Diario de Jesús -19-

Abundan los fariseos. Se creen buenos, pero son pecadores como todos. Por eso es difícil que se convierta. Con ellos el anuncio es estéril. Les resbala. Como dividen a la gente en buna (ellos, los fariseos) y en mala (los otros), se cierran a la buena noticia. Es imprescindible reconocerse necesitados de misericordia. Un fariseo nunca pedirá misericordia. Un publicano, sí.

Intentando una táctica de shock, invité a un publicano a seguirme. Los publicanos son capaces de darse golpes de pecho reconociéndose pecadores, corruptos, estafadores. Así, pues, llamé a Leví, un hombre sin dobleces a la hora de sincerarse. Leví aceptó y se despidió del gremio con un banquete. Allí estábamos mis acompañante y yo, comiendo codo a codo con los publicanos. Como suponía, los fariseos se escandalizaron: "Los puros no pueden mezclarse con los impuros". Y yo les contesté sin pelos en lengua: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No vine a buscar a los justos, sino a los pecadores".

Con esta declaración de principios, me alejaba de los fariseos, y me acercaba a los publicanos. El mal de los fariseos no es que sean pecadores, sino que no lo reconocen. Les llevan ventaja los recaudadores de impuestos, porque son pecadores, pero lo reconocen. Ahí puede haber lugar para la misericordia.

El fariseísmo es una epidemia que será difícil de erradicar. Me temo que la secta sobreviva y se infiltre entre los futuros ciudadanos del Reino. Pero la misericordia triunfará sobre el juicio. Mientras tanto, las hormigas siguen preparando provisiones para el próximo invierno. Y los gusanitos, soñando con ser mariposas.

Comentarios

  1. Caminando con firmeza, muy consciente de que el piso de aquel templo había sido su personal donación, el hombre se acercó a la balaus­trada del altar y agradeció a Dios por todos los bienes que había recibi­do, pero a su vez, para recordarle todo lo que él había generosamente da­do a cambio.

    El era bueno, pertenecía a todas las asociaciones piadosas y de beneficencia que patrocinaba su iglesia, era fiel y había inculcado en sus hijos el temor e Dios y daba limosnas muy por encima de lo que daban los demás, aparte de asistir a cuanto retiro y taller de oración le ofrecían. No era como los otros, pobres ignorantes que sólo iban a pedir y de los cua­les estaba el templo lleno y era su privilegio ser diferente, por lo cual es­taba tan agradecido como orgulloso.

    Su error fue pensar que ya con ello estaba justificado. La verdad era que creía en Dios, pero nunca le creyó a Dios, por ejemplo en cosas tan simples como la justicia y la humildad. Y por ello era incapaz de escu­char aquellas palabras sentenciosas y graves del Maestro: "Todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado Y que, precisamente por eso, sólo los mansos y los humildes de corazón poseerían la tierra. Al menos así lo dice el Libro Santo.



    NÎ HÂO

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  2. Seguro de sí mismo, el fariseo,
    -porque cumple la ley perfectamente
    y se cree en su obrar ya suficiente-
    se exhibe, ante el Señor, como un trofeo.

    Y, en oscuro rincón, un bisbiseo;
    un publicano, en actitud doliente,
    se golpea su pecho humildemente,
    sintiéndose ante Dios pequeño ateo.

    Personajes que son tipología
    de dos modos de ver la religión:
    el que pretende hacer mercadería,
    y el que fía al amor su salvación;
    el que observa la ley de entraña fría,
    y el que sabe que el Padre es corazón. NÎ HÂO

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