Diario de Jesús -18-

Por la mañana volví dispuesto a defender el proyecto de mi Padre. Y les hablé con dureza: «Ustedes me buscan porque comieron pan gratis. No es eso el Reino de Dios. No voy a fomentar intereses egoístas. El Reino de Dios no es comer, sino dejarse comer. Yo me dejaré comer para salvar al mundo. No prometo felicidad terrena, sino persecución. Solamente dando vida, salvaremos a la humanidad. La salvación es un misterio de pobreza, de anonadamiento, de humildad. No conquistaré la tierra dando pan, sino dando mi cuerpo y sangre. De este modo, y sólo así, se logra vida eterna. El maná ayudó a sobrevivir en medio de desierto, pero nosotros entregando nuestra existencia a favor de los demás, viviremos y daremos vida inagotable».

Capté que la atmósfera había cambiado. Ya no era entusiasmo, sino decepción. Muchos me dieron la espalda y se alejaron. Otros se subieron a las barcas y remaron hacia la otra orilla del lago. Con tristeza los vi alejarse. Un grupo reducido permanecía a mi lado. Desde lo íntimo de mi espíritu oré: «Padre, gracias por librarme de la tentación del pan material y de la tentación del poder político. Viviré como un pobre que todo lo espera». Me levanté y dije a los que me eran fieles: «Sigamos caminando». Eran las nueve de la mañana.

(foto: Ribera del lago de Galilea, lugar de la primera predicación de Jesús)

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