Homilia Cuarto Domingo de Adviento


LECTURAS:

Is 7,10-14

Rm 1,1-7

Mt 1,18-24

1. La Navidad se respira ya por todas partes. Está en el aire. Las mujeres y los hombres corren teniéndola en el horizonte de sus preocupaciones y ocupaciones. Las lecturas que acabamos de proclamar nos invitan a hacernos dos preguntas: ¿Qué Navidad está llegando? ¿Para qué Navidad nos preparamos nosotros, mujeres y hombres creyentes? Porque no toda navidad es la auténtica Navidad (con mayúscula), ni nos podemos preparar de cualquier manera para la Navidad verdadera. Y entonces las lecturas proclamadas nos invitan a prepararnos para la Navidad verdadera y nos hablan:

a) de unas certezas: dos en concreto: la primera nos dice que es Navidad porque Dios viene a nosotros, se mete en nuestra tierra, se hace Dios-con-nosotros; más aún: se mete en nuestra historia y nuestra mundo para meternos a nosotros en su historia y en su mundo. Pero eso nos está hablando ya de la segunda certeza: la que nos dice que Dios es imprevisible y llega a nosotros de la manera más desconcertante: en un niño desvalido, necesitado del cariño de una familia, sometido a las dificultades y peligros de la vida de cada día;

b) de unos colaboradores: Podía haberlo hecho de otra manera, pero Dios quiso llevar adelante su plan de futuro contando con los seres humanos. Y Navidad, el comienzo del futuro, fue posible, porque un hombre, José, y una mujer, María, fueron capaces de fiarse de Dios, de abrir los ojos y descubrirle en medio de la pequeñez y la levedad de la vida, de entregarse en sus manos, aunque no estuvieran despejados todos los interrogantes;

c) de un compromiso: el de proclamar a los cuatro vientos que el futuro ha comenzado, porque en Jesús de Nazaret, el Cristo, Dios se ha hecho carne. Es el compromiso que nace del encuentro vital, existencial y creyente con él. Así lo vivió Pablo y así se espera de los otros creyentes.

2. Y entonces, cuando volvemos la vista atrás, descubrimos al creyente Francisco de Asís que continuamente tenía “en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión” (1Cel 84) y vivía la Navidad desde estas perspectivas:

a) En su oración cantará, alegre y esperanzado: “El Señor es mi fuerza y mi alabanza y se ha hecho mi salvación” (OfP 15,4), descubriéndolo presente en el niño que, con María, la Madre, vive en la pobreza y la humildad (2CtaF 4.11). El Salvador que se nos anuncia brota de lo insignificante –Belén-, desde lo pequeño. Y es que las cosas grandes –las de Dios- se realizan en lo pequeño, en lo sencillo, en lo pobre (CtaO 27).

b) Desde ahí aprenderá él a caminar tras sus huellas (2CtaF 13), descubriendo el valor de la pobreza, que le constituye, a él y a los suyos, en herederos y reyes del reino de los cielos (RB 6,4), y de la humildad que le hace descubrir que sólo Dios es quien dice y hace en él todo bien (Adm 17,2).

c) Más aún, sentirá arder en la propia existencia el deseo de comunicar lo que ha descubierto y vivido, porque para esto, es decir, para ser anuncio vivo y creíble del amor de Dios que envió a su Hijo para darnos un futuro nuevo (RnB 23,3), es para lo que el Señor le ha enviado a él y a sus hermanos (CtaO 5-8). Y lo anunciarán verdaderamente, cuando lo hacen presente en medio de los demás por las buenas obras (2CtaF 50-453).

3. Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo”, nos reunimos en torno al altar para descubrir al que, a través de signos pequeños y humildes, un poco de pan y un poco de vino, nos ofrece la salvación como garantía de que el futuro es posible y nos espera más allá de nosotros. Que, como María y José, sepamos abrir los ojos y descubrir su presencia en medio de nosotros, haciéndonos, como ellos, disponibles para llevar adelante los plantes de Dios.

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