Homilia Segundo Domingo de Adviento


LECTURAS.

Is 11,1-10

Rm 15,4-9

Mt 3,1-12

1. Andamos los humanos muy escasos de esperanza, de ilusión, de utopía. Nos basta con mirar a la tierra, con devorar la realidad mostrenca que tenemos ante nosotros. Los sueños son bonitos, pero para evadirnos de la realidad dura que nos toca vivir. Los sueños no dan de comer, no satisfacen las necesidades que vamos creando cada día. Los soñadores no levantan un mundo nuevo. Escriben poesías, hacen buenas novelas, pero no sirven para más. Pero no, esto no es verdad. Las lecturas de hoy son invitación a dejar que la imaginación vuele, se lance a tumba abierta hacia el futuro que se abre en el lejano horizonte. Es el mensaje del viejo profeta Isaías, un mensaje que es invitación no a cerrar los ojos, sino a abrirlos desde los matices que introducen Pablo y Juan Bautista. Desde aquí, las lecturas nos dejan tres consignas: hay futuro y no un futuro cualquiera, sino el que Dios prepara para nosotros. Para conquistarlo necesitamos:

a) ESPERANZA: no una esperanza que adormece, que idiotiza. Se necesita una esperanza que despierta, que hace intuir que es posible un mundo distinto al que encontramos ante nosotros; una esperanza que, como hacía el profeta Isaías, es capaz de adivinar el futuro de paz, armonía, felicidad que nos espera más allá;

b) PACIENCIA: porque la esperanza de que habla la primera lectura es verdadera, necesitamos vivirla en y desde la paciencia: una paciencia que nos permite evitar la prisa y la precipitación que desembocan en accidentes irreparables; una paciencia que mantiene encendida la llama de la esperanza a pesar de los achaques de cada día;

c) CONVERSIÓN. Es el ingrediente necesario para caminar al futuro. La palabra del profeta adusto, pero lleno de esperanza, que es Juan Bautista, es invitación a despojarnos de todo lo que nos impide caminar al futuro. Mejor aún, la conversión es empezar a construir un camino que permita llegar el futuro a nosotros. Y eso es la conversión: arrancar los obstáculos, allanar los desniveles.

2. Francisco nos deja un ejemplo vivo y atrayente de este mensaje:

a) En la noche de Espoleto el Señor le sale al encuentro invitándole a caminar al futuro verdadero. En sus labios surge, impetuosa y quizá inocente, la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga?”, y acepta el riesgo de que le den una respuesta que puede no gustarle. Desde entonces caminará, con esperanza y paciencia, hacia el futuro que Dios le ofrece. Será la tarea concreta y permanente de su conversión.

b) Pero la conversión, más que fruto de un esfuerzo titánico, es experiencia gozosa de un amor gratuito, desmedido, salvador: el de Dios (RnB 23,3; 22,26), esforzándose, con sencillez y simplicidad, en actuar ese amor de manera eficaz (1CtaF; Adm 9,1-3), en crecer en ese amor que lleva al futuro (RnB 11,6).

c) Y porque entra decididamente en este camino, siente la necesidad de comunicarlo a todos. Y entonces el adviento se hace en Francisco comunicación, anuncio gozoso del amor que él ha descubierto: el amor de Dios (RnB 17,3; 16, 5-7).

3. La Eucaristía que celebramos es anuncio y garantía del futuro que anunciaba el profeta Isaías, pero es también llamada y compromiso a caminar hacia él desde la paciencia y la conversión permanente. Que el pan de vida y la bebida de salvación nos hagan, como lo fue Francisco, honestos con Dios y con nosotros mismos para alcanzar así el futuro que aquel nos prepara.

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