Quinto Domingo de Cuarema

La carta a los Hebreos nos adentra en el interior de Cristo, de sus vivencias más profundas en "la hora" de la redención. Al recordar lo que le pasó por dentro en la noche de Getsemaní, le describe agitado por la angustia y el miedo. Impresiona ver a Jesús con lágrimas y gritos al cielo. Esta imagen no es una anécdota aislada: es algo que pertenece al meollo de la cristología. El texto nos ofrece tres afirmaciones muy densas y escalonadas: "ofreció oraciones con lágrimas y gritos", "aprendió sufriendo a obedecer", y "se convirtió en causa de salvación".
Cristo, ante la amenaza que le sobreviene, no exige una solución que le beneficie humanamente. No se encierra en sus verdades personales, ni se defiende ante las evidentes injusticias de los otros, ni se atormenta ante las trágicas incoherencias de la vida. No reclama una intervención rápida del cielo, un salvoconducto que le exima del momento trágico, una exención ante la historia que se le viene encima. Asume la dificultad concreta del pecado del mundo, del odio de los que le rodean, de las trampas injustas que le asedian. Su carne experimenta el rasguño de la violencia suma. Su corazón se agita en la desolación del sufrimiento injusto. Siente la tentación de justificarse y contraatacar. Pero no, es más bien él quien se deja atacar y matar, porque algo en su interior es más fuerte que su muerte. Él ha decidido no estar nunca entre aquellos que juzgan, acusan y condenan. Sencillamente, es su hora elegida y esperada. La hora de su vida, la de la experiencia más intensa, la de amar cuando es precisamente objeto brutal de máxima ignominia. Es la hora de amar en la dificultad, en el odio y hasta en la persecución. Es la hora singular y dichosa de Dios en la historia del mundo. La hora de testificar un amor supremo que todo lo aguanta y sufre. La hora de la consumación del mundo, de su redención y perdón, de su recuperación y exaltación. Es la hora del supremo juicio de Dios que no condena al mundo, sino que tiene misericordia ante el gesto único y supremo de su propio Hijo, lo que supone obedecer amando y cumplir el deseo del Padre.
La muerte de Jesús, amor de Dios encarnado, como criminal y como rechazado social, supuso un mazazo a las previsiones triunfalistas de muchos de sus seguidores de ayer y de hoy, y continúa siendo una piedra de escándalo para creer en ese modelo de Mesías. Todos deseamos y preferimos una misión de éxito. Jesús no vence a nadie, ni siquiera a los que le atacan. Quiere atraer y convencer a todos. Es la fuerza del amor que se expresa en la delicadeza y elegancia de obrar le salvación de buenos y malos.
En el evangelio de hoy Juan nos descubre las claves fundamentales de la redención de Cristo.
1. Pone su muerte en referencia al grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. No es cierto sólo que después del grano, cronológicamente, venga la espiga. Es desde el interior del grano, y precisamente porque estalla y muere, cómo viene y se deriva la espiga. Si no amamos con un amor más fuerte que la dificultad, nuestra vida será estéril.
2. Jesús nos ofrece una paradoja enormemente sorprendente que sólo los verdaderos sabios entienden. Sólo gana su vida quien es capaz de perderla. Cuando hacemos daño, nuestra razón es sinrazón, nuestras verdades son mentira, nuestras purezas están manchadas. Perdemos cuando alguien se siente herido o entristecido por culpa nuestra. El mal ajeno es nuestra verdadera derrota.
3. "Ha llegado la hora", mi hora, dice Jesús. La hora de Jesús, según Juan, es la cruz. Es la de vencer amando, la de sufrir salvando a los otros.
4. Es la hora de la elevación y exaltación de la cruz, la aceptación del amor sufrido como salida de todos los bloqueos y de todas las guerras y odios. Amar en la dificultad es glorificación de los otros, es exaltación y victoria contra todas las guerras y violencias. Es la victoria absoluta. La cruz, el amor ante la ofensa, es la sabiduría y la fuerza de Dios porque es lo único que no hace víctimas, que no hace mal a nadie, ni siquiera a aquellos que causan el mal. Es la más bella de las victorias.
5. La voz del cielo es el signo y comprobación de que Dios está con su Hijo precisamente en el drama de su pasión y muerte, cuando es injustamente injuriado y abatido. Dios no está con los que atacan, sino con los atacados. No con los que condenan, sino con los condenados. Quien huye de "los malos" reniega de la cruz, anula la fuerza del evangelio, y expresa el peor de los orgullos, el de aquellos que habiendo ellos sido extraordinariamente perdonados por Dios, no quieren perdonar a los que Dios perdona y ama.
6. "Ahora va a ser juzgado el mundo", dice Jesús. Nos salva cuando amamos siempre y nos condena el hecho de condenar a los demás. El amor que tenemos nos salva y el amor que no tenemos, ante la adversidad, nos condena. Triunfar en este mundo es quedar derrotado. Difícilmente es cristiana una verdad que triunfa sobre o contra las personas.
San Francisco, discípulo verdadero de Cristo e insigne modelo de vida cristiana, enseñó a los suyos a seguir con alegría las huellas de Cristo pobre y humilde… (Const.2, 1).
Inflamados en el amor de Cristo, contemplémoslo en el anonadamiento de la encarnación y de la cruz para asemejarnos más a Él… (Const. 2, 2).

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