Homilia Primer Domingo de Cuaresma

Como en otras ocasiones la Comisión de Pastoral ha encargado esquemas de homilias franciscanas. En este Cuarema están redactadas por Miguel María Andueza, de la Provincia de Navarra.


La cuaresma es la renovación anual de la comunidad cristiana en el misterio pascual. Es una iniciativa del Padre convocando a la humanidad en el cuerpo de Cristo para animarla en su muerte y resurrección. Es una vuelta o retorno a lo original cristiano, la identificación con Cristo como único camino, verdad y vida. Es el gran retiro del pueblo cristiano para avivar la conciencia de nuestra vocación y hacer una cura profunda de todo nuestro ser.

La cuaresma es esencialmente negación del pecado. Y el pecado no puede ser reducido a un catálogo de acciones malas. Es preciso descender más a fondo en el corazón. Sólo puede ser entendido a la luz del amor de Dios. Es ruptura de relación o, al menos, inconsecuencia con ella, con el Dios único que se revela como amor. Es rotura de relación afectiva de los hijos con el Padre y de la esposa con el esposo. En la revelación es descrito como rebelión de los hijos con el Padre (Isaías 1,2), como adulterio y prostitución de la esposa infiel (Oseas 2,4) y como traición al amor (Jeremías 3,20). El mal está incrustado en el corazón del hombre y lo ofusca. Es mal de Dios, pues lo niega, y mal del hombre porque lo enferma y mata. El misterio del pecado se revela en la muerte de Cristo libremente asumida para redimirlo. Pecador es el que rehúsa creer en Cristo. La reconciliación sólo es posible en él. La vida cristiana es combate entre el pecado y la gracia, la muerte y la vida, el amor y el odio, la luz y las tinieblas.

Cristiano es aquél que, convertido en su corazón, vive realizando el discipulado de Cristo. Aquél que ha pasado a vivir de los criterios o mentalidad que se viven en el mundo a los del evangelio, de la carne al espíritu, del egoísmo a la gratuidad, del odio y distancia al amor de Cristo. Esta conversión radical se concretó en la Iglesia primitiva en la práctica del catecumenado. El rito bautismal que culminaba el proceso era renunciar a la anterior condición pagana e insertarse en la comunidad nueva del amor. Posteriormente esta conversión se plasmó en la reconciliación pública de los penitentes que duró hasta la Edad Media. En la actualidad la Iglesia hace una mayor insistencia en la oración, el ayuno y la limosna.

Un ayuno significativo podría estar en el ayuno de tabaco, de bebidas de alta graduación, ayuno de imágenes violentas y sexuales que televisión, espectáculos, revistas e Internet nos echan encima a diario, de actitudes fanáticas, de opciones partidistas que dividen y oponen con ironía y cinismo. Ayunar, también, en nuestro instinto de mordacidad, de pasividad culpable, de oposición por sistema, de crítica maligna, de detracción y calumnia. El ayuno hoy puede ser una práctica ambigua cuando no conlleva una intencionalidad virtuosa y no redunda en bien de los demás. Existe un ayuno político, la huelga de hambre; un ayuno patológico, la anorexia; un ayuno estético, para mantener la línea; un ayuno de mentalidad higiénica o sanitaria, los vegetarianos. El ayuno cristiano se justifica por la templanza y la solidaridad.

Una limosna interesante sería la erradicación de la limosna cicatera y mezquina y la opción por la aportación sistemática y solidaria con la Iglesia y sus instituciones de caridad, con sus movimientos apostólicos y centros educativos, con las víctimas de la miseria y de la injusticia social, del subdesarrollo y del hambre, de los desastres naturales, o en solidaridad con los que padecen paro severo, o con los pobres vergonzantes que pululan a nuestro alrededor.

La cuaresma es acentuación del amor. La presencia de Cristo entre nosotros es presencia del amor de Dios. Cristo es la revelación del amor de Dios. Quien está con Cristo ama. Amar es la esencia de la vida cristiana y es el contenido verdadero de la eucaristía. Amar es la mejor manera de evangelizar y la mejor autentificación de nuestra fe.

San Francisco comenzó, con la gracia del Señor, una vida de penitencia-conversión usando de misericordia con los leprosos y salió del siglo (Const. 101, 3).

Con gran fervor de espíritu y gozo interior, ordenó su vida según las bienaventuranzas del Evangelio y predicó incansable la penitencia, animando de obra y de palabra a todos los hombres a llevar la cruz de Cristo y quiso que los hermanos fueran hombres penitentes (Const. 101, 4).

Comentarios