Miedo

Hoy el Evangelio me ha gustado. Es uno de esos textos que consiguen levantarme el ánmo, que hacen que me guste ser cristiano:

De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:
-- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-- Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
-- Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-- Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

De todo el Evangelio lo que más me ha llamado la atención es ese miedo de los discípulos antes ese Jesús desconocido que se les acerca y que, a pesar, de esas dudas, de ese miedo le sigue tendiendo una mano a Pedro para sacarle del "problema" en el que está metido (¿hasta el cuello?).

Y viendo ese tema del miedo me acordé de un texto que lei hace unos años en un libro. Anoche busqué el título en Internet para localizar el texto sin recordar que ya tenía el texto en el Disco Duro del ordenador. Se trata del libro El Cartero siempre llama mil veces escrito por Adreu Martín y Jaume Rivera. Libro recomendable igual que toda la saga de Flanagan que han escrito estos dos autores. El texto en cuestión es el siguiente:


Nadie hay inmune a los miedos, porque hay muchos miedos, y muy diferentes, y tiene la habilidad de atacar cuando y por dónde menos te los esperas. Hay quien tiene miedo de la muerte y quien tiene miedo de la vida, de la bronca de los padres, y de las felicitaciones demasiado comprometedoras, hay quien teme las emociones del amor, o al destino que se oculta bajo la piel de un gato negro, o a las manos que te esperan en lo más oscuro de la noche; hay quien teme el tráfico en un día de lluvia, o al infarto que sigue a n éxito de muchos millones, o a la pena que dan los ancianos dementes, o al castigo divino, o al humano, o al Drácula carroza y desfasado. o al Freddy de Elm Street que sólo mata yuppies, o a un ataque de misiles, o a un ataque de neutrones, o a la guerra mundial, al Juicio Final o al Armaggedon; hay quien teme lo que pueda hacer él mismo, existe el temor al triunfo y el temor al fracaso, existe  el miedo a los espacios abiertos y el miedo a la claustrofobia, miedo a las ratas y a los violadores, y el miedo a las tinieblas y el miedo a ver demasiado claro. Y existe el que dice que no tiene miedo porque le da miedo ver todos miedos con los que carga, Y hay quien tiene todos estos miedos al mismo tiempo.            
Y cada persona tiene su manera particular de enfrentarse al miedo. Hay quien se queda paralizado, imposibilitado de hacer nada o ir a ninguna parte. Hay quien enloquece a causa del miedo y se convierte en alguien imprudente y temerario, y no mira a dónde se lanza.

Y existe aquel (aquel a quien me gustaría parecerme, de quien me gustaría aprender), aquel que interpreta el miedo como quien oye una alarma, y no permite que lo detenga, no que le haga retroceder, ni que le que prive de hacer lo que desea. Muy al contrario, con miedo y todo, seguirá adelante en sus propósitos y tendrá muchas posibilidades de alcanzar su objetivo porque, precisamente gracias al aviso del miedo, tomará muchas más precauciones que si no lo tuviera.   

Sylvia Jofre   

En Andreu Martin y Jaume Ribera,  El cartero siempre llama mil veces, Anaya, Madrid 1993, 5ª ed., 153-154.
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