Diario de Jesús =10=

Aquella tarde hacia calor. Yo estaba sentado a la orilla del río Jordán con otra mucha gente. Juan el Bautista decía convencido: “No basta con pensar que nuestro padre es Abrahán. Dios puede sacar de las piedras hijos de Abrahán. Hay que nace de nuevo, hay que bautizarse”. Dijo otras muchas cosas pero esto es lo que más me impactó. Me despojé de la túnica y me sumergí en las aguas. Fue una sensación de placidez y de alivio. Me quedé quieto, dejé que el agua me acariciara y cerré los ojos. A través de mis párpados el cielo era rojo. Escuché el silencio, todo era clama. Fueron solo unos instantes. Me levanté, salí del río, me puse la túnica, y entonces lo oí. No fue con mis orejas, sino con el corazón: “Tu padre no es Abrahán, ni José. Yo, Yahweh, soy tu Padre. Tú eres mi hijo, te amo con locura, como no te puedes imaginar”. Sentí que el Él me abrazaba, y mis entrañas se derretían de alegría. Vi el mundo con ojos nuevos. Me sonreían las nubes, que se rasgaron para dejar paso a un rayo de sol, las ramas de los árboles se agitaban saludándome, y el río salmodiaba canciones jubilosas. Una paloma voló plácidamente sobre mi cabeza. La gente, hasta entonces desconocida, me resultaba enormemente familiar. Seguían en sus cosas, pero no me eran extrañas. Me sentí transformado. Tenía ganas de gritar. Era un hombre nuevo, sin mirar atrás, comencé a caminar…

(Fotografías:  Nacimiento del río Jordán en  Banyas )