
Confieso que la perspectiva me halaga. ¿Habrá llegado el momento de establecer el Reino que mi Padre vaticinó? Se acabarían de una vez las miserias e injusticias, y lograríamos la libertad. ¿No es ésta la voluntad del Padre? El resultado se había logrado antes de lo que yo pensaba.
Pero algo no cuadraba. Me parecía maravilloso y sin embargo sospechaba una trampa. ¿Bastaba adueñarse del país para que Dios reinase? ¿No me convertiría simplemente en un competidor del César de Roma? ¿Era el poder político lo que interesaba?
No; no es esto lo que mi Padre quiere de mí.

Entonces comprendí. Y escapé. Huí al monte y desaparecí. En la noche oscura encontré la serenidad y la verdad. No, yo no voy a convertir las piedras en pan, ni un reino temporal en el Reino de Dios. « ¡Abbá! Gracias por haberme iluminado».
En ese momento la claridad de la aurora asomaba en lo alto de la montaña. En el valle todo seguía en penumbra.
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