Diario de Jesús -14-

Añoraba Nazaret. Desde mi bautismo en el Jordán no había vuelto a casa. Por algún vecino envié saludos a mi madre, diciéndole que no se preocupara por mí, que estaba bien. Pero yo tenía ganas de volver a abrazarla. No estaba muy lejos, y me decidí de pronto. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verme. Y nos abrazamos. Le conté de mi vida itinerante. De lo feliz que me sentía. Lo mucho que la recordaba, pero que Dios me pedía que anunciara e instaurara el Reino.

El día siguiente era Sábado. Y fuimos juntos a la sinagoga. El rabino sonrió al verme y me pidió que hiciera la lectura. Busqué en el rollo de Isaías aquel pasaje que siempre me había impactado: «El Espíritu me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres, liberar a los cautivos, dar vista a los ciegos y proclamar un año de gracias del Señor». Dios no es un déspota, es un padre. Tenemos que liberarnos de una religión que esclaviza: abrir los ojos para descubrir la misericordia divina, salir de las mazmorras de la ley y del miedo, vivir la libertad de los hijos en un Reino de gracia, y compartir el pan de los pobres.

Fue otra experiencia que, junto a la del Jordán, me ayudó a comprender mi vocación. Dios es Padre, y su voluntad es liberar a hombres y mujeres de todo lo que esclaviza: pecado, religión, dinero, política, dominio…

Me despedí de mi madre. Otra vez a la montaña, el lago, los caminos pedregosos… los enfermos y los mendigos, por doquier. Ellos me hacen vivir en la realidad, bajar de las nubes y poner los pies en el suelo.

(Foto: Casa de la Vigen, basilica inferior de Nazaret: Lugar donde tradiciones antiquísimas colocan el lugar de gruta de María)

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