de Asís que, en expresión de sus primeros biógrafos, experimentó una profunda “tentación espiritual” que le dañaba hasta tal punto que no quería presentarse ante los hermanos. De una manera plástica ha expresado su ¿Hasta cuándo? Liliana Cavani en su película Francesco, cuando, en medio de una tormenta exterior, Francisco plasma su tormenta interior en un grito desgarrado: “¡Háblame!”, que nos recuerda el del salmo: “Atiende y respóndeme”.

C) Y ¿cómo no elevar ese sincero y ardiente ¿Hasta cuándo, Señor? cuando abrimos los ojos a la situación de millones de hombres, mujeres y niños condenados a una muerte injusta por hambre, violencia, abandono? Ante tantas contradicciones lacerantes de nuestro mundo, ¿cómo no rezarle a Dios: “Hasta cuándo va a triunfar mi enemigo”? ¿Y cómo no gritarlo desde las palabras de Juan Pablo lI: “El sufrimiento de un inocente debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia”? Y es que el “Dios cristiano ha bajado hasta el calabozo más hondo de la humanidad, donde nace día a día el odio y con el odio la injusticia”. (Phil Bosmans).

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