Salmo 1

SALMO 1
¡Feliz el ser humano que sigue la ley del Señor!

1. Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos.
2. Sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
3. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón,
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.
4. No así los impíos, no así:
serán paja que arrebata el viento.
5. En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos:
6. porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal.

1. AMBIENTACIÓN.
Acabamos de comenzar un nuevo año. Lo hemos dicho y repetido, lo hemos escuchado y escrito: «¡Feliz año nuevo!». El hombre tiene sed de felicidad. Necesita que su vida conozca la felicidad. Pero ¿es posible? ¿Dónde está el manantial en el que brota para beber en él? ¿Hay algún secreto que nos permita alcanzarla? Son preguntas, interrogantes, demandas que brotan espontáneamente del corazón del ser humano y a las que, en más de una ocasión, se siente tentado a responder negativamente.

Esta tentación es mayor cuando a los anteriores interrogantes se unen estos u otros parecidos: ¿Merece la pena comprometerse, con todas las fuerzas, en un comportamiento recto, si los malos, a pesar de su malicia y a veces precisamente por ella, «germinan y prosperan como la hierba» (Sal 9l)? ¿Cómo explicar que los buenos sean pisoteados, mientras triunfan los impíos? ¿Merece la pena esforzarse por el bien? ¿Sirve de algo ser fieles a la Alianza?”.

Desde esta situación vital queremos enfrentarnos al Sal 1. En él podemos encontrar respuesta a las cuestiones planteadas y precisamente una respuesta positiva: es posible la felicidad y su manantial es accesible, porque está en Dios y Él ha querido ser Emmanuel, Dios-con-nosotros. Por eso, en alguna medida, podemos considerar este salmo como un programa para que el año nuevo sea realmente feliz.
2. ANÁLISIS.

El acercamiento externo al salmo nos facilitará su comprensión y, sobre todo, porque esto es lo importante con los salmos, la oración. Lo hacemos en dos momentos:

A) Su estructura:

- El salmo es la puerta de entrada a todo el salterio. Además, y curiosamente, comienza con la primera letra del alfabeto hebreo y termina con la última. De este modo «sintetiza en sí mismo el arco entero de la vida» (G. Ravasi). Precisamente esta posición de obertura al salterio explicaría el éxito que ha tenido a lo largo de la historia.

- Es además un salmo muy especial: no tiene título, ni está encuadrado en ninguna colección. Alguien le ha llamado un «salmo huérfano». En algún momento ha acabado desapareciendo al fundirlo con el Sal 2. Así, san Justino. En cualquier caso hay algo importante: este salmo nos da el fondo, la tonalidad de todo el salterio.

- Por estas características no se ponen de acuerdo los especialistas sobre su género literario. Se han hecho de él lecturas distintas: algunos lo han leído en clave real (sería un retrato ideal, el cuadro de justicia sobre el que habría de colocarse el gobierno del rey); para otros sería la clave litúrgica la que permitiría su lectura (en este caso sería un himno destinado a la festividad de la renovación de la Alianza); otros señalan la clave sapiencial como el elemento fundamental para entenderlo (estaría entonces en la línea de los grandes Salmos de la Ley, el 19 b y el 119). Ésta última parece ser la opinión prevalente entre los autores, aunque sin radicalizarla, pues el salmo tiene una estructura bastante libre.

- En realidad, el salmo debe ser leído, antes que nada, como obertura a todo el salterio: no es un poema que responda a un contexto vital concreto, sino «una poesía de apertura a un caleidoscopio de composiciones, las del salterio. La tonalidad dominante es la sapiencial, pero la cualidad global del texto es más genérica y difuminada» (G. Ravasi).
B) Su contenido:

A través de una composición binaria bastante simple el salmo transmite una idea fundamental: para ser feliz hay que decidirse por Dios y su ley. En esta decisión positiva radica la felicidad. En la respuesta negativa va encerrada la infelicidad. Al igual que el árbol hunde sus raíces para llenarse de vida, el hombre decidirá su vida según el lugar donde se aferre. La felicidad, podemos deducir del salmo, supone un estado, una situación real a la cual sólo Dios nos conduce.
Desde esta idea fundamental debemos entender tanto los simbolismos empleados como los dos retratos, muy delimitados, que nos presenta:

Hay tres simbolismos predominantes:


  • el de los dos caminos (vv. 1 y 6), tema frecuente en otros textos bíblicos (p. e., Éxodo, Deuteronomio, Jeremías...) y extrabíblicos y que en este salmo constituye el fondo principal;
  • el simbolismo vegetal, representado por el árbol frondoso (v. 3), tema que aparece más elaborado literariamente en Jer 17,7-8;
  • el simbolismo agrícola constituido por la paja (v.4) que, aventada después de la recolección, es dispersada por el viento.


b) Los dos retratos que nos pinta, tienen unos contornos nítidos, aunque está más destacado el primero:


  • el retrato del Justo (vv. 1-3) aparece en su negativo (es decir, aquello que ha de evitar, aunque su vida le convierta en un excéntrico, un marginado, un aislado: apartarse de los impíos, los pecadores, los cínicos) y en positivo (o sea, realizar lo que será la fuente de su frondosidad y de su felicidad: adhesión a la Ley considerada no como pesada losa de normas y prescripciones, sino como revelación amorosa y gratuita de Dios, y vivida no en actitud farisaica sino desde una entrega obediente y confiada). Es esta comunión personal con Dios la que lleva a la felicidad;
  • la descripción del impío y su camino (vv. 4-6) constituye la segunda parte del díptico formando la antítesis del anterior: la paja desparramada por el viento es su símbolo y la explicación de su conducta; el impío es el enemigo de Dios, se burla de Él y de su Ley y, aunque aparentemente prospera, al final, en el juicio metahistórico de Dios, será aniquilado.


Ésta podría ser la mejor síntesis del Sal l: «El Sal 1 es una meditación sobre opciones existenciales fundamentales. Vemos así cómo se diseña... el escenario de la existencia humana: tierra, agua, viento (para indicar el espacio), día, noche y estaciones (para indicar el tiempo), plantación, fruto, hojas, paja (para indicar las manifestaciones de la vida). Después el interés se sitúa en el camino, símbolo de opción y progreso. Contemplada sobre el trasfondo del cosmos, la felicidad del justo aparece como su cumplimiento y armonía» (R. Lack).

3. PISTAS PARA LA ORACIÓN.

¿Cómo leer este salmo en cristiano? «Es posible rezar este salmo sin cambiar sus palabras, con un horizonte ilimitado», nos dice Alonso Schökel. Intentando ampliar un poco las perspectivas podemos ver en él:

a) Un sentido cristológico:
- Cristo es el hombre plenamente feliz porque ha sido fiel de un modo radical a su opción por el Padre, dedicándose enteramente al servicio de la Palabra.
- Desde su fidelidad, probada en la cruz, convierte a ésta en el árbol de la vida del que brota la felicidad, en el manantial donde el ser humano, fiel como Él a Dios y su Palabra, puede beber la felicidad.

b) Un sentido eclesiológico-bautismal que aparece claramente expresado en el «título» que el salmo lleva en la Liturgia de las Horas: “Felices los que, poniendo su esperanza en la cruz, se sumergieron en las aguas del bautismo» (Autor anónimo del s. II).

c) En última instancia, podemos ver la lectura cristiana de este salmo en la utilización que la liturgia hace de él. En tres de estos lugares aparece acompañando a Deut 30,15-20, a Jer 17, 5-10 y a Lc 6, 17.20-26, es decir, a textos que vuelven a insistir en la antítesis apuntada y que nos indican dónde encontrar la felicidad. De esta forma se reforzaría la lectura sapiencial del salmo.

En conclusión, el Sal 1 nos invita a buscar la felicidad viviendo junto al Señor. Así se realizará lo que escribía Pascal: «Nadie es tan feliz, ni tan razonable, ni tan virtuoso como un verdadero cristiano». Y haremos nuestras estas palabras: «La felicidad es un don, una bendición, bajada sobre un ser no por sus méritos, sino como una gratuidad sublime y como aspecto confortante de la doctrina de la gracia». (P. Landsberg).

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