Se hizo uno de tantos

En estos días que dedicamos a San Francisco, ofrezco un soneto del obispo Casaldáliga. Seguro que al Pobrecito le hubiera encantado.

En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.


Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.


El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la gloria y el amor explana;


Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!

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