Salmo 4 “El Señor es mi paz y mi heredad”

2. Escúchame cuando te invoco, Dios defensor mío

tú que en el aprieto me diste anchura,

ten piedad de mí y escucha mi oración.

3. Y vosotros, ¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor,

amaréis la falsedad y buscaréis el engaño?
4. Sabedlo: el Señor hizo milagros en mi favor,

y el Señor me escuchará cuando lo invoque.

5. Temblad y no pequéis, reflexionad

en el silencio de vuestro lecho;

6. ofreced sacrificios legítimos y confiad en el Señor.

7. Hay muchos que dicen:

“¿Quién nos hará ver la dicha,

si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?”

8. Pero tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría

que si abundara en trigo y en vino.

9. En paz me acuesto y en seguida me duermo,

porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo.



1. AMBIENTACIÓN.


Cuando San Agustín, después de su conversión, desgrana sus recuerdos en las Confesiones, se siente hondamente impresionado por este salmo escribiendo estas palabras: «Me ericé de temor en aquel trance y me encendí de esperanza y júbilo en tu misericordia, oh Padre. Y estos efectos salían de mis ojos y por mi voz cuando, vuelto a nosotros tu espíritu de bondad, nos dice: «Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?». Yo había amado la vanidad y buscado la mentira y por eso oí y temí, porque tales cosas se dicen para aquellos que son tales cuales yo recordaba haber sido». Las palabras del salmo habían provocado en él sentimientos de honda preocupación y de hondo agradecimiento, sentimientos que, a lo largo de la historia, han ido brotando en quienes han rezado esta oración. Según un autor, el Sal 4 formaría un díptico perfecto con el Sal 3: si éste es una oración confiada presentada al Señor al comienzo del día, el Sal 4 es una plegaria cargada de serenidad y confianza en Dios, porque ha hecho maravillas en la vida del orante, recitada al final del día. Su interpretación nos resultará más fácil acudiendo no a los géneros literarios, pues «el salmo no se deja espontáneamente clasificar en ninguno de los géneros o categorías puras» (A. González), sino al clima general de esta oración. Su autor no aparece claramente identificado, pese a la indicación del título que lo atribuye a David. Tampoco conocemos las circunstancias externas que rodean al orante. Pero sí está clara y manifiesta la situación de paz, serenidad, tranquilidad, sosiego, libertad que respira porque Dios es quien le da todo eso. Por ello el orante «es un testigo privilegiado del amor de Dios y su mensaje de confianza pasa intacto incluso a través del frío y la oscuridad de la noche» (G. Ravasi). En última instancia el salmo nos habla de un hombre nuevo que ha sufrido sin amargura, sin resentimiento, sin ansias de venganza. La prueba ha sido para él una ocasión de fortalecimiento de su fe en el Dios misericordioso y bondadoso que es su ‘defensor’ (v. 2).



2. ANÁLISIS.


La simbología y la estructura literaria del salmo nos ayudan a profundizar en este mensaje de confianza:


A) En los símbolos, frecuentemente empleados en todo el salterio, el orante recoge experiencias propias de la vida de Israel:

- aparecen símbolos que nos hablan del nomadismo: la actitud del hombre que está acostumbrado a los espacios abiertos, a los horizontes libres y que se siente angustiado en los espacios cerrados y conoce el peligro que le acecha en los lugares angostos (v. 2),

- encontramos también la referencia a la vida de una sociedad rural en la que la abundancia del pan y del vino es una manifestación de alegría, bendición, felicidad, prosperidad.

- el empleo del contraste permite al salmista expresar su convicción central: «Tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo» (v. 9b). Mientras los impíos, los no creyentes, los «hijos de los hombres» buscan apoyo en la nada, «la falsedad», el «engaño» de los ídolos (v.3), el salmista sabe que su apoyo no tiene fisuras porque «el Señor hace milagros en su favor» y lo escucha siempre que lo necesita (v. 4).

B) Por la estructura se puede agrupar el salmo en una forma tripartita:

- tiene una introducción en estilo de lamentación (v. 2) en la que aparece el orante que ‘grita’, que ‘invoca’ esperando la respuesta oracular de Dios, su defensor, en la que le llega la salvación, la liberación, la esperanza,

- en las dos estrofas siguientes (vv. 3-7), de carácter parenético, encontramos expresado el mensaje central del salmo que no es otro que «una vigorosa llamada a optar por Dios, abandonándose con confianza en su proyecto y en su amor, venciendo toda tentación de duda o vacilación» (G. Ravasi). Con su tono de color más o menos sapiencial propone este mensaje a los impíos, a los que buscan apoyos inconsistentes, pero también a los creyentes que dudan, que vacilan. El ejemplo de su vida es el mejor argumento para creer y comprender que no son ni el hombre y sus maniobras ni los ídolos los que salvan, sino sólo el Señor vivo y operante en la historia;

- el final (vv. 8-9) tiene el carácter de himno majestuoso en el que el salmista recoge dos sentimientos autobiográficos: la alegría y la paz de una vida apoyada en las manos de Dios son superiores a todos los bienes materiales. Desde este convencimiento el salmista puede entregarse tranquilamente al sueño que es para él signo de paz, de revelación divina, de éxtasis, de visión beatífica. Desde este convencimiento podemos entender esta oración vespertina que el israelita piadoso repetía en la sinagoga: «Es un don de tu voluntad, oh Señor, que yo pueda acostarme en paz y despertarme en el mismo estado. Haz que mi reposo no sea turbado por imágenes terroríficas o por visiones impuras. Haz que mi reposo sea el de la inocencia y, transcurrido el tiempo del sueño, devuelve la luz a mis ojos, sin hacerme dormir en el sueño de la muerte, porque eres tú quien das luz a la pupila de mis ojos. ¡Bendito seas tú, oh Eterno, que iluminas el mundo con tu gloria!».


3. PISTAS PARA LA ORACIÓN.

El salmo y sus símbolos «pueden ser fácilmente transpuestos al contexto cristiano, llenándose así con el nuevo significado de la experiencia religiosa cristiana» (Alonso Schökel). Algunas pistas nos pueden ayudar a hacer esta transposición:


A) En primer lugar, nos puede ayudar el uso que la liturgia hace del salmo expresando siempre un mensaje de paz, serenidad, confianza. En este sentido aparece usado por la Liturgia de las Horas como oración de completas, al término del día: las maravillas que Dios ha realizado durante la jornada nos permiten enfrentarnos con tranquilidad a la noche, porque Él sigue velando por nosotros. Es también usado en el Oficio de Lecturas del Sábado Santo como expresión de la confianza absoluta de Jesús en las manos del Padre. Por eso San Agustín nos recordará que «el Señor hizo maravillas al resucitar a Jesús de entre los muertos».


B) En un mundo en el que el honor, la gloria y el nombre de Dios son con frecuencia pisoteados y ultrajados, el salmo nos urge a dos tareas: por una parte, nuestra vida debe ser una alabanza y adoración permanente de ese honor ultrajado (v. 3), pero, por otra, debe ser también manifestación, testimonio de la actuación y presencia de Dios entre los hombres. Como el salmista, debiéramos poder presentar una vida en la que fuera patente la presencia y actuación de Dios: una vida coherente que fuera libro abierto en el que es posible leer los ‘milagros’ que el Señor hace en favor nuestro (v. 4).


C) Pero el salmo nos recuerda también algo importante: que no podemos confundir las ‘consolaciones’ con «el Dios de todo consuelo» (2Cor 1 ,3); que no son los bienes que nos da, la razón para amar a Dios ni necesitamos ver sus favores para confiar en Él. Descubrir y vivir a Dios como «el bien, todo bien, sumo bien» (Francisco de Asís) es la meta que supera todo consuelo y que supone haber llegado a la confesión gozosa del pobre de Asís: «Dios es». En ella encuentra el creyente la alegría y la paz que sobrepasan toda experiencia humana. Y puede entonces exclamar: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido/... Tú me mueves, Señor...».

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