La biografía de Dios

Ya os explicaré por que pongo este artículo del hermano capuchino Víctor Herrero de Miguel, De momento quedaos con su nombre.
El artículo ha sido publicado en la revista "Evangelio y Vida".


¿Es posible condensar en pocas palabras el contenido de la Biblia? Seguramente no. Un conjunto de tantos libros, diferentes no sólo en sus lenguas sino en la circunstancia concreta que los provoca, el ámbito cultural y geográfico en donde nacen y el género literario en que nos han llegado escritos, unos libros, en fin, tan heterogéneos no admiten fácilmente ser reducidos a la formulación de un tema. Ahora bien, en la diferencia brilla la unidad. Desde el primer versículo del Génesis hasta la última línea del Apocalipsis, un hilo común atraviesa y guía nuestra lectura: Dios es el amante de la vida. Veámoslo, apoyando nuestro discurso en un hermoso poema castellano.

DIOS
Fue su primer amor.
Quiso que fuera el último.
Y en medio fue su desmedido intento:
prender de amor eterno las horas, ¡ay!,
tan breves. Nadie piense que ardiera
tan alto fuego en vano:
que sólo Él sabe cómo amó la vida.
El autor, Jesús Mauleón (Arróniz, 1936), ha conseguido cifrar en un espacio corto de palabras lo que podríamos llamar la biografía de Dios. Los dos primeros versos anuncian, insinúan el tema y el tono del poema: son su pórtico. El primero (fue su primer amor) nos introduce en una atmósfera cordial, en el ámbito de la intimidad de una relación. El segundo (quiso que fuera el último) desarrolla y completa al anterior. Y los dos versos siguientes, como un paréntesis en el cual se enmarca la historia, nos ofrecen el desmedido intento de Dios: prender de amor eterno las horas, ¡ay!, tan breves. En este momento, comprendemos la trabazón interna del poema, su unidad, y captamos, sacudidos por la belleza, la sintonía que existe entre estos versos y el modo que tiene la Biblia de hablar de Dios. Nunca se nos presenta un Dios concebido desde categorías filosóficas, un Dios abstracto y ajeno a lo humano; al contrario, el pensamiento hebreo ofrece la imagen de un Dios que es acción, compañía, volcado sobre el hombre y su historia.
Estos cuatro primeros versos resuenan a un género literario muy cultivado en la antigüedad clásica: el epitafio. En los sepulcros de los personajes famosos (incluso de las personas anónimas) era costumbre grabar unos versos como resumen de su vida. Era, a la vez que un recordatorio, una lección vital para aquellos que se parasen a leerlos.
Los tres versos finales de nuestro poema, si bien enlazan con los precedentes, suponen una cierta ruptura con el tono anterior. No estamos delante de un epitafio, no leemos la crónica de un muerto. El poeta nos lo advierte: nadie piense que ardiera / tan alto fuego en vano. La historia de Dios comienza en amor, continúa en amor yen amor culmina. Y su amor no tiene fin. Impregnada de Dios, la vida ha sido amada y es, por ese amor eterno, más poderosa que la muerte.
El poema, precioso en su contenido, lo es también en su aspecto formal. Construido con versos clásicos castellanos (cuatro heptasílabos, dos endecasílabos y un alejandrino), y un lenguaje sencillo que hace accesible a todos su lectura, evoca la presencia de Dios junto al hombre que encontramos en la Biblia.
Ese primer amor del que habla el poeta no es otro que el que origina la creación (Gen 1), el que se erige en fidelidad perpetua, inquebrantable a los desdenes, la traición o el abandono. El último amor, ese gesto definitivo, lo encontramos desarrollado en el cuarto evangélico por boca de Jesús: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único ( ..) no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él" (Jn 3, 16-17). No se refiere al amor genérico a la creación, aspecto presente en otros libros (cf. Sab 11, 24), sino al mundo de los hombres, amado por Dios hasta las últimas consecuencias. Y, entre un amor y otro —entre los extremos del mismo amor—, media la solicitud amorosa de Dios con los hombres, renovada continuamente los libros proféticos expresan el amor de Dios por el hombre mediante diversos símbolos. Dios es una madre constituida para amar: ''Puede una madre olvidarse de su criatura / dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). Su amor es el de un padre: "Con correas de amor los atraía, / con cuerdas de cariño. / Fui para ellos corno quien alza una criatura a las mejillas; / me inclinaba y los daba de comer". (Os 11, 4). Dios ama con amor conyugal: "Pasando de nuevo a tu lado, / te vi en la edad del amor; / extendí sobre ti mi manto para cubrir tu desnudez; / me comprometí con juramento, / hice alianza contigo / —oráculo del Señor— y fuiste mia" (Ez 16, 8).
Dios, representado como madre, padre y amante en el Antiguo Testamento, muestra en la persona de Jesús otros rasgos del amor: amor de Hijo, de amigo, de servidor y de hermano. Una lectura atenta de los Evangelios nos descubre tesoros en ellos escondidos, palabras y gestos de Jesús que nos revelan quién es él y cómo ama. No se trata de un Jesús mayestático, inmune al sentimiento, habitante de una torre de marfil. Todo lo contrario: los evangelistas — aunque cada uno a su manera — coinciden en resaltar la profunda humanidad de Jesús, su aprecio a la vida, su enraizamiento en la existencia. Jesús es la manera más alta e insuperable del amor de Dios, es (según la imagen de nuestro poema) el fuego eterno con el Dios incendia toda la historia.
Mediante la encarnación, Dios ama la vida del hombre cara a cara, sin distancias. Todos los libros bíblicos que preceden la existencia humana de Jesús son preparación y anuncio de este acontecimiento definitivo: el amor humano de Dios. El poema que hemos comentado concluye con unos versos estremecedoramente hermosos: "Nadie piense que ardiera / tan alto fuego en vano: que sólo Él sabe cómo amó la vida". Un resumen perfecto del plan eterno de Dios: su carta de amor a la vida, caligrafiada en la persona de Jesús.

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