CARTA CON DESPEDIDA

Querida Mamá:

 

Cuando te despiertes yo ya me habré ido. He querido ahorrarte despedidas. Ya has sufrido bastante y lo que sufrirás, María.

 

Ahora es de noche, mientras te escribo. El gato me mira como diciendo: “¿Es que no va a poder dormir uno en esta casa nunca?”.

 

Quiero decirte por qué me voy, por qué te dejo, por qué no me quedo en el taller haciendo marcos para las puertas y enderezando sillas el resto de mi vida.

 

Durante treinta años he observado a la gente de nuestro pueblo y he intentado comprender para qué vivían, para qué se levantaban cada mañana y con qué esperanza se dormían todas las noches. La mayoría de los días son grises, las soledades demasiado grandes para ser soportadas por hombros normales, la amargura habitual de casa, las alegrías cortas y poco alegres.

 

A veces, madre, cuando llegaba el cartero y sonaba la trompetilla en la plaza del pueblo, cuando la gente acudía corriendo alrededor, yo me fijaba en esas caras que esperan ansiosamente, de cualquier parte y con cualquier remite, una buena noticia. ¡Hubieran dado la mitad de sus vidas para que alguien les hubiera abierto, desde fuera, un boquete en el cascarón! Me venían ganas de ponerme en medio y gritarles: ¡La noticia buena ya ha llegado! ¡El Reino de Dios está dentro de vosotros! ¡Las mejores cartas os van a llegar de dentro! ¿Por qué os repetís que estáis cojos si resulta que Dios os ha dado piernas de gacela?

 

Yo me siento prendido por la plenitud de la vida, María. Me descubro encendido en un fuego que me lleva y me hace contarles a los hombres noticias simples y hermosas que ningún periódico dice nunca. Y quisiera quemar el mundo con esta llama, que en todos los rincones hubiera vida, pero vida en abundancia.

 

Ya sé que soy un carpintero sin bachillerato y que apenas he cumplido la edad de poder abrir los labios en público. No me importaría esperar más, pensarlo más, ser más maduro, hacer mi síntesis teológica…, pero hay demasiada infelicidad, mamá, como para que yo me contente con fabricar hamacas para unos pocos… Demasiados ciegos, demasiados pobres, demasiada gente para quien el mundo es la blasfemia de Dios.

 

Si te digo la verdad, no tengo nada claro qué es lo que voy a hacer. Sé por dónde empezar. No sé dónde terminaremos. Por lo pronto me voy a Cafarnaum, a la orilla del lago, donde hay más gente y lo que pase tendrá resonancia.

 

Está amaneciendo. Te escribiré. Te vendré a ver de vez en cuando. Las vecinas, el gato, las estrellas del cielo y Dios nuestro Señor te harán compañía. Y cuando hagamos ese pequeño grupo de gente que viva como estamos hechos para hacerlo, podrás venirte con nosotros, llena de gracia, llena de flores, llena de ritmo, bendita tú entre las niñas de Israel, que me diste en fruto a mí, tu

 

Jesús

Comentarios

  1. Que carta más bonita y que amor y cariño se refleja en ella. Pero que tristeza para una madre encontrarte con una carta así. Con esta carta Jesús se manifiesta como un hombre normal,y sobretodo lleno de amor por los demás, lo sacrifica todo. Cuanto tenemos que aprender todavía. Gracias por estos escritos. NÎ HÂO

    ResponderEliminar

Publicar un comentario