San José de Leonisa

Si hay una frase que pueda resumir la vida de este capuchino es la de “Caridad, siempre caridad”. Eufranio Desidei Paolino, hijo de Juan y de Francisca, nacido en la localidad italiana de Leonessa (a unos 90 km de Asís) en 1556 la dijo bastantes veces a lo largo de su vida. Era de familia distinguida y él se distinguió en su infancia por sus juegos de ser sacerdote u obispo, incluyendo predicaciones a sus compañeros de juegos. Pero el destino hace que siendo un adolescente se quede sin familia cercana, por lo que, con diecisiete años ingresa en el convento-noviciado de “Las Carceles”, a pocos kilómetros de la cuna de la Familia Franciscana: “La Porciuncula”.
Su camino de entrega a Dios le lleva a ordenarse y a iniciar una vida de apostolado y de oración por el centro de Italia, haciéndose cercano a todos sin distinguir si el que hablaba con él era rico, pobre, sabio o inculto. Su caridad para con los necesitados llamó la atención a los que le conocieron. Como predicador y confesor “entusiasmaba, conmovía y convencía, porque la palabra le brotaba viva del corazón”. Además su entrega al servicio le llevaba incluso a predicar hasta diez veces al día para que la Buena Noticia se escuchara más. Tras una década de viajes por Italia pide a sus superiores el poder ir como misionero a Constantinopla o Estambul, como ya empezaba a conocerse tras la caída del Imperio Bizantino.
Su apostolado cambió y la respuesta general también. Los marineros, que a la fuerza no practicaban mucho la fe, no respondían con agrado a sus intentos. Liberar esclavos siempre fue tarea delicada. Y encima haciéndolo en una ciudad musulmana. Pero eso no hace que José se sienta desanimado. Durante su estancia en la antigua capital imperial habló, predicó y enseñó a todo el que quiso escuchar y también trataría de hacerlo con gente que no quería escucharle, como era el Sultán de la ciudad. Lo intentaría dos veces. En la primera se cumplió el refrán “Fue a por lana y salió esquilado”, ya que le recibieron con palos y se fue con la paliza bien dada. Tras la conveniente recuperación lo volvería a intentar, pero al hacerlo, de nuevo, sin invitación y a la vista de la reincidencia el Sultán le condena a muerte. Fue colocado en una plaza pública con una mano y un pié clavado a un poste, hasta que muriera de hambre y dolor. Pero tras tres días en ese suplicio es soltado y expulsado de la ciudad. Recuperado volverá a Italia.
Y el aparente fracaso de Constantinopla no le dejó sensación negativa, sino que hizo que, durante veinte años más se dedicara al mismo apostolado viajero, entregado y sencillo. Y llega a su meta un cuatro de febrero de 1612 pasando, con fama de santidad, de este mundo a la casa del Padre. Su tumba, en su Leonisa natal es lugar de oración y conversiones.

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