Santa Isabel de Hungría

Este fin de semana ha iniciado un blog que espero que esté muy cerca de este. Es el que han abierto los capuchinos de Antequera. El "bloggero", el que está encargado de él es mi connovicio Fr. Andrés, del que ya os hablé hace un tiempo (ver noticia), pero en el que colabora toda la fraternidad. Para inaugurar nuestra relación, y como medio de hacerles un poco de publicidad, para que les conozcáis publico lo que han publicado sobre el día de hoy:



SANTA ISABEL DE HUNGRÍA
Siglo XIII, el de las grandes catedrales; el de los grandes santos, como San Francisco de Asís y San Alberto Magno; el de los grandes sabios, como Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura; el de los grandes pintores como el Giotto y Cimabúe; el siglo de las Cruzadas con Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena; el de los grandes reyes; el de los grandes papas como Urbano II, Gregorio VIII, Celestino III, Inocencio III, Honorio III, y el siglo de Isabel de Hungría, hija de los reyes de Hungría, la niña, novia, esposa, madre, reina, viuda y santa, la que apenas nacida, su padre, el Rey de Hungría, la prometió en matrimonio al príncipe Luis VI, hijo del landgrave de Turingia, que tenía 11 años. A los cuatro años fue enviada al castillo de Wartburg. En aquel castillo residía la corte y el palacio de Sajonia, hoy uno de los 16 Estados federados de Alemania, y allí fue enviada para ser educada como princesa. Allí vivieron juntos Isabel y Luís, Luís e Isabel, y como niños jugando juntos, se enamoraron. El uno sin el otro no podía vivir.
A los catorce años contrajeron matrimonio y en la misma ceremonia nupcial fue coronado el príncipe. Su matrimonio no sólo fue una unión política, sino un matrimonio por amor en el que florecieron tres hijos. Se amaban tan intensamente los esposos que ella le decía a Dios: "Dios mío, si a mi esposo lo amo tantísimo, ¿cuánto más debiera amarte a Ti?". Y Luís, a un cortesano que le preguntó si estaría dispuesto a renunciar a su esposa, le repuso señalando una alta montaña que tenían enfrente: que, ni por aquella montaña convertida en oro fino, perdería a su esposa. Por su gran amor aceptaba de buen grado que Isabel repartiera a los pobres cuanto encontraba en casa y respondía a los que la criticaban: "Cuanto más demos nosotros a los pobres, más nos dará Dios a nosotros".
ROSAS BAJO EL DELANTAL
Acusaron a la princesa ante su esposo de derrochar sus bienes y agotar los graneros y los almacenes. El landgrave Luis quería a su esposa con delirio, pero se vio precisado a pedirles una prueba de su acusación. - Espera -le dijeron- y verás salir a la señora. Y el duque vio a su mujer que salía a hurtadillas, de palacio cerrando cautelosamente la puerta. La detuvo y le preguntó:- ¿Qué llevas en la falda? -Rosas -contestó Isabel olvidando que era pleno invierno. Extendió el delantal, y los panes se habían convertido en rosas. Los dos esposos vivieron muy felices en su castillo de Wartburg. Su gobierno ha sido uno de los más cristianos. En un año de escasez, Isabel gastó todo su tesoro en socorrer a los necesitados. Se encontró a un leproso abandonado en el camino, y lo acostó en su propia cama con su marido ausente. Llegó este inesperadamente y le contaron el caso. Cuando iba a regañarla, vio en su cama, no al leproso sino un hermoso crucifijo chorreando sangre. Recordó que Jesús premia lo hecho a los pobres como hechos a Él mismo.
MUERE SU ESPOSO
Cuando tenía veinte años y su hijo menor recién nacido, su esposo, murió como cruzado en Tierra Santa. Isabel estuvo a punto de desesperarse, pero se resignó y aceptó la voluntad de Dios. Rechazó varias ofertas de matrimonio y se decidió a vivir en la pobreza y dedicarse al servicio de los más pobres y desamparados. Un día fue al templo vestida con los más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: "¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?". Nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios.
REGENTE DEL PRINCIPADO Y DESTERRADA
Isabel fue declarada regente del principado hasta que su primogénito alcanzase la mayoría de edad, pero una conspiración de nobles consiguió expulsarla del gobierno alegando que malgastaba el dinero del Estado en los pobres. Tomó el poder el hermano de su esposo, que la forzó a abandonar el castillo y tuvo que refugiarse en un convento, donde tomó el hábito de la tercera orden de San Francisco. Llevó allí una vida dura y austera, ocupándose de los pobres. Y por si fuera poco, su confesor ponía a la santa penitencias excesivas y creaba en ella remordimientos por pecados que nunca había cometido. Isabel lo soportó con paciencia. Desterrada, tuvo que huir con sus tres hijos, sin ninguna ayuda material. Ella, que cada día daba de comer a 900 pobres en el castillo, ahora no tenía quién le diera ni el desayuno. Pero confiaba totalmente en Dios y sabía que nunca la abandonaría, ni a sus hijos.
AL FIN REHABILITADA
Algunos familiares la recibieron en su casa, hasta que el Rey de Hungría consiguió que le devolvieran los bienes que le pertenecían, y con ellos construyó un gran hospital para pobres, y ayudó a muchas familias necesitadas. Un Viernes Santo, después de las ceremonias, y ante el altar desnudo, de rodillas ante varios religiosos hizo voto de renuncia de todos sus bienes, como San Francisco de Asís, y consagró su vida al servicio de los más pobres. Cambió sus vestidos por un sencillo hábito franciscano, de tela burda y ordinaria, y los últimos cuatro años de su vida, se dedicó a atender a los pobres enfermos del hospital que había fundado. Recorría calles y campos pidiendo limosna para sus pobres, y vestía como las mujeres más pobres del campo. Vivía en una humilde choza junto al hospital. Tejía y hasta pescaba, para comprar medicinas a los enfermos.
SU ENTRADA EN EL REINO
En efecto, en la flor de la vida, el 17 de noviembre de 1231, a sus 24 años, voló Isabel a la eternidad al unísono con el salmo 44:
“Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie, a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir. Mirra, áloe y acacia exhalan tus vestidos, al salir de las estancias de marfil en que con su olor te han recreado. Escucha, ¡hija!, inclina tu oído, y olvida tu pueblo y la casa paterna. Prendado está el rey de tu belleza, ríndele homenaje que él es tu Señor. Las hijas de Tiro vendrán con dones, y te presentarán humildes súplicas todos los poderosos del pueblo”.
Así sucedió. A sus funerales asistieron el emperador Federico II y una multitud tan grande formada por gentes de diversos países y de todas las clases sociales, que los asistentes decían que no se había visto ni quizá se volvería a ver en Alemania un entierro tan concurrido y fervoroso como el de Isabel de Hungría, la patrona de los pobres.
MILAGROS
El mismo día de su muerte, a un religioso franciscano se le destrozó un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles dolores. De pronto, en su habitación, vio aparecer a Isabel, vestida con trajes hermosísimos: "¿Señora, usted que siempre vestía trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?". Y ella sonriente le dijo: "Es que voy a la gloria. Acabo de morir. Estira tu brazo que está curado". Estiró el brazo totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea. Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un monje cisterciense que sufría un terrible dolor al corazón y ningún médico había logrado aliviarle. Se arrodilló y rezó largo rato junto a la tumba de la santa, y quedó curado de su dolor y de su enfermedad. Estos milagros y otros muchos más, movieron al Sumo Pontífice a declararla santa, a los cuatro años de su muerte.
Visto en Capuchinos de Antequera

 Benjamín localizó este texto en las actas de un congreso realizado hace poco sobre esta Santa en Madrid, con motivo de su centenario


El mandamiento del Señor, el del amor, haz bien y no mires a quien, amaos como yo os he amado hasta consumir la propia vida, ha sido utopía siempre. Pero siempre ha habido hombres y mujeres que han superado las barreras de la ficticia razón, de los cálculos egoístas, y han vivido el amor gratuito al prójimo.
Isabel supo contemplar su entorno con ojos nuevos, iluminados por la palabra de Cristo y una fe ciega en Él. Descubrió que el pueblo bajo era extorsionado de forma legal por la clase dominante a la ella pertenecía.


Supo decir "no" a una concepción de la sociedad y de la vida organizada con preponderancias y exclusiones, con privilegios y extorsiones, para comprometerse totalmente con los que carecían de esperanza. Sin embargo, más que un "no" su vida fue un "sí" que la llevó a la ofrenda de su propia persona sobre el ara de la misericordia. Fue una noble princesa privilegiada que renunció a su bienestar y seguridades para convertirse en una penitente, una pobre de Cristo.
Todo el empeño de su vida consistió en irradiar misericordia y hacerla presente en medio de aquellos que la desconocían. Ella creyó tozudamente en el amor de Dios y a Dios lo hizo realidad entre los hombres.

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