TESTIMONIOS

IRENE VILLA
"AL DIOS DE LA PAZ"
(título:50 cartas a Dios.- Editorial: PPC.- año: 2005)
Querido Dios:
En primer lugar quería darte las gracias porque ni mi madre ni yo falleciéramos aquella trágica mañana del 17 de octubre de 1991. Aquel día, unos terroristas pusieron una bomba en el coche de mi madre. Creemos que lo hicieron porque ella trabajaba en una comisaría de policía que, po­siblemente, querían hacer saltar por los aires. Pero explotó justo antes de que mi madre me dejara en el colegio.
Mientras los servicios sanitarios se dirigieron sin pen­sarlo a la que parecía la única superviviente, o sea, mi ma­dre, yo permanecí tendida en la carretera prácticamente sin vida. Sin embargo, cuando me trasladaron al hospital, de­cidiste que, con solo doce años, mi vida no podía acabarse. Y lo hiciste mandando las fuerzas necesarias al médico car­diovascular que me salvó la vida, para que actuase a tiempo y sin contemplaciones.
Todos dijeron que fue un milagro. Pero yo sé que fuiste tú. Tú decidiste para mí un camino arduo, pero necesario para descubrir que lo que verdaderamente importa no está en el exterior, sino que se encuentra en el interior de cada uno de nosotros. Y lo decidiste así porque confiaste en mí. Sabías que yo no me iba a rendir. Sabías que iba a ser capaz de superar aquello. Y tenía que hacerlo para demostrar a otros que se puede.
Por eso decidí escribir el libro Saber que se puede. Porque descubrí que todos tenemos una misión en esta vida. Des­cubrí que yo estaba aquí para decir algo. Que tú me salvaste para enviar un mensaje al mundo. Un mensaje de supera­ción humana. Y un mensaje de paz.
Hoy, después de haber visto muchos de mis sueños cum­plidos, tengo que pedirte algo. Espero y deseo que desapa­rezca la violencia que se extiende en tantas partes del mundo. Ya sé que es un sueño imposible. Que los hombres son los que deciden el camino a elegir. Pero anhelo más amor en los corazones de todos los que odian. Porque son sus renco­res los que se están cargando nuestro precioso mundo.
Hace muy poquito se cumplió un año del día más triste de mi vida. El día en que todos los sueños volaron y el do­lor se nos clavó en el alma para siempre. El día en que la luz se apagó y un recuerdo profundo quedó grabado en nues­tras vidas eternamente. Sí, para mí, el 11 de marzo de 2004 el mundo entero se deshizo. La esperanza se esfumó, como nunca antes lo había hecho.
Aquel día, por primera vez, me vi sin fuerzas para con­tinuar mi vida. De pronto todo se detuvo. Hasta el aliento. Con todas aquellas muertes y las heridas de tantos otros, mi corazón se hizo pedazos.
Cuando parecía ya no haber nada en el mundo que re­mendase aquello, un rayito de luz volvió a iluminar aquella penumbra. Una luz que provenía de las ciento noventa y dos estrellas que en el cielo brillan cada día con más fuerza, y de los ojos de quienes no han cesado de luchar por recu­perar sus vidas desde el día 11 de marzo de 2004. Gracias de nuevo. Porque esa luz fue avivando de nuevo la llama de mi espíritu poco a poco. Esa que, por momentos, y créeme que lo siento, vi desvanecerse.
Ojala favoreciera aquello todo el cariño y la compren­sión que pudimos dar quienes ya habíamos pasado por ahí.
Quienes quisimos compartir un dolor que conocemos bien. Corno bien sabrás, teníamos que asegurarnos de que la esperanza se mantuviera viva. Sí, esa esperanza que muchos ven en ti. Teníamos que trasladar a todas esas nuevas víctimas del terrorismo un poquito de la fuerza y el optimismo que tanto nos sirvió a mi madre y a mí para salir ¿ti rosas de aquel sangriento 17 de octubre del 1991. Así es como ganábamos la batalla a los terroristas.
Porque es precisamente esa llama la que mantendrá viva la esperanza. Una esperanza que jamás podrá arrebatarnos ninguna bomba. Ni la más grande del mundo. Porque siempre habrá personas que luchen. Gente que no se rinda. Siempre habrá alguien que demostrará que el espí­ritu humano es inquebrantable. Que nuestro aliento no se extingue con el terror.
Por eso también te pido que no permitas que esos faná­ticos nos contagien su odio. Que jamás venza el odio. Que se curen las heridas y que empecemos una vida nueva sin rencores. Esos rencores se están cargando nuestro mundo.
Solo del recuerdo de todos los que han sido asesinados en el nombre del odio podremos recuperar la esperanza. Solo con la ilusión de quienes sobrevivimos al terrorismo cons­truiremos el camino hacia la paz. Ayúdanos a que así sea.

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