El Adviento es búsqueda


Estamos acostumbrados a pensar en nuestra fe como en algo relacionado a nuestra búsqueda de Dios. A menudo pensamos: “Tengo poca fe”, porque lo buscamos poco, o también pensamos: “Tengo una buena relación con Dios”, porque le dedicamos un poco de nuestro tiempo. La Navidad viene para recordarnos la verdad central del cristianismo: nuestra fe es un don suyo, porque él vino a buscarnos a nosotros. Podemos tener fe en él sólo porque sabemos que él nos está buscando a nosotros, más de lo que nosotros le busquemos a él. El Niño Jesús es Dios que vino a buscarnos aquí en nuestro mundo, entre nuestras casas. Fe es acoger a Dios que vino a buscarnos.

Martin Buber filosofo judío del siglo XX cuenta la siguiente historia en uno de sus libros: «El nieto de Rabbi Baruch, el joven Jehiel, un día jugaba al escondite con otro chico. Se escondió muy bien y esperó a que el compañero le buscara. Después de haber estado esperando durante mucho tiempo salió de su escondite; el otro no se encontraba por ningún lado. Jehiel se dio cuenta entonces de que aquel nunca lo había estado buscando: se puso a llorar y corrió en la habitación del abuelo quejándose del compañero de juego. Los ojos de Rabbi Baruch se llenaron entonces de lágrimas y le dijo: «Así dice también Dios: “Yo me escondo, pero nadie me quiere buscar”». (M. Buber, Los cuentos de los Chassidim)

Señor, dónanos una sed viva del encuentro contigo. Dónanos comprender que si juegas al escondite con nosotros es sólo porque quieres que te busquemos. Te queremos rezar con las palabras del Salmo 27, escritas por una persona que deseaba encontrarte más que cualquier otra cosa:

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar?

Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo.

Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.

Él me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca

y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca; en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación: cantaré y tocaré para el Señor.

Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.

No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá.

Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana, porque tengo enemigos.

No me entregues a la saña de mi adversario, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

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