Hoy es un día especial

Y por eso me vais a permitir una cosa diferetente. Hoy quiero comparit algo que escrbí hace unos años. De hecho el orginal está en inglés. Yo fui alumno de Opening, y muy orgulloso de haberlo sido. Y un día de esos nos pusieron un ejercicio de elegir unas palabras y hacer una historia con ellas. Éste es el resultado:

La Mosca



Nota previa: La presente historia es la traducción de un ejercicio en inglés para la academia donde estudio. Para la lectura de la misma por favor aténganse a estos tres puntos:

Es una ficción, de principio a fin.
No es mi intención ofender a nadie.
Si alguien se ofendiera, por favor, que aplique los puntos anteriores.


Sucedió por culpa de una mosca, así se podría resumir todo lo que me ocurrió. La verdad es que no sé por qué, pero aquel día fue diferente, diferente a toda mi vida.

Esa mañana me levanté mucho más temprano que cualquier otro día, sobre todo teniendo en cuenta que era domingo, pero bueno, hay que aprovechar los pocos días de vacaciones. Para ese día tenía planeado comprar algo de comida y pasar el día en el campo, solo en el campo, disfrutando del sol y la tranquilidad de un bosque. Ahora pienso que la situación fue divertida, pero todos mis planes se fueron al garete.

Vivir en una ciudad grande tiene sus ventajas, y una de ellas es la de poder encontrar algunas tiendas abiertas incluso en domingo. Así que me fui a un pequeño mercado que conozco para comprar lo que iba a necesitar para ese día, con la sensación de estar todavía medio dormido, y pensando que era demasiado temprano.

Otra ventaja de vivir en las grandes urbes es que, en verano, es mucha la gente que huye del calor de la ciudad para buscar calores más exóticos; y si le añadimos a la receta un domingo y una hora temprana, poniéndola al fuego lento del sol, obtenemos que las calles que son un constante atasco durante todo el año están completamente vacías, a excepción de algún sonámbulo, como lo era yo esa mañana.

Yo tenía la conciencia clara de que no iba a ver mucha gente, y mucho menos comprando en el mercado al que me dirigía, pero a pesar de la gran probabilidad que tenía de ver a alguien a mi alrededor, sobre todo porque destacaría más que un elefante rosa en un funeral, no la vi a ella. Así que, medio dormido y distraído, me la encontré. Bueno, decir que me la encontré es casi un eufemismo, sería más correcto decir que choqué contra ella antes de poder verla.

Lamentándome por mi mala idea de madrugar, iba repasando la lista de la compra cuando intuí, más que vi, que ella venía corriendo hacia mí, moviendo los brazos por encima de la cabeza; se veía a todas luces que estaba asustada.

El choque fue inevitable y todo se fue al suelo, la compra, ella y yo. Después de la caída ella quedó encima de mí. No sé cómo fue posible, pero nos quedamos mirándonos cara a cara. De haber querido, podría haberla besado, de tan cerca que estaban nuestras caras.

Pero no creo que, de haberlo pensado, hubiera podido hacerlo. Para mí el tiempo se había detenido; sólo podía ver sus profundos ojos negros, en los que uno podía perderse. Creo que en ellos me perdí y que caí enamorado sin remedio, porque hoy todavía no he podido olvidarlos.

Pero ese tiempo fuera de todo tiempo concebible se rompió cuando escuché un zumbido por encima de nosotros. Puede parecer una tontería, pero en ese instante lo único que recibían mis sentidos eran el zumbido y el aire sobre mi cara que producían sus párpados al moverse; nada más tenía importancia. ‘El bicho’, dijo. No creo que hubiera entendido nada de lo que dijese, sin importar el idioma, terrestre o no, que usara, y menos aún lo que dijo.

Ella debió fijarse en la muda pregunta que se reflejaba en mi cara y repitió:

—El bicho, un bicho raro me perseguía.

En ese momento debió de caer en la cuenta de la situación en la que se encontraba, o por lo menos es lo que yo pensé: estaba sobre un hombre al que no conocía diciendo cosas extrañas sobre bichos ninfómanos. No sé que pensaría, pero algo debió de ser, porque abrió los ojos de tal manera que tuve la idea de que iban a salirse de sus cuencas.

Intentó levantarse rápidamente diciendo que lo sentía, pero más lo sentí yo, no por el hecho de que se levantara, sino porque volvió a caerse sobre mí dándome un buen cabezo en la cabeza yun golpe en las costillas. Después de unos cuantos gruñidos y contorsiones conseguimos ponernos de pie ayudándonos mutuamente. Cuando nos recuperamos, pensé en lo injusto de la situación y en que debía mostrarme enfadado con ella, aunque mi sorpresa me lo impedía. Así que me enfrenté a ella y le miré a los ojos. Craso error. Me sentí desarmado, olvidando que debía estar cabreado.

Ella se ruborizó y bajó la mirada, y dijo algo tan bajo que no lo entendí; no sé si dijo ‘bicho’, ‘pucha’, ¡o vete a saber qué! Levantando sus ojos repitió:

—El bicho, un bicho raro me perseguía, ¡y es que los odio...!

Esa respuesta debía haberme cabreado aún más, pero sus ojos me impedían hacer ningún silogismo del tipo: ‘Se ha chocado conmigo, me ha tirado, no se ha disculpado, estoy cabreado’. Sus ojos eran demasiado para mi capacidad de hacer pensamientos tan complejos. Ella giró su cabeza para mirar a una pared, así que yo también giré a donde ella miraba.

Dijo alguien que el alemán sólo sirve para hablar con los animales, pero sólo los alemanes pueden tener la palabra que describe lo que vi en esa pared. Era una mosca, pero no una mosca cualquiera, era una grande–brillante–y–negra–mosca: todo unido, sin separación posible y a la vez. ¡Qué pena no ser alemán!, por lo menos para esa situación.


—¿Es ése el bicho?—, fue lo único que mi confuso cerebro pudo elaborar. Sé que todo pasó muy rápido, pero pude pensar: ‘Sólo puede ser eso. ¡Eso me daría miedo incluso a mí!’

—Sí—, dijo ella, o eso supongo, ya que o ella hablaba muy bajo o yo me había quedado sordo con el golpe.

Desconozco el motivo por el cual lo hice, pero me acerqué despacio a la pared y di un fuerte golpe con la mano. No sé si quise matar a la mosca, asustarla, coger confianza, cabrearme, sentirme vivo, o qué. Con la palmada ella dio un pequeño salto, pero no dijo nada.

Cuando aparté la mano pudimos ver a la mosca aplastada en la pared. En ese instante me sentí importante, no por el hecho de haber matado a una mosca, sino por haber alcanzado un nivel extraordinario en mi capacidad de sorpresa. ¿Había matado una mosca con la mano? Ni siquiera tuve la posibilidad de sentirme asqueado.

—‘Cautivo y desarmado el ejercito rojo...’— Tan sorprendido estaba que no me sorprendió, valga la redundancia, el salir por peteneras. —Esto..., yo..., quiero decir... El enemigo está muerto, ganamos la batalla.

¿Hay algo más estúpido que dos personas, desconocidas entre sí, mirando una pared y diciendo tonterías? Lo siento, a mí me pareció un momento solemne.

Después de tal alarde de elocuencia y retórica, lo único que se me ocurrió fue mirarla a los ojos. Ella me miró y parpadeó.

—Gracias..., muchas gracias..., yo..., yo...— Y se dio la vuelta, salió corriendo dejándome sólo.

No es una novedad decir que estaba sorprendido, pero ese estado semicatatónico en el que me encontraba sólo me permitió abrir y cerrar la boca, sin poder decir nada, mientras miraba su espalda viendo como se alejaba.

Si la situación anterior parecía rara, ésta ya no tenía una calificación: un hombre solo, en un pasillo desierto, rodeado de comida por los suelos, con la boca abierta y la mirada perdida. ¡Para una foto, vamos!

Después de algún tiempo de esa guisa, sin pensar en nada, volví al estado de consciencia, recogí la comida desperdigada por el suelo y fui hacia el aparcamiento donde tenía el coche, sin recordar que no había comprado todas las cosas. Arranqué y me fui a casa. Cuando llegué, me acosté pensando que todo había sido un sueño. Justo antes de dormirme, pensé:

—La mosca, la culpable es la mosca.

Hoy en día no he vuelto a ver a la chica. Todavía hoy me pregunto si fue un sueño. Todavía hoy recuerdo sus ojos, sus profundos y negros ojos.

Comentarios

  1. Yo, a esta historia, le daría un final felíz.
    Pasados unos años, en un concierto, en dónde no cabía ni una "mosca", setí que unos ojos preciosos y profundos me miraban. Volví la cabeza, la ví, la reconocí, reconocí sus ojos profundos y negros. Ella estaba radiante, nos miramos y desde entonces no hemos dejado de hacerlo ni un solo día y así será hasta el fin del fin.

    ResponderEliminar
  2. No es un mal final. Pero el problem es que la primera frase que escribí en el original fue: "The fly is the guilty". Y de ahñi surgió una historia rara.

    ResponderEliminar
  3. Bueno pues dejemos que la mosca sea la culpable, gracias a ella se conocieron.

    ResponderEliminar
  4. Bueno pues dejemos que la mosca sea la culpable, gracias a ella se conocieron.

    ResponderEliminar
  5. La verdad es que la historia tiene ya 7 años y hasta ahora no me había preguntado si podía haber tenido un final feliz. Simpre la he visto con ese final, que no es malo, ya que una mosca como motivo de unión no me parece muy fuerte (aunque quien sabe, el amor es ciego), pero ciertamente no es feliz.

    Habrá que estudiarla posibilidad

    ResponderEliminar
  6. Qué importa la mosca lo importante es el desenlace final. Piensa que la mosca ya se murió y que el amor nació.

    ResponderEliminar
  7. jeje. Vamos, que tiene que ser si o si. Me encanta esa determinación.

    Mas como decían en algunos tribunales: "Pero..." la protagonista es la mosca, o por lo menso la que da el título a la historia, no la podemos olvidar.

    A lo mejor no hay ni chica (mira el último párrafo)

    ResponderEliminar
  8. Pudo ser un sueño, pero un sueño con chica y el recuerdo de sus ojos están ahí.

    ResponderEliminar
  9. No me queda más remedio que recomendarte esta pelicula: "5 centímetros por segundo"

    Si no te sirve esa versión me lo dices y te paso la mía

    ResponderEliminar

Publicar un comentario